Editorial

Evitar una fallida investidura

Repetir las elecciones sería un costoso fracaso colectivo de la fragmentada clase política que no asegura tampoco una solución

Dentro de una semana comenzará en el Congreso de los Diputados el debate de investidura de Pedro Sánchez. A siete días vista, el candidato no cuenta todavía con apoyos suficientes que aseguren formar Gobierno y desterrar la interinidad que vivimos desde que los españoles votaron el pasado 28 de abril. La dificultad a la que se enfrentan las instituciones españolas la explica el mismo hecho de que se someterá a la confianza de la Cámara prácticamente tres meses después de votar, algo inédito. Porque incluso en la legislatura fallida de 2015-2016, la única en la que ningún candidato fue investido, no se llegó a retrasar tanto la sesión que pone en marcha el mecanismo constitucional -artículo 99- que asegura la repetición de las elecciones a las Cortes Generales si en dos meses no hay Gobierno desde la primera votación en el Congreso. Tampoco en la legislatura siguiente, cuando Mariano Rajoy no lo consiguió en un primer intento pero sí en un segundo. En ambos casos, pocos días después de cumplirse dos meses de los comicios hubo sesión de investidura. Como en 2016, cuando Rajoy rehusó ser candidato, Pedro Sánchez se enfrenta a una investidura que puede que sólo sirva para asegurar la repetición electoral. Y lo haría con los mismos 123 diputados con los que Rajoy rechazó entonces intentarlo. Es lo que todos los partidos deberían evitar, una nueva legislatura fallida, que deje en funciones el Gobierno hasta casi 2020, por el cumplimiento de los plazos legales desde que se votase de nuevo el 10 de noviembre. En esta semana que resta, los partidos, todos, están obligados a hacer esfuerzos que permitan que la legislatura eche a andar con la constitución de un Gobierno. La alternativa, recurrir a que los españoles voten de nuevo, no es sólo un costoso fracaso colectivo de la fragmentada clase política, sino una salida que no garantiza la solución, porque nadie asegura que el resultado futuro implique una investidura más sencilla. El primer esfuerzo ha de reclamársele a quien es el presidente en funciones y candidato a ser elegido -por primera vez en una sesión de investidura, porque accedió al cargo en la única moción de censura que ha prosperado- y a su partido, el PSOE, que es el más votado. Ese esfuerzo exige negociar y transaccionar. Y vincula también al resto de partidos, incluso a los que creen que su único papel es ser oposición, por antagonismo ideológico o porque prometieron no investir nunca a Sánchez. Éste se enfrenta además a una paradoja: la coherencia que demostró con su no es no a Rajoy -y que le permitió recuperar el liderazgo del PSOE y alcanzar el Gobierno sin ser ni diputado- le imposibilita exigir a la oposición que facilite la investidura y le impele a negociar con socios que le den no sólo la investidura sino estabilidad para gobernar.

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