Sánchez: elecciones o sumisión
Si el PSOE no cede al chantaje de Puigdemont, descolocaría al PP, noquearía a los separatistas y sería el favorito en las urnas | Los delincuentes no pueden ser tratados como héroes
Las elecciones del 23 de julio dibujaron un callejón sin salida al dejar a todo un país a merced de un prófugo de la Justicia. Pronto no podremos hablar con displicencia de los estados fallidos de África, ni de las repúblicas bananeras.
Máxime tras ver a la vicepresidenta Yolanda Díaz como cobista oficial de Puigdemont. Una “infamia”, que diría Alfonso Guerra. Resulta desolador que PSOE y PP sean incapaces de apuntalar un mínimo de consenso para evitar una humillación sin precedentes, que mantiene en vilo incluso a los socialistas más veteranos, clamando contra una amnistía que no tiene sentido, ni encaje legal.
Para entender tamaño despropósito, bastaría con tomar a Francia como ejemplo para tratar de imaginar a los separatistas corsos y bretones amenazando la unidad de Francia. ¿Alguien puede creerse que peligrarían la cohesión social y territorial de Francia por un puñado de votos? Alemania lo solucionaría con una gran coalición entre las fuerzas mayoritarias. Pero no estamos en una democracia tan madura y nuestros líderes no saben dar la talla. En un país en sus cabales, este esperpento se aprovecharía para avanzar en la cultura democrática. Los grandes partidos llamarían a la cordura y exhibirían un espíritu similar al de la Transición. Cualquier cosa antes que ceder al chantaje de Puigdemont y compañía.
Si Sánchez se rebaja ante una extorsión tan sonrojante, por muchos paños calientes que ponga, borrará de un plumazo la historia de su partido y pasará a liderar el Partido Sometido Obrero Español. Por más que cuidara la puesta en escena, no cabría otra lectura tras la comparecencia del ex president catalán. Sus acólitos proclaman que el líder del PSOE aún tiene la sartén por el mango, pero es más que evidente que quien manda reside en Waterloo. Sánchez guarda un silencio tan atronador que el personal da por hecho que no se arriesgará a perder el poder llamando de nuevo a votar.
Unos políticos con ideales más nobles darían con una solución tan audaz como beneficiosa para todos. Pero PSOE y PP han llevado tan lejos su sectarismo, han concedido ambos tanto al separatismo en su afán por gobernar, que es pronto para soñar con un mínimo de coherencia. Ya descartado el diálogo, la repetición de elecciones es la única salida ante el desafío catalán. Bastaría con que Sánchez lo anunciara sin vacilar, pero no quiere dar el paso. Al parecer espera a que Feijóo se achicharre y hasta última hora no decidirá si elecciones o sumisión, según sople el viento.
En las democracias más avanzadas, ni siquiera haría falta llegar a situaciones tan extremas para dejar gobernar al partido más votado. A simple vista parece un disparate, pero sucedía en España hasta que Sánchez planteó la moción de censura contra Rajoy. A cambio de recuperar esta vieja tradición, el PSOE podría exigir, ya que le da tanto miedo Vox, que la ultraderecha no entrara en las instituciones. Y apuntalaría los acuerdos de Estado más urgentes incorporando sus propuestas. Así se ganaría el respeto de todos y retrataría para largo tiempo a un PP falto de criterio, carisma y habilidad, que no ha sido capaz de cumplir lo que tanto exigió en campaña, tras sus bandazos en Extremadura, Valencia y Murcia.
Desde las filas socialistas dirán que Feijóo también podría cederle los apoyos necesarios a Sánchez para ser investido presidente, a cambio de que ignore el chantaje independentista y de que se renueven los pactos del 78. También parecería una inocentada, sin duda.¿Pero acaso no cedió Fraga cuando se legalizó el Partido Comunista y lo mismo hizo Carrillo al aceptar la bandera, el Rey y el himno?
Como nuestros líderes han perdido la memoria y ahora no saben ni darse los buenos días, los socialistas tienen que elegir entre el sometimiento ante los separatistas o la moneda al aire. Fijo que Sánchez ya mide al milímetro ventajas e inconvenientes, sin olvidar que alguno de sus socios, desde Podemos al PNV, podría dejarle en la estacada ‘in extremis’. Es lo único que no controla y ni él podría recuperarse tras un mazazo de ese calibre.
En cambio si tomara la iniciativa sin agotar los tiempos, si dijese algo así como “hasta aquí hemos llegado”, descolocaría al PP, noquearía a los separatistas y partiría como favorito de lo que sería como un plebiscito para todo el país. Si los resultados fuesen de nuevo tan retorcidos, socialistas y populares podrían ir pensando en ir de la mano, aunque sea con una pinza en la nariz. Sólo con voluntad política se puede castigar la ambición y la intriga que exhiben los separatistas. Por supuesto, de renovar los pactos de Estado, no faltarían militantes calificándolos de locos, por no llamarles traidores, lo que otorgaría más valor a la política con mayúsculas, en mitad de un panorama carente de escrúpulos.
Aproximarse al sentido común y apartar el revanchismo parece una entelequia. Pero el mismísimo Fouché firmaría debajo en iguales circunstancias. El PSOE goza de un mayor margen. En cambio el PP apenas puede presionar al PSOE con un ofrecimiento más generoso y a la par ingenioso. No tiene mucho que perder.
Dado que es impensable que Sánchez deje pasar a Feijóo y que el PP le regale cuatro votos a su adversario, el PSOE haría bien en oír a sus notables disidentes para dejar patente que la amnistía y la autodeterminación no caben en la Constitución. El propio presidente en funciones lo admitió no hace mucho.
Pero si vuelve a cambiar de opinión, ya sabemos qué nos espera: Puigdemont ya canta victoria al pensar que manejará al Gobierno con una mano otros cuatro años. Está tan acostumbrado a que le concedan sus caprichos, que no dejará que la cuerda se rompa, aunque no podrá borrar lo que ha dicho y hecho. Lo lamentable es pensar que Sánchez pulsará el botón de elecciones sólo si ve peligrar su futuro. Lo que sientan los demás territorios poco parece importarle ahora mismo.
Los socialistas y los populares tienen una ocasión histórica ante sus narices para dar un salto al futuro, pero España hace lustros que perdió la cabeza. Muchos señalan con el dedo acusador a Puigdemont en estos momentos de zozobra, pero el dueño del destino de este país, quien tiene la última palabra, no es otro que Pedro Sánchez. Veamos qué decide, porque a veces en política para ganar hay que saber perder. Unos delincuentes no pueden ser tratados como héroes y lo sabe.
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