El caballo en la campiña, en la dehesa, en el Real…

“Ca cuá es ca cuá…Usted”. Fui testigo

Era un caballo español y alazano. De nombre ‘Bético’, tan noble como viejo, que le ensillaban con su montura vaquera para que algún invitado primerizo en las lides del toro en el campo pudiera presenciar con seguridad la hora del pienso. Al amanecer, cuando dos mozos a pie amparados por el carro cargado de los sacos del pienso de habas secas iban volcándolos en los comederos circulares de piedra de Martelilla, de los cerrados de cada corrida en aquella dehesa de encinas y acebuches, monte bajo, donde el palmito y el lentisco se entremezclan con la carrasca y donde los toros cuatreños pastaban tranquilos a pesar de la proximidad de sus cuidadores, quienes montaban jacas colinas y el visitante su jamelgo asignado.José, el mayoral, usaba unas lentes redondas y gruesas como fondos de botellas y ya estaba adiestrando a su hijo Pepe en los conocimientos y trabajos de aquella dehesa de tradición taurina centenaria. Como el ganadero adiestraba en el toro a su hijo menor, quien por tradición habría de heredar el mítico hierro de la ganadería. El invitado preguntó a José primero por la las características de cada toro: que si playero, que si bizco, que si veleto por su cornamenta. Y jabonero, zaino o colorado por su capa. Y luego… que cómo resultaría en la lidia cada uno, por su procedencia la temporada próxima; para aquella corrida para Pamplona. Y José, calándose las gafas, replicó con una versión propia de: “Yo soy yo y mis circunstancias”. “Ca cuá es ca cuá… Usted”. Fui testigo.

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