Feria de Jerez

Las Ferias de hace un siglo (I)

  • En 1911 llegó a Jerez un tren especial de veintidós vagones de pasajeros, tirado por dos potentes locomotoras, cargado de ganaderos y tratantes, para visitar el mercado ganadero de la Feria de Abril

¿Cómo serían las ferias de hace un siglo? Por lo pronto, la de 1911, con don Julio González Hontoria, ocupando la Alcaldía, y celebrándose en el parque al que le dio nombre, para la posteridad, vamos a saberlo, ahora mismo, cuando se cumplen exactamente cien años. Otros días, conoceremos las de años posteriores.

Después de haber eliminado el campo de instrucción militar, y adquirido los distintos huertos allí existentes, para poder dotar a Jerez de unos terrenos apropiados, de acuerdo con la categoría de su feria, el real de la misma atraía ya a miles de ganaderos y tratantes, para asistir a nuestros festejos y, sobre todo, al mayor mercado ganadero del Sur de España. Hasta el punto de que en 1911, uno de los trenes especiales que llegó a nuestra ciudad, formado por veintidós vagones de pasajeros y tirado por dos potentes locomotoras, venía completamente lleno de ganaderos y tratantes, para participar en la exposición y mercado, celebrados los días 25, 26 y 27 de abril, en el que podía encontrarse toda clase de ganado equino, lanar, cabrío y de cerda, así como igualmente toda clase de aves.

El teniente general Enrique Franch y Trasserra, a la sazón director general de Cría Caballar y Remonta se reunía con los ganaderos jerezanos, para anunciarles que a partir de ese año  el Ministerio de la Guerra compraría en España los caballos para el Ejército y no en el extranjero, como hasta entonces se había venido haciendo.

Ir a la feria, desde la plaza del Arenal, en carruaje de caballos costaba dos reales el asiento y los demás servicios, a precio convencional. Y no solo el real de la feria se iluminaba, aunque aún de forma mucho más modesta que ahora, sino también el centro de la ciudad, o sea las calles Larga y Lancería, junto con la plaza del Arenal. En estos lugares se daban conciertos de música por la banda jerezana, y de noche se celebraban funciones de fuegos artificiales, a cargo del artificiero jerezano señor Gassín, que fuera el encargado de dicha misión, durante muchísimos años.

En el real de la feria se celebraban cada día las tradicionales batallas de flores, tan del gusto de nuestros antepasados. Y, para que nada faltara, una tienda del parque se dedicaba a Casa de Socorro, con un médico al frente y un botiquín  de urgencias. Por cierto que ese año fue cuando se cambió la primitiva enfermería de la plaza de toros por otra mejor acondicionada, a la que diera su visto bueno el inspector de sanidad don Juan José del Junco, tras la inspección que hiciera de la misma.

Y ya que hablamos de toros, hay que decir que a las ocho de la mañana, el día de corrida, que fuera el domingo, se corrió como era costumbre el toro de prueba, popularmente llamado ‘del aguardiente’, por lidiarse a la hora en que los jerezanos de entonces acostumbraban a tomarse su diaria copita de anís, antes del desayuno. Y la corrida, ese año fue una sola, a cargo de los matadores de toros Ricardo Torres (Bombita) y Rafael Gómez  (El Gallo). La entrada de tendido de sombra costaba cinco pesetas y el sol dos pesetas con sesenta céntimos. Los toros que se lidiaron en esa corrida fueron de Moreno Santamaría Hermanos.

Coincidiendo con la feria, los dos teatros jerezanos, el Principal  y el Eslava,  ofrecían sendos atractivos espectáculos. La Compañía de nuestro paisano José Vico – hermano del célebre Antonio Vico – representaba, en el de la calle Mesones, la  obra ‘Amores y amoríos’, y  en el segundo, podía admirarse la gran atracción circese de ‘Delita del Oro, con sus seis vacas amaestradas’. Algo realmente nunca visto.

Mientras tanto, la feria era toda una explosión de tipismo, colorido y alegría, con los desfiles de caballistas por los paseos del real y las casetas atiborradas de público. Entonces todavía no se servían comidas en las casetas; no era aún costumbre que tardaría mucho en llegar, hasta mediados de siglo aproximadamente. Solo despachaban bebidas, vino sobre todo. Pero las familias que acudían al real, como si se fuera de excursión al campo, o a la playa, solían llevar sus cestas bien preparadas de fiambres, marisco, filetes empanados y la clásica tortilla de patatas.

 Poco a poco, las casetas irían introduciendo los platos de pimientos fritos y las patatas al bastón y luego, el marisco, el pescaíto frito y, finalmente,  los guisos más variados. Aunque en esto de los guisos, los primeros fueron los exquisitos platos de menudo a la andaluza, que solo se podía degustar en la famosa caseta de La Maora, instalada en el segundo paseo, colindante con la llamada parte del ganado, donde vendían aquellas hermosas lechugas que los huertanos refrescaban en los mismos pilones donde bebía el ganado.

Por cierto que, en el camino de la feria, en el entonces llamado Callejón de Santo Domingo, estaba la Huerta de la Verbena, done hoy se encuentra el instituto P. Luis Coloma, que era donde se vendían las mejores lechugas y también aquellos rabanitos que, como cantaría años más tarde La Paquera, refiriéndose a la huerta del Chorrillo, eran rabanitos tiernos, pero picaban un poquito.

El público de los primeros años del ferial en el González Hontoria, era más de caseta y de paseos, con puestos de serrín,  que de atracciones. Los cacharritos todavía tardarían en llegar, mucho más tarde, a la feria de Jerez.

Mañana, seguiremos evocando aquellas ferias de hace un siglo.

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