Un país en el Hontoria

La alcaldesa baila, ayer en el templete municipal, unas sevillanas.
La alcaldesa baila, ayer en el templete municipal, unas sevillanas.
Francisco Sánchez Múgica / Jerez

01 de mayo 2008 - 01:00

Nadie sabe qué ocurrió con Dioniso tras su nacimiento. Alguien dice haberle visto por la Feria de su tierra junto a unas ninfas y un sátiro o pegado al muslo de Zeus dando camballadas. El mito. Su sincretismo, su delectación por los placeres políticamente incorrectos, nos representa a casi todos. Es el dios tracio del vino y simboliza no sólo su poder tóxico sino también sus beneficiosas influencias sociales. No en vano, fue promotor de la civilización que hoy conocemos, un portento en lo que a habilidades sociales se refiere y a la hora de montar bacanales y fiestorros. Dioniso debió nacer en la Grecia clásica lo mismo que pudo nacer en Jerez. Y fundó la Feria. O eso dice la mitología. Lo que está claro, a estas alturas y sea por su influjo o no, es que el que esté libre de ingerir rebujito que tire la primera piedra.

Hablando de rebujitos y rebujitas, más de uno habrá observado con entusiasmo lo sencillo que se plantean los trasvases en la Feria. Igualito que ocurre en Cataluña. Macetón o jarra de fino con Sprite y a repartir entre todos, solidaridad entre los vasos, unidad nacional en torno a una fiesta que nunca se rompe. Líquido para todos y sin miramientos: ¿Qué a alguien le falta?, pues se le echa otra mijita. Es difícil hallar crispación en el Hontoria. Los enemigos se reconcilian y los políticos, chisposos como los que más, te prometen el oro y el moro con más credulidad que de costumbre. Los borrachos, me aseguran, siempre dicen la verdad.

Ayer en la Feria mandaron las mujeres, pero no por ser miércoles o porque Zapatero haya inventado un nuevo ministerio que rinde tributo a la igualdad. No. Ellas mandaron porque mandan siempre. Un colega me decía el otro día, en plena efervescencia rebujil, que ellas son las que han montado este tinglado, las responsables de todo y, por supuesto, de la Feria. Obviamente, le di la razón sin contemplaciones.

Dicen que el metro cuadrado está en caída libre, pero en la Feria no deja de crecer. El Euríbor, el culpable de todos los males de la tierra, no tiene cabida en el Real y se le echa a empujones. Alguien lo ha montado en el látigo para que con suerte salga disparado de la herrumbrosa vagoneta y no vuelva. Hay hacinamiento e infracasetas en la Feria, sudor a borbotones, pero su Estatuto siempre se cumple y todo el mundo lo respalda de forma masiva: bebe y deja beber; bebe con moderación, si tienes responsabilidad. Unos principios básicos que articulan y vertebran la gran nación efímera que es la Feria del Caballo.

De igualdad, por cierto, entienden mucho los chinos: lo mismo llevan esos ridículos artilugios luminosos ellos que ellas. Lo mismo te da un clavel de plástico una oriental, que una rosa pocha un afable mandarín. Son nobles y leales: si te dicen que las gafas multicolor cuestan un euro, es que cuestan un euro. En el evento también se palpa la emergencia económica del gigante asiático.

La Feria, en fin, universo social plagado de microcosmos que todo lo cura. Reuniones de seres ajenos ligados por dictados dionisíacos. Éxtasis. Celebración.

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