Festival de Jerez

Colosos con alma sensible

  • David Lagos ofreció un auténtico recital que le sirvió para presentar su nuevo disco, 'El espejo en que miro'

Para sentarse y disfrutar. No hay otro titular para definir el recital que brindó ayer David Lagos a los numerosísimos aficionados que abarrotaron la sala del Palacio de Villavicencio para verle cantar. Era la presentación oficial de su disco, El espejo en que me miro, en Jerez, una penitencia, un peso o quizá una responsabilidad que supo llevar con maestría de principio a fin, manteniendo el tipo y rebuscándose a fondo para no defraudar, y vaya si lo hizo.

A eso se llama trabajarse una actuación, porque no hay muchos artistas en el panorama actual que tengan el carisma y la capacidad camaleónica que David posee encima del escenario. Consciente de que su garganta no tiene la potencia de otros, sino que hay que escucharla en el cuerpo a cuerpo, y aunque tuvo dificultades en los compases iniciales para vencer al silencio, la sala en sí se rindió a la insistencia y la sapiencia artística de un cantaor doliente, arrebatador y con una sensibilidad máxima cuando se trata de componer.

Después de oír sus letras, muchos comprobaron en primera persona por qué bastantes artistas, algunos de primer nivel como Miguel Poveda, han acudido al jerezano para contar con sus temas, todos con una 'jonda' delicadeza.

La milonga Sólo la guitarra sabe sirvió para romper el hielo. Fue un golpe al alma, primero con la virtuosa guitarra de Alfredo Lagos, y luego con la acaramelada voz de su hermano, que fue punzando al público verso a verso.

Con dedicatoria a Fernando de la Morena, allí presente, y Moraíto "porque siempre han estado ahí", se atrevió con Gañán de Punta, una bulería por soleá en la que el dominio del pulgar del guitarrista se hizo notar. Fue una armonía constante, una comunión irrepetible cargada de pasión.

Parte importante de la música de David es Alfredo. El tocaor estuvo pendiente de todo, con un leve gesto puso en funcionamiento a las palmas, y con su acompañamiento manejó a su antojo el ritmo de la actuación. Hasta le lanzó un órdago a su timidez reconocida para tratar de quitar tensión a su cantaor, cuyos nervios amenazaban con aflorar. "Ponle un poquito de rever", apuntó, un detalle que descargó el ambiente y provocó la risa entre el respetable.

Fue el paso previo a Tangos de arena, una composición 'morentiana', y en cuya letra se entremezclaron versos de Miguel Hernández (Llegó con tres heridas). Sus melismas, sus cambios de tonalidades y sus modulaciones se ganaron la ovación. Se pueden hacer cosas nuevas respetando lo tradicional.

Por malagueñas, brindadas a Don Antonio Chacón, "el maestro olvidado", recalcó, el artista fue adulzando su cante, peleando una y otra vez con cada tercio hasta arrinconarlo, hasta hacerlo suyo. Todo con una guitarra ejemplar, fresca y limpia en técnica y con mucho compás, y que sirvió para calar en cada uno de los asistentes.

La exposición más arriesgada vino después. Por seguiriyas sólo hizo tres letras, una atribuida a Frasco El Colorado y Antonio Cagancho, y otra de Joaquín Lacherna, con un toque muy mairenero, y una tercera, el remate por cabales. Tal fue la autoridad con la que templó el cante que antes de haber concluido el último tercio el público ya vibraba con el jerezano, crecido ante la mayoritaria respuesta de un gentío totalmente entregado.

"Ahora voy a hacer un poquito por alegrías, voy a echar el resto", prosiguió. Con el tema Sal de Cai, unas cantiñas dedicadas a Chano Lobato, encaró el último tramo del recital. Lo peor había pasado, los momentos de sufrimiento iniciales habían quedado perdidos en el tiempo y su actuación se encontraba en el culmen definitivo. En los cantes de Cádiz reiteró su perfecto conocimiento de todo lo que hace. Dio la cadencia a la letra, recortó cuando fue necesario y subió y bajó tonalidades con descaro.

A ello contribuyeron las palmas de Carlos Grilo y Luis Cantarote, dos profesionales de esto, que en ningún momento pisaron la voz. En anteriores citas, el ímpetu de los palmeros, sobre todo al marcar el compás con el pie, había acabado con la voz de algunos cantaores, pero ayer no fue así. Ambos aportaron lo que hay que aportar, soniquete puro de la tierra, sin ningún otro adimento. ¿Para qué más?

Las alegrías se rompieron de golpe con unas bulerías de Cádiz no incluidas en su disco pero que David quiso introducir en esta presentación en Jerez.

El fin de fiesta por bulerías era lo único que quedaba. Una hora de actuación había pasado con tal rapidez que ninguno de los presentes se movía de su asiento. Aquí, David Lagos entremezcló letras de Reina de la Bulería, otra de las piezas estrella de su disco, con otras populares. El suspiro final le costó un poco, su garganta, resquebrajada ya por tantos minutos de recital y tanta tensión acumulaba durante los días previos, tuvo que hacer un último esfuerzo para concluir como merecía tal interesante puesta de largo. Así fue, casi extenuado, Lagos remató la faena como quería. Ya estaba todo hecho, el público rugió como nunca para agradecer tan ingente esfuerzo y aplaudió a rabiar hasta que el cantaor encaró su camerino. Por la puerta grande y en su propia tierra.

Cante: David Lagos. Guitarra: Alfredo Lagos. Palmas: Cantarote y Carlos Grilo. Lugar: Palacio de Villavicencio. Aforo: Lleno.

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