Festival de Jerez

Flamenco (casi) anacrónico

  • Lo que Macanita se propone, lo domina; pero tiene que proponerse más cosas, no conformarse

La propuesta flamenca de Tomasa Guerrero, pese al siempre evidente riesgo de parecer tópica, estandarizada, termina obteniendo el consenso y la aprobación generalizada de propios y extraños. Es como los grandes clásicos, casi nunca defraudan, pero todo suena a déjà vu, como si hubieran sido vistos y oídos cienes de veces. Su belleza es anacrónica, su arte atemporal, ajeno a lo pasajero. Una línea que revisita una 'edad de oro' del cante a ratos carcomida por quienes sólo la manosean sin pensar que ahí está la esencia. Su coherencia formal, el hecho de que tenga tan buen remate y la garganta de Macana sea tan vigorosa e intensa propician que lo suyo acabe convenciendo sin ambages. Aunque ocurre como en la noche del pasado domingo, cuando, en un recital con momentos de altibajos, cantó de menos a más. Frío glacial en un principio por tientos-tangos y fuego temperamental en un fin de fiesta como los de antes, con palmeros y guitarristas con sus respectivas pataítas. El chispazo que encendió el recital fue la presencia de María del Mar Moreno, invitada de lujo tal y como ocurriese hace una semana en la Bienal de Sevilla.

En el término medio, de hecho, está la virtud y la artista de Santiago atesora oficio y facultades más que suficientes como para mostrarse sobre el escenario ora equilibrada y contenida, ora enérgica y racial. Oficio para echar mano de pulmones y garra cuando el tercio roza y la voz flaquea. Parafraseando a Álvarez Caballero, estamos ante una profesional en el cante, no una profesional del cante. Una profesional, por el contrario, que no desdeña la espontaneidad y el sentido tribal del cante jondo que ha mamado.

Ese mismo bagaje artístico, además, le ha impulsado a rodearse, con el tiempo, de una familia en las tablas, de gente buena, como su inseparable Manuel Parrilla y Pepe del Morao, un guitarrista excelente y otro en plena efervescencia; y permitirse ciertos caprichos sin más pretensión que el gusto por el gusto, como invitar a María del Mar Moreno y cantar para el baile. Una estampa que no se le recordaba ya y que dibujó los momentos más asombrosos de la noche del pasado domingo, cuando ambas, de negro trágico, con el cielo totalmente encapotado, prorrumpieron por seguiriyas en el recinto amurallado de El Alcázar jerezano. Todo un hallazgo.

Antes de rememorar dicha seguiriya, detengámonos en el eco de Tomasa. Probablemente, no haya cantaora a día de hoy en el orbe flamenco con un timbre más gitano, con un metal más consolidado, tan personal y a la vez tan manierista, con un soniquete provisto de mayor hondura y profundidad. Con esas características, su cante lució enorme por seguiriyas. Grave, melismático, por derecho, muy próxima a una María del Mar poderosa y desfigurada por el drama que encierra su baile más preciado. Menudos redobles. Qué escobilla se marcó la bailaora con Macanita de privilegiada espectadora. El aire de Manuel Torre sublimado en una seguiriya primitiva y mineral. Una voz que se ensancha tanto que pareciera a punto de quebrarse en cualquier instante. Lo mejor de la noche. Sin duda.

Momentos antes, Tomasa cedió el espacio a sus dos guitarristas, que interpretaron un solo por bulerías basado fundamentalmente en las celebérrimas falsetas de Moraíto. Un impás que no desagradó y que sirvió a la cantaora para cambiar su imagen y entrar por seguiriyas. El único paréntesis de la noche, bien llevado y con un ritmo en la transición muy adecuado.

Macanita ya es patrimonio del flamenco jerezano, del presente y el futuro. Cómo ha crecido su timbre por malagueñas. Lo que se propone lo domina. Pero tiene que proponerse más cosas, seguir explorando y no conformarse con su actual status quo en el flamenco contemporáneo. El caso es que El Mellizo y Manuel Molina ya no tienen secretos cuando Tomasa se mete por Málaga y cierra con un fandangazo abandolao ejecutado al milímetro. Qué decir de la soleá, honda y directa cuando Mazantini, El Mellizo, Tomás Pavón y Fernanda de Utrera tomaron el escenario en el privilegiado metal de la hija del Macano.

Fue, tal vez, en las alegrías cantiñas, vistas en el global del espectáculo, cuando descendió más rápido el nivel de la noche. No porque decayese el listón cualitativo en sí mismo, sino porque la cantaora se apartó de los argumentos de su recital, de la coherencia de su discurso. Con Tierra adentro, un tema de su disco La luna de Tomasa, entronca más con lo comercial, con lo más digerible para el gran público pero más insustancial para quienes andan a vueltas con el duende y los soníos negros, vengan del lugar que vengan. Un tema, en todo caso, que le valió para desperezar a un público que, en líneas generales, no anduvo demasiado receptivo con la artista. Salvo en las bulerías. Ahí todo el mundo disfruta. La inercia festera de esta ciudad no conoce límites. Como si no existiera nada más.

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