XXIII Festival de Jerez | La Crítica 'El amor brujo'

La ruptura con lo coherente

Imágenes del espectáculo 'Amor brujo' de Isrraél Galván

Imágenes del espectáculo 'Amor brujo' de Isrraél Galván / foto © Miguel Ángel González (Jerez)

Una de las obras más internacionales de la música española, ‘El amor brujo’ de Manuel de Falla, sirvió ayer a Israel Galván para clausurar, en el Teatro Villamarta, la XXIII edición del Festival de Jerez. Precisamente por eso, por el hecho de ser una de las creaciones más universales y con más versiones, siempre supone un riesgo, o un reto, depende como se mire, buscar algún nuevo camino por el que deambular.

En esto de innovar, de atreverse o de romper moldes, Israel Galván tiene experiencia, y sin duda, su particular ‘Amor brujo’ es un ruptura total con todo lo anterior. La primera decisión, al contrario que la mayoría de versiones, es utilizar sólo a tres integrantes, el piano de Alejandro Rojas-Marcos, que lleva el peso de la obra, como es natural; el cante de David Lagos, y por ende, su baile.

La otra particularidad la encontramos en su baile, ejecutado a través de la interpretación femenina (hay que tener en cuenta que la obra se hizo para Pastora Imperio y luego, La Argentina), y en la forma de acometerlo, sentado en una silla. El sevillano muestra su parte de mujer, trabajada en todos los detalles, desde sus coquetos movimientos hasta en la forma de mecerse el cabello. Este detalle dificulta sobremanera las coreografías, que aún así no pierden ese aire ‘galvánico’ de gestos rectilíneos y de control corporal.

Sin embargo, la reiteración de coreografías sentadas, resulta especialmente repetitiva en algunos momentos, hasta el punto de obtener con ella una angustia en el espectador.

No falta el fuego, la brujería e incluso algún que otro detalle de humor, al que Israel recurre casi siempre en sus obras. Destaca también el elaborado juego de luces, buscando siempre ese aura de terror, de sombras (como construyó con Bayón en ‘Dju, Dju’), y por supuesto, la labor interpretativa de Alejandro Rojas-Marcos y David Lagos, elementos indispensables en la puesta en escena de este pecular ‘Amor brujo’. El pianista sevillano brilla con luz propia en cada uno de los movimientos de Falla, y el jerezano, fiel a esa capacidad enciclopédica que posee al cantar, sirve de nexo entre algunas escenas. Es su voz la que dobla los audios (con un efecto sonoro que da antiguedad) que, introducidos para alargar el espectáculo, rescatan a personajes contemporáneos a Falla, como Pastora Pavón y Antonio Chacón.

Israel reconoce ‘El amor brujo’ como parte de la banda sonora de su vida, por aquello de utilizarla sus maestros en las academias. A ellos también rinde su guiño, introduciendo ‘El vito’, otro elemento de la música popular andaluza que reivindicó Falla en esta obra.

El público, como casi siempre cuando se trata del sevillano, salió dividido, a unos les deleitó y a otros les aburrió. Cierto es que cuando se habla de Galván, más aún centrándose en Falla, se espera algo más en cuanto al concepto. Yo personalmente me quedo con otras versiones, la del mismo Saura, con un Gades y una Hoyos insuperables.

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