Grandes del Flamenco

Manolo Caracol, el cante hecho teatro

  • Con su prodigioso afán escenificador, Manolo Caracol le supo dar grandeza a todo lo que cantaba, lo mismo la seguiriya de Torre que las bulerías de Jerez y las malagueñas de Chacón

A mis viejos amigos Lorenzo Calderón y José Zarzana, "caracoleros" mayores de Jerez, con un abrazo.

De vivir, Manolo Caracol podría tener ahora casi cien años. En julio se cumplirá su centenario, que será festejado conjuntamente con el del otro gran maestro del siglo XX que fuera Antonio Mairena. Las dos grandes figuras, por encima de todas las demás, que supieron conservar y mantener el cante en su mayor pureza durante toda su vida de geniales y grandes artistas. De Mairena ya nos ocupamos, recientemente, en estas mismas páginas, y hoy nos toca hacerlo de Caracol, dedicándole un recuerdo a su arte y a su categoría artística, quizás la más importante, como ya he dejado dicho en otra ocasión, de todas la de su generación.

Porque si Antonio Mairena, fue la ortodoxia, la preocupación por conservar y difundir la tradición de los viejos cantes, recreando muchos de ellos; Caracol quizás un pelín heterodoxo, y más atrevido, fue la creatividad y, sobre todo, la inspiración que supo llevar el flamenco al teatro con sus mejores galas y con toda su riqueza expresiva. Así, el cante hecho teatro, mostrado en amenas y coloristas estampas escenificadas gracias a Caracol, acabaría con la vieja costumbre del cantaor y la silla al lado del guitarrista; que había sido lo de siempre; pero que sin más aderezos ni atractivos solía cansar y aburrir de pura rutina; por muy bueno que fuese el intérprete.

Esa innovación de Manolo Caracol haría más entendible y apreciado el cante que, durante toda su vida, quiso y supo llevar a los teatros, con mejores y más brillantes ropajes; siendo el primer cantaor de la historia que desechó la solitaria silla, y empezó a moverse por la escena, como un verdadero actor: Sentándose y levantándose, yendo de un lado para otro, cantando, hablando, recitando, haciendo del cante una verdadera representación teatral; como poco después harían otros compañeros, siguiéndoles en la que ellos consideraban como nueva etapa del flamenco escenificado. Entre estos compañeros, Pepe Pinto, sobre todo, y Valderrama y algún otro. Pero ninguno como el maestro del barrio de las lumbreras sevillano.

Y ahí fue donde radicó el mérito principal de Manolo Caracol, que quiso que el cante fuera algo más que puro sentimiento y quejío; haciendo que, además de escucharse, se pudiera 'ver' con un ropaje diferente; formando a veces una entretejida relación con el baile de fastuosa repercusión escénica; de tal manera que podemos asegurar que hizo del cante teatro y teatro del cante; escenificó el flamenco y le dio grandilocuencia, espectacularidad. Para ello encontró grandes aliados en el poeta sevillano Rafael de León, en el libretista jerezano Antonio Quintero y en el famosísimo maestro Quiroga, que le ayudaron a crear aquellas fabulosas estampas de la más alta calidad y buen gusto, con cantes y bailes que siempre nos parecían improvisados; mediante el diálogo teatral de un leve hilo argumental, pese a su perfeccionamiento y al cuidado de los más mínimos detalles.

Caracol, en escena, lo llenaba todo, con aquella su imponente figura; con aquella voz tan flamenquísima, como no haya habido otra, quizás, en toda la historia del cante. Cantaba y se movía; acabando así con la vieja y aburrida imagen del cantaor estático. Fue un revolucionario del flamenco y eso hay que recordarlo ahora, en su centenario; y agradecérselo; porque se le debe a él, a su genio, a su talento, a su arte. Y, en cuanto a su cante, aparte las innatas cualidades de su voz, bautizada con las mismas aguas y con el mismo vino que se bautizó el duende; con su prodigioso afán escenificador le supo dar grandeza a todo lo que cantaba; lo mismo fuera la seguiriya de Manuel Torre, que la malagueña de Chacón o del Mellizo; que la bulería de Jerez; que sus propios fandangos caracoleros; que la arcaica soleá de Alcalá, o la trianera; haciendo un himno flamenco de la zambra que resucitó y adaptó al teatro para su mayor gloria hasta el punto de servirle de título a varios de sus más triunfales espectáculos. Sobre todo, aquellos en los que su nombre estuvo emparejado al de una joven Lolita Flores, que le sirviera de fiel contrapunto a sus experimentos escénicos, con la gracia y el fuego de su baile y sus canciones.

Manuel Ortega Juárez, cuya genealogía flamenca y torera desenredara el poeta y abogado Antonio Murciano, que le grabó su testamento sonoro al decir de él que era tataranieto de El Planeta, biznieto de Curro Durse, primo de El Almendro y familia de otros tantos y numerosos artistas, entre los que, aparte cantaores, había destacados toreros como el propio Joselito el Gallo; se llamó por buen nombre artístico Caracol, como su padre, "el del bulto" por más señas; cantando desde niño, y recién ganado el concurso granadino de Falla y García Lorca, en 1922, junto a Chacón y Manuel Torre, El Gloria, Centeno, la Niña de los Peines, Marchena y otras grandes figuras; hasta montar su primer espectáculo, "Luces de España", en 1930, con la veterana Pastora Imperio y la joven "Venus de Bronce", Custodia Romero; alcanzando su mayor triunfo con "Zambra" y Lola Flores, el año 1943 y siguientes; grabando numerosos discos y protagonizando varias películas.

En 1963 abre su famoso tablao "Los Canasteros" al que se dedica por entero, contratando a los mejores artistas del género, con los que alterna en noches muy especiales; llegándole entonces la hora de recibir varios homenajes. Primero, el de la Semana de Estudios Flamencos de Málaga, en el que tuve la suerte de acompañarle; luego, el de la Cátedra de Flamencología y de su Fiesta de la Bulería; y el del "Pescado a la Teja" de Chiclana, ofrecido éste por nuestro común amigo y productor discográfico Antonio Murciano; hasta que, poco después, poco más de un mes, acontece su inesperada muerte por accidente de automóvil, el 24 de febrero de 1973; constituyendo su entierro una enorme manifestación de duelo.

Durante su homenaje en Málaga dejé escrito de él, después de escucharle cantar, en una noche de verdadero apoteosis: "Y cantó con esa voz suya, con ese eco tan suyo, tan antiguo, tan flamenco, tan gitano, tan único. Eco de Caracol, de caracola marina"… Así le recuerdo, ahora, cuando se anuncia el centenario de su nacimiento en una Sevilla cantaora, que le trajo a Jerez, a beber de sus fuentes y a casarse con una jerezana, sintiéndose ya tan jerezano como el que más; hasta llegar a decir una vez en Villamarta, medio en serio, medio en broma: "Yo tengo en Jerez una calle con mi nombre: la calle Caracuel". Hoy día, y desde hace tiempo, Caracol tiene ya su calle en Jerez, la ciudad que él tanto amó y que tanto le amó a él.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios