Grandes del Flamenco

Molina, primera guitarra jerezana

Se nos ha dicho que esta edición del Festival de Jerez ha querido dedicarse especialmente, a las bailaoras y a los guitarristas. La verdad es que son numerosos los tocaores que este año están desfilando por los distintos escenarios. Entre ellos, tres jóvenes maestros jerezanos, los cuales parece ser que no han tenido mucho éxito que digamos en sus respectivas actuaciones, y bien que lo lamentamos. Estas tres figuras de la guitarra actual jerezana, las mejores que ahora mismo tenemos, han sido Moraito, Gerardo Núñez y Juan Diego, los cuales no estuvieron tan inspirados como en otras muchas ocasiones, según han dejado ver en sus comentarios mis compañeros de la crítica.

Pero, a ellos, no obstante, quiero dedicar este artículo sobre un verdadero grande de la guitarra, el más grande que Jerez haya tenido en todos los tiempos; porque, además, fue el creador de la escuela guitarrística jerezana, en cuyas fuentes los tres jóvenes mencionados han bebido; como antes bebieron otros muchos tocaores jerezanos a través de la herencia musical que Javier fue dejando en maestros como Rafael del Aguila, Cepero, Parrilla, el Carbonero, etc.

Sentada la base de que Javier Molina es, históricamente, la primera guitarra jerezana, quiero evocar hoy su figura, sintiendo muchísimo no ser yo, por desgracia, más entendido en música, para poder enjuiciar su toque, sus composiciones, como él se merecería; pues Javier todo lo que tocaba era suyo, había sido creado por él; constándome además que dejó numerosas partituras de su toque, escritas en papel pautado, que él mismo llegó a enseñarme; en más de una ocasión, y que lamentablemente se perdieron para siempre; sin que nadie sepa a dónde fueron a parar; y que hoy serían verdaderos tesoros para su estudio. Entre ellas, además de flamenco, había algunas composiciones para guitarra clásica; ya que el maestro lo mismo interpretaba una música que otra, siempre con su singular maestría.

Desde muy niño, acompañando a un ciego que tenía un teatrito de marionetas en la Alameda Vieja, Javier Molina alcanzaría la fama, después de que diera sus primeros pasos, en unión de su gran amigo Antonio Chacón, con el que recorrió primero los pueblos andaluces y, más tarde, toda España. Hombre culto y conocedor de su valía, llegó a escribir su propia biografía, narrando multitud de anécdotas; fue amigo de Lagartijo y otros grandes toreros; y el primer guitarrista que le tocó al gaditano Aurelio Sellé y al inolvidable Antonio Mairena.

A Javier le llegué a conocer y a tratar, en sus últimos años, visitándole frecuentemente en su casa de la calle Prieta, y tomando muchas veces con él café en el Bar Bolilla de la calle Arcos, siempre hablando de cante y de toque flamenco. Cuando contaba ochenta años le hice una amplia entrevista para el semanario “Dígame” de Madrid, donde yo escribía, organizándole, en 1954, un festival-homenaje benéfico, en el que actuaron la mayoría de los artistas jerezanos del cante, el baile y el toque. Entre ellos, nuestro común gran amigo y antiguo compañero suyo, Sebastián Núñez, el ilustre caballero de la guitarra, señor de la máxima elegancia flamenca, que quiso estar a nuestro lado en noche tan inolvidable, tocando la guitarra y dirigiendo artísticamente el festival.

Con Sebastián, su hijo Chano, y los cantaores Manolo Sevilla, Eduardo el Carbonero y Juan Acosta, participantes en el homenaje, iríamos a entregarle, pasadas unas fechas, la recaudación del festejo benéfico, ofreciéndonos el maestro una copa en su casa y tocando con Núñez, para que cantaran los tres cantaores presentes en el acto. Luego, remataríamos la fiesta en el antiguo “Telescopio” del viejo aficionado Fernando Macías Gaona, en la calle Ávila.

Anécdotas aparte, volvamos a la figura eminente de Javier, primero entre los primeros guitarristas que ha dado esta tierra, cuna de tantos y tan grandes artistas flamencos; quien sólo reconocía, por encima de él, a otro genio de la sonanta, a Ramón Montoya; quien, a su vez decía que Javier era mucho mejor que él; lo que Javier negaba siempre, llevado por su admiración, compañerismo y respeto hacia el gitano madrileño. Lo cierto es que tanto uno como otro fueron las dos cumbres de la guitarra de su tiempo. Y tras ellos, los Sabicas, Huelva, Niño Ricardo y Melchor de Marchena, que no le iban a la saga, ni mucho menos, modernizando los viejos toques de tan geniales maestros.

Con sus enseñanzas de los últimos tiempos, ya retirado de la profesión activa, Javier se definiría como el auténtico creador de la escuela jerezana de la guitarra flamenca, surgiendo a partir de sus lecciones varios seguidores de su toque, como Currito de la Geroma, Perico del Lunar, Rafael del Aguila, El Niño del Lápiz, Palmita, y algunos otros, entre ellos el Niño Ricardo que, prácticamente se hizo a su lado, y que era el alumno predilecto del maestro. Enseñando también a tocar a maestros del cante como Enrique el Mellizo, Dora la Cordobesa, Enrique Ortega y Fernando el Mezcle.

El cantaor y guitarrista Fernando el de Triana, en su famoso libro de “Arte y artistas flamencos” (Madrid, 1935), definiría a Javier como “el brujo de la guitarra”; añadiendo en un breve apunte biográfico que “es extraordinario este verdadero dominador del difícil instrumento de la guitarra”, ya que “Javier Molina es el guitarrista que más cuidado tiene en conservar los acompañamientos de los más difíciles cantes antiguos, pero sin dudar un átomo en el momento que el cantaor los inicie”.

Toques que Javier supo transmitir a todos sus discípulos; además de los suyos propios; sus creaciones como compositor; falsetas que aún hoy pueden ser reconocidas por oídos expertos, ejecutadas por otras manos de guitarristas de Jerez, pertenecientes a las nuevas hornadas. Porque el toque del maestro no se ha perdido, antes bien al contrario se ha ido expandiendo con el tiempo, perdurando y transmitiéndose de unos a otros, aunque pasando por los naturales arreglos y adaptaciones personales de unos y otros. Con lo cual, puede decirse que el toque de Javier, la música flamenca de Javier sigue estando viva.

Una música que sirvió para acompañar las voces de grandes genios del cante, de los que hace mucho tiempo figuran en los tratados flamencos, como viejos y gloriosos mitos. Tales los Marrurros, Paco la Luz, Juan Breva, El Canario, El Mellizo, El Mezcle, Chacón, Manuel Torre, el Chato de Jerez, Fosforito el viejo, la Niña de los Peines y muchos más, entre los que se cuentan también, aquellos otros mitos del baile de su tiempo, que fueron Ramirito, La Macarrona, Estampío, La Malena, La Sordita, La Gamba, Antonio el de Bilbao y tantas otras celebridades; pasándose media vida tocando en aquellas universidades del mejor arte flamenco que fueron el Café del Burrero y el Café de Silverio, en la Sevilla eterna del cante y del baile.

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