Festival de Jerez

La emoción estética

  • La bailarina madrileña Aída Gómez brilló, junto a su compañía, en 'Permíteme bailarte'

La madrileña Aída Gómez ya bailaba hace veinte años el ‘Fandango del Candil’, coreografiado por Mariemma e inspirado en el original de La Argentina. Anoche en el Villamarta lo reeditó luciendo una vez más su descomunal poderío escénico y su sofisticada y felina forma de moverse y caminar por las tablas. Con limpieza y esmero. Con su gorrito rojo, se mostró deliciosa y arrebatadora. Sutil, coqueta y preciosista en su contorneo y en su vibrante braceo. Un encanto.

La vida de entrega a la danza patria de Aída Gómez ha sido también, obviamente, una vida de entrega a la Escuela Bolera. Por tal motivo, es de suponer lo doloroso que debe de ser para ella comprobar año tras año cómo ese tesoro único en el mundo se desangra sin que nadie, aparentemente, lo remedie. Ahí, precisamente, surge la idea de Permíteme bailarte, la suite que trajo anoche a Villamarta y que ideó como una propuesta a caballo entre el homenaje a los grandes maestros —algunos de ellos fallecidos el año pasado, coincidiendo con su estreno— y el alegato por la conservación de la Escuela Bolera y toda la riqueza que ésta entraña. Un tesoro que a todas luces es excesivamente frágil, como pone de manifiesto la coreografía inaugural de la obra a la que pone música el compositor Juan Parrilla.

En catorce movimientos bien estructurados, en general con pocas fisuras, Gómez y su compañía derrocharon compromiso en pos de la recuperación de tamaño legado. Y lo hicieron a través de la conmovedora, y a ratos emocionante, fuerza visual de un montaje reconvertido en un universo sensorial licuado, en una arrebatadora avalancha de imágenes coloristas y músicas multiplicadas que trazaron un dinámico y ágil recorrido por alrededor de dos siglos de historia.

Bajo su supervisión y cediendo en todo momento protagonismo —síntoma evidente de veteranía—, Aída Gómez reconstruye bajo un testimonio de personalidad innegable toda la herencia de esa amalgama de corrientes y tendencias que es la danza española, con especial detenimiento en el uso de los palillos, que prácticamente aparecen en la mayor parte de los números que pudieron verse sobre el escenario. Un acierto y una suerte que siga habiendo tan buenos especialistas en su complicado manejo.

Pero si Aída gustó especialmente, descalza y con mantón, en la pieza de encajes y exhuberancia que dedica a Doña Pilar López y que da título al espectáculo, no le fue a la zaga Christian Lozano, su primer bailarín y ex del Ballet Nacional de España en la época justamente en la que Gómez estuvo al frente. Con un baile vigoroso y sumamente generoso en recursos, Lozano hizo vibrar en el pasaje de Carmen, de Bizet, dando vida al Torero; para tras el intermedio dar cuerpo propio a Asturias de Albéniz, donde compareció con botas rojas y ofreció una coreografía muy compleja, con arriesgados giros de cabeza y numerosas piruetas a gran velocidad. Con tensión y maestría. Hubo grandes momentos también de la compañía en el pasodoble Venta de vargas, en el fandango de Boccherini y en Capricho español, broche de oro de un espectáculo de formas barrocas e impronta manierista.

El virtuosismo y la depurada técnica del elenco que presentó una vez más la compañía de la bailarina no restó ni un ápice de fuerza e intensidad al montaje, cuidado al máximo y puntilloso en lo que a puesta en escena se refiere. Algo habitual, por otra parte, en todo lo que hemos podido contemplar de Aída Gómez cada vez que ha acudido a la llamada de la muestra jerezana.

Mención aparte merece la escenografía del cubano Roger Salas, que ha recurrido a creaciones de los pintores Antonio Clavé, José Caballero y Mariano Andreu, salvo en la serie de estampas ‘goyescas’ que inicia La gallinita ciega, para los telones que forman parte decisiva en la esmerada estética de Permíteme bailarte; que en suma no deja de ser un paseo renacentista en busca de la emoción estética perdida, de la fidelidad por una exigente disciplina que difícilmente casa con una sociedad actual arrasada por la ley del mínimo esfuerzo, por la vía rápida de la bacanal y el taconeo. Ese deprimente universo donde el arte se industrializa sin pudor entregado a los discursos más impersonales.

Por eso tiene aún más valor Permíteme bailarte. Porque aunque para algunos prácticamente todo lo que se plantee en escena no deje de ser tópico y visto —La vida breve tiene un toque psicodélico que la presenta renovada—, es encomiable el inconformista esfuerzo que Aída y su gente hacen por presentar una producción con un grado de elaboración muy superior a la media;por presentar una obra que, aun siendo para el gran público, tiene el sello propio que dejan los grandes nombres que congrega el Arte.

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