La crítica

El interminable sonido del tic-tac

  • Alicia Márquez y Ramón Martínez proyectan su baile hacia el pasado y el presente

No sé si será achacable a la crisis, a la situación que vive la cultura, o cualquier otro elemento minador, pero la sensación de angustia y desasosiego que pulula en este Festival es cuanto menos preocupante. En algo más de una semana hemos chocado de frente con numerosas propuestas en las que el elemento integrador es la oscuridad, el negro, la pesadumbre. Todo es una larga sombra que se proyecta sobre el escenario y que, indirectamente, transmite esa negatividad al espectador, que en muchas ocasiones asiste sin comprender nada de lo que se expresa. Sin llegar a generalizar, la mayor parte de obras exhibidas hasta el momento tienen un destello de este calibre. ¿Una moda? ¿Un estado de ánimo? ¿Una sensación?

El último en representarse, 'Los hilos del tiempo', responde al prototipo de espectáculo actual, minimalista y somero que basa su argumento en el manido paso del tiempo y en la manera en la que afecta al hombre. La muerte, la soledad, el amor, la amistad..., todos esos conceptos discurren durante la interminable hora y cuarenta y cinco minutos que dura el mismo, un tiempo, válgame la expresión, excesivo para un montaje con tan poca consistencia, y al que, si me apuran, se le queda un tanto grande un escenario como el Teatro Villamarta.

Coreografías interminables, y situaciones repetitivas acaban por aburrir hasta la saciedad y a empalagar en sobremanera. Es, en cierto modo, una creación supérflua, con detalles en el baile y en el aspecto visual, y poco más. Bueno sí, la línea musical que siguen Juan Requena y Óscar Lago llena bastante, como también lo hacen, sólo por momentos, las voces de Pepe de Pura y Antonio El Pulga.

Estructuralmente hablando, 'Los hilos del tiempo' alterna coreografías conjuntas, con Alicia Márquez y Ramón Martínez como únicos ejes de la escena, con apariciones individuales. Bien es cierto que hay mucho trabajo detrás a nivel coreográfico y eso se nota a primera vista. Se nota en el postrero baile por alegrías que efectúan ambos artistas, en la soleá que se marca Ramón, donde refleja un baile metódico y reposado, y en la elegante y sensual seguiriya con mantón y bata de cola que ejecuta Alicia Márquez.

Todo esto transcurre mayoritariamente con una escenografía lúgubre, que sólo se rompe en el último tramo, cuando tras un relleno por tangos, ambos bailaores se adentran en las alegrías de una manera más radiante.

Durante toda la obra asistimos a una dualidad constante, de un lado la que representa el baile femenino, que se refugia en esa escuela sevillana de Alicia Márquez, y por otra en el aporte varonil y recio de Ramón Martínez, dos maneras de gesticular, de moverse y de crear bien diferentes pero que logran el punto de equilibrio perfecto.

Baile

Los hilos del tiempo

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