XXIV Festival de Jerez | La crítica

La enciclopedia de Santiago

Mateo Soleá, en un momento de su recital en el Palacio de Villavicencio.

Mateo Soleá, en un momento de su recital en el Palacio de Villavicencio. / Manuel Aranda

Lo que más me gusta de Mateo Soleá es su compromiso con el cante. El anuncio previo a todo lo que va a cantar contribuye a una mejor comprensión de su arte, y a veces no estaría mal que dicha costumbre se extrapolase a otros compañeros.

Pero al margen de esta peculiaridad cada vez que se sube a un escenario, el cantaor del barrio de Santiago es una fuente de conocimiento, por eso cualquier recital que ofrece es casi como una enciclopedia de estilos y variantes.

A sus 69 años conserva su fuerza innata, aunque evidentemente, el paso del tiempo y la experiencia le han hecho canalizar mejor toda esa capacidad interpretativa que posee.

Con traje azul, camisa blanca inmaculada y pañuelo, también blanco, a la solapa, Mateo Soleá abrió su estreno en solitario en el Festival de Jerez por cantiñas, para continuar haciendo soleá apolá marcada por ese acento mairenero que tanto le gusta.

“Parece esto el tablao de Torres Bermejas, María, de lo alto que estaba”, comentó refiriéndose a María Vargas, ayer espectadora de lujo.

Por seguiriyas, el jerezano dio toda una lección de magisterio, encadenando estilos y gustándose en cada tercio. Se acordó primero de Manuel Torre, para continuar aludiendo a Paco la Luz. Ofreció entonces sus mejores momentos levantando los olés del público. Se acercó posteriormente a Diego El Marrurro para rematar con el macho atribuido a Tío Juanichi el Manijero, en un nuevo ejemplo de sabiduría.

La guitarra de Antonio Malena hijo, su sobrino, lo siguió siempre, intercalando su buen acompañamiento con diferentes falsetas, todas ejecutadas con especial limpieza.

“Voy a hacer el cante de Alcalá, me salgo, me rebusco y tiro pa otro sitio”, dijo antes de comenzar la soleá. Se le vio a gusto y dispuesto a darlo todo, como demostró en este cante, donde exhibió nuevamente su excelso bagaje. Gran conocedor de esta variante, el cantaor interpretó un amplio repertorio de letras, antes de ejecutar estilos de Teresa Mazzantini, Triana, Juan Ramírez y rematar haciendo los cantes de Juaniquí.

En el último tramo, Mateo Soleá regaló tres fandangos naturales con bastante solvencia, y realizó los cantes de trilla “los que hacíamos Ripoll y yo con Ana Parrilla”, recordó.

“Ponla al dos”, comentó a su sobrino para entonar la bulería corta de Jerez, esos cantes tradicionalmente arraigados al barrio de Santiago, y alguna que otra letra por cuplé, muy propia de los cantaores del mismo barrio décadas atrás. El público lo despidió en pie, aplaudiendo además la pataíta que se dio el joven Diego Méndez.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios