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Hablando en Plata

Los palos del baile flamencoLa soleá

Las soleares. Decirlo así parece que suena más flamenco; aunque los antiguos eruditos del siglo XIX, que eran muy refinados ellos, también decían "soledades" y se quedaban tan panchos, porque las gentes les entendía. Eran ellos los que no entendían a la gente, cuando decían soleá o soleares; porque ignoraban que el pueblo es siempre sabio, por encima de todas las cosas. Y aunque la soleá es un cante que expresa soledad, no es lo mismo una cosa que otra. Y eso lo saben estupendamente los flamencos que distinguen muy bien ambas cosas. Y el pueblo, los artistas de ese pueblo, jamás llamarían soledad a un cante y a un baile que sale de lo más profundo de su ser y nos pone la carne de gallina, cuando escuchamos su quejío y vemos bailar a una mujer hermosa, envuelta en la seda y los flecos de su mantón; a veces manejándolo como una capa torera, y otras convirtiéndolo en ventolera de revuelos; como si fuera una bandera multicolor; menta sobre menta, en volantes liada; con ecos de guadalquivires, guadaletes y geniles desbordados, bajos sus pies y sobre sus caderas y cabezas.

No hay nada más bello que ver bailar a una mujer por soleá, con toda la finura del mundo; mientras pasea y pisa, elegante y garbosa; moviendo sus brazos y sus manos con toda la gracia del mundo. O a un hombre, un bailaor, dándole la réplica con sobriedad y galanura, brotándole de sus brazos y botas la más cabal y gallarda marchosería, apenas levanta en el silencio sonoros requiebros con su taconeo.

Y me estoy acordando aquí de esos dos grandes señores del baile por soleá que son Blanca del Rey y El Güito, reyes por derecho propio de la soleá del mantón, la primera, y de la más austera manera de bordar las filigranas pintureras, el segundo; mientras hace encajes de bolillos, zapateando, como quien no quiere la cosa, y hace sonar a gloria, sus tacones.

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