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Educación

Agresividad y conflictos

LA agresividad,  tanto en la infancia como en la adolescencia, es uno de los comportamientos que más conflictos genera en el entorno familiar y en el entorno escolar.  Sin embargo, a pesar de las graves consecuencias que tiene tanto para la persona que la ejerce como para su entorno, aún no se conocen estrategias que sean útiles de la misma forma para todas las personas agresivas.

La investigación, en este sentido, se centra actualmente en  dos líneas de estudio fundamentales: por un lado en el estudio de la emoción de la ira, cómo y por qué se produce la ira, y por otro lado, en el estudio de los procesos que permiten controlarla y regularla.

Sobre la primera línea de estudio, uno de los modelos teóricos más funcionales y fácilmente comprensibles, explica la emoción en función de dos variables fundamentales. La primera es el nivel de activación fisiológica,  que debe ser elevado para que pueda darse una respuesta agresiva. La segunda condición para el desarrollo de una respuesta de ira es la valoración de los acontecimientos o circunstancias que provocan la emoción, es decir, la valoración debe ser negativa o displacentera.

Partir de esta conceptualización resulta muy útil para encontrar estrategias que ayuden a los menores o adolescentes a reducir sus conductas agresivas. Por un lado, puede resultar sencillo encontrar los motivos que pueden ser fuente de estrés y provocar un amento de la activación física para así evitarlos o resolverlos. Y por otro lado, es sencillo intentar entender cómo ha sido valorada la situación que ha provocado la ira, para así proporcionar perspectivas o interpretaciones  alternativas de la situación que  deriven en emociones  más agradables.

Sin embargo,  a veces,  la agresividad aparece incluso aunque se pueda evitar. La agresión aparece como una estrategia instrumental, es decir como una herramienta para conseguir lo que se desea en un momento determinado.  En muchas ocasiones la agresividad se ha aprendido en el entorno familiar. Muchos menores aprenden como sus padres controlan a sus hijos a base de gritos o fuertes castigos, consiguiendo así ciertos resultados. Entonces, la agresividad se convierte en una estrategia útil y válida para conseguir los objetivos y no tiene sentido intentar regularla.

De hecho,  la mayoría de los psicólogos comparten la idea de que existen dos formas distintas de agresividad: una agresividad reactiva y otra proactiva. La agresividad  reactiva es un comportamiento reactivo a una amenaza percibida y que suele estar relacionada con una activación emocional intensa, altos niveles de impulsividad, hostilidad y déficits en el procesamiento de la información (Reine et al. 2006). Mientras que la agresividad proactiva, tiene que ver con el aprendizaje social, y se entiende como una reacción más fría, calculada y organizada.

Habitualmente, estos tipos de comportamientos agresivos suelen ser excluyentes, pero en  muchas ocasiones ambos tipos de comportamientos  pueden darse de manera conjunta, llegando  a ser un importante predictor de conductas delictivas en la vida adulta. Sobre todo, si la agresividad aparece en edades tempranas (Odger y Russell 2009).

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