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Jerez

Altares, incienso y cera para montar una oficina cofrade

Jesús de Bustos junto a su mujer María Luisa posan en su altar decorativo.

Jesús de Bustos junto a su mujer María Luisa posan en su altar decorativo.

Jesús de Bustos es un vallisoletano de Tordesillas que lleva dieciocho años en Jerez. "El amor no tiene fronteras. Mi mujer es jerezana y aquí estoy desde que nos casamos", comenta. Jesús siempre miró con cierta lejanía las cofradías y las iglesias. "Ciertamente no era muy creyente. Mi mujer, sí. Por eso creo que la gran responsable de mi conversión es ella", argumenta desde el despacho donde regenta una conocida gestoría de la ciudad.

En cierta ocasión, se cruzó en su vida el Señor de la Misión Redentora, magnífica obra que esculpiera Fernando Murciano y que es titular de la cofradía de Picadueñas. "Aquello me impactó tanto, que al día siguiente fui a la parroquia del Corpus Christi a ver esa imagen. Fue nada más que verlo, y me entregué a Él", comenta.

Jesús de Bustos, desde entonces, se hizo cofrade. "Hasta hace relativamente poco no me he hecho hermano porque estas cosas hay que sentirlas. No tenía prisa por pertenecer a la nómina de hermanos. Pero desde la primera vez que lo vi ya no he dejado de colaborar con la hermandad", sostiene.

Ahora, en su oficina, desde hace ya algunos años, se monta una decoración muy 'semanasantera'. Muy cofrade todo. "Cada año voy mejorando. Tanto es así que ya estoy pensando en la del año que viene", dice con cierto orgullo el vallisoletano afincado en Jerez.

En cuanto a las diferencias entre la Semana Santa que siempre ha vivido en su tierra natal y la de Jerez es claro y directo: "Aquello es muy triste y sin gancho alguno. Aquí, con tan sólo las flores, la cera y los olores, ya es suficiente para enamorarte de lo que se vive", comenta.

Jesús de Busto es directo. No es persona de irse por las ramas. En este sentido, también hace su pequeña crítica a las cofradías. "Sólo hay algo que no comparto. Se habla mucho de marchas y de bordados y poco de cristianismo".

Su cambio fue más allá de lo puramente cofrade y se hizo profundamente creyente. "Daría mi vida por Cristo", sostiene sin pensárselo mucho. Un cambio en un jerezano de Tordesillas. Y todo porque habló un día en secreto con el Señor de la Misión. "Y mi mujer. Que ha sido siempre, y será, mi auténtico baluarte. A ella también se lo debo todo", concluye.

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