Alumnos y monaguillos del colegio San José de la Porvera

Jerez, tiempos pasados Historias, curiosidades, recuerdos y anécdotas

11 de diciembre 2012 - 01:00

A mi fraternal compañero y monaguillo, el Dr. Antonio Agarrado.

NO hace mucho hablaba a mis lectores de los niños de mi calle. Hoy quiero recordar también a algunos de los niños de mi colegio. Unos vivirán y otros no, lo ignoro, pero me parece que también tienen derecho a ser recordados. Y empezaré diciendo que mi colegio por excelencia, aunque estuve en varios, no fue otro que el de San José, de los Hermanos de las Escuelas Cristianas (La Salle), en la calle Porvera; aunque entonces se entraba y salía por una puerta trasera que daba a espaldas de la iglesia de San Marcos, por donde hoy sale la procesión de Cristo Rey y la Virgen de la Estrella, vulgo de "La Borriquita". Por allí, donde había una rinconera con un lavadero de botellas, salíamos ordenadamente, al término de las clases, al cuidado de uno de los hermanos, formando una fila de dos en dos, y así llegábamos hasta la plaza de la Compañía, donde se deshacía la fila y todos marchábamos corriendo a nuestras casas.

Hablo de la década de los años cuarenta. Eran los tiempos del Hermano Filoteo, como director, y de los hermanos Manuel, Faustino, Rafael, Samuel, y otros cuyos nombres no recuerdo. También hubo, en aquellos tiempos, dos maestros estupendos, que no pertenecían a la orden lasaliana: don Juan Zapata, que regentaba la sexta clase y don Mateo, que estaba en la séptima. Yo entré en la sexta, con don Juan Zapata, y seguí hasta la segunda B, en que ya dejé la escuela. Pero vamos a lo que vamos. A recordar a mis compañeros de colegio; los cuales, por cierto, aún no habíamos aprendido a hablar con esos horrorosos diminutivos, que utilizan los escolares de hoy que dicen cole, por colegio, profe, en vez de profesor, y seño, en vez de señorita. ¡Qué fea costumbre de los nuevos tiempos!

Del primer niño de mi colegio que más me acuerdo es de Joselito Agarrado, cuya muerte siendo aún muy chico, me causó un gran impacto. Su hermano Antonio Agarrado Porrúa, fue monaguillo conmigo, estando el Hermano Manuel encargado de la capilla del colegio. Antonio estudió medicina en Inglaterra y Estados Unidos y ha sido y es - aunque ya está jubiladlo - un médico muy prestigioso; habiendo sido director del Sanatorio de Santa Rosalía y de la Cruz Roja y presidente de la extinta Hermandad Medico Farmacéutica de San Cosme y San Damián, que radicaba - según creo recordar - en la iglesia de San Dionisio.

La labor de Antonio Agarrado, mi querido amigo monaguillo del alma, como profesional de la medicina fue reconocida por sus compañeros en un congreso de su especialidad, a nivel nacional, pues fue el primer cirujano plástico de la provincia de Cádiz; y recuerdo la anécdota de una amiga de mi hija que fue a Alemania a que la operasen de la nariz, y cuando el médico alemán se enteró que era de Jerez le dijo que por qué había ido hasta Alemania, teniendo en Jerez a un cirujano de la categoría internacional de Antonio Agarrado. Anécdota ésta que no se si Antonio conoce y recogió en su libro de memorias, "Historias de un bisturí", que yo le ayudé a publicar.

Recuerdo a niños de mi colegio que jugaban conmigo al futbol y, sobre todo, al frontón, con el hermano Faustino, en el patio del recreo. El Hermano Faustino fue el profesor del que conservo mejores recuerdos. Su nombre entero era Faustino Manuel Víctor Grande y era un tío extraordinario, de gran personalidad, con carácter muy vivo y dialogante con sus alumnos. Era, además, el encargado del coro del colegio, del que yo formé parte varios años, por lo que mi trato con él fue más asiduo que con los demás hermanos. Todo lo contrario del Hermano Rafael, de la cuarta clase, que a pesar de ser muy sensible para tocar el violín, no era nada dialogante y aplicaba como nadie, a sus alumnos, el conocido "jarabe de palo", por lo que los niños le pusieron el apodo de "Juan Centella", nombre de un personaje de tebeo que propinaba mamporros a diestro y a siniestro.

Pero hablando de los alumnos, quiero recordar a Palomino, que hizo la primera comunión conmigo, en la Compañía, llamándome la atención su traje, que era de pantalón corto, y de color blanco con rayas; también su peinado, con una especie de bucle, en medio; y a Orellana, otro monaguillo, hijo de un guardia civil. Igualmente, recuerdo a Alfonso López Jácome, que era todo un virtuoso tocando las palmas flamencas. Y a Fernando Pérez Lara, que sería archivero de San Dionisio con el P. Luis Bellido. Otro niño que recuerdo era Gabriel Gálvez, al que todavía veo con frecuencia. Y a Mariscal, un compañero estupendo que vivía por la calle Ídolos o Ponce y al que, hace años, le perdí la pista.

Había un niño que era el terror de todos los demás, porque le pegaba a todo el que se cruzara con él. Su padre tenía una tienda de tejidos en la calle Algarve. Otro chiquillo, buena gente, éste, vivía en el callejón de la Rendona, y su padre era desbravador de caballos, según me contó una vez; un oficio poco común.

En cuanto a los monaguillos, eran veintiocho en total. En mi época, el sacristán de la capilla, cundo todavía las misas se rezaban en latín, era el Hermano Manuel; y guardo una fotografía de la época, en la que estamos, entre otros, cuyos nombres no recuerdo, el ya mencionado Fernando Pérez Lara, que era de los mayores, y el mejor vestido de todos, junto a los que aparecen portando cirial. También figuran - arriba a la izquierda, con un incensario - Paco Pérez, que sería, con el tiempo, el mejor relaciones públicas que tuvieran, en toda su historia, las bodegas de Domecq. A su lado está Jerónimo Martínez Beas, fallecido hace unos años, de grato recuerdo, como industrial, como alcalde que fuera de nuestra ciudad y como hermano mayor de la Yedra. Un auténtico señor y un caballero. Inolvidable persona para los que le conocimos y tratamos.

Entre los monaguillos, cuyos nombres recuerdo, el único que se hizo cura fue Manolo Orge, que aparece en la fotografía, el primero a la derecha de la segunda fila, empezando por arriba. Y otro compañero muy conocido es Pepe Guerra Carretero, el hombre que más sabe de belenes de Jerez, abajo del todo, el segundo sentado a la derecha, después de otro monaguillo llamado Bravo y del que sostiene el cirial de la esquina, que fuera dependiente de Casa Porro y un formidable técnico de equipos de sonido. Al evocarlos, quiero rendir aquí homenaje a todos ellos - recuerde o no sus nombres, después de tanto tiempo -, en un momento en el que parece que tienden a desaparecer, en las ceremonias religiosas de nuestros templos, estos jóvenes y tradicionales acólitos de la Iglesia Católica.

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