Apuntes económicos y sociales en el Jerez de mediados del siglo XIX

Jerez en el recuerdo

A mediados del siglo XIX el sueldo medio de un jornalero o bracero era de unos nueve reales al día.

Apuntes económicos y sociales en el Jerez de mediados del siglo XIX
Apuntes económicos y sociales en el Jerez de mediados del siglo XIX
Antonio Mariscal Trujillo

Jerez, 31 de agosto 2015 - 01:00

El coste de la vida

Para orientarnos, comenzaremos por decir que a mediados del siglo XIX el sueldo medio de un jornalero o bracero era de unos nueve reales al día. Si bien los trabajadores de las viñas y bodegas como capataces, podadores, vendimiadores o arrumbadores solían ganar uno o dos reales diarios más. Dicho esto veamos el precio de algunas cosas para poder hacernos una somera idea de cómo lo pasaban aquellos que en nuestra ciudad les tocó vivir en dicha época.

Comencemos por productos de subsistencia tales como los comestibles. Antes debemos advertir que los datos que poseemos lo son en unidades de peso antiguas como arroba, celemín, libra u onza, medidas que hace muchos años dejaron de usarse, por lo que hemos tratado de convertirlos de forma aproximada a las medidas de peso y capacidad usadas modernamente en nuestro país como son el kilo y el litro. Así por ejemplo en la época aludida el aceite costaba unos 3,60 reales el litro; el bacalao 5 reales el kilo; el arroz 6,50; la carne de vaca 18 reales también el kilo; garbanzos y habichuelas 3 reales la libra (450 gramos); pescado de 6 a 8 reales kilo; judías 6,50 kilo; azúcar 8 reales; vino 2,50 reales el cuartillo (medio litro); pan 4 reales la hogaza (de aproximadamente kilo y medio de peso); y una capacha grande de carbón cisco o picón para cocinar o calentarse 8 reales.

Otros artículos como por ejemplo la ropa oscilaban entre los 40 reales de una chaqueta y los 15 de un pantalón, y un par de zapatos o botas entre 21 y 30 reales. En cuanto al tabaco, éste costaba entre 10 y 50 reales la libra (450 gramos) dependiendo de su procedencia, el más barato el de Brasil y el más caro el de Cuba.

En cuanto a lo lúdico vemos que por aquellos tiempos y en comparación con los precios de alimentos y vestidos era algo más asequible. A modo de ejemplo citaremos una función a celebrar en 1867 en un café cantante de la calle Larga. El programa era el siguiente: A las ocho y media una sinfonía; en segundo lugar la zarzuela "Entre las astas del toro"; a continuación un intermedio de piano y canto; y por último la comedia "Todas locas". El precio de la entrada, 3 reales, propina aparte y con derecho a una consumición. El programa añadía: "Se despachan lotes para cincuenta funciones". En cuanto el Teatro Principal de la calle Mesones el precio de las entradas para una representación teatral oscilaba entre los cuatro reales en patio de butacas y los diez en platea.

Comerciantes desaprensivos

Como en todas las épocas de la historia también en el XIX muchos comerciantes desaprensivos solían adulterar productos de primera necesidad como el pan y la leche para obtener así mayores ganancias. A este respecto un afamado médico de la época y director del Hospital de Santa Isabel, Manuel Ruiz de la Rabia, en un informe emitido en el año 1861, denuncia los frecuentes casos de adulteración de comestibles por parte de comerciantes desaprensivos. Al pan, por ejemplo, le añadían sulfato de cobre para darle más blancura, mejor aspecto y aumento de peso. La leche, que siempre se ha llevado la peor parte, tras diluirla con agua en proporción que podía llegar hasta un 50 %, le devolvían la densidad y sabor con azúcar de caña, fécula, almidón y dextrina, y para corregirle el color recurrían a clara de huevo, gelatina y hasta zanahorias cocidas. Menos mal que antaño estos aditivos tenían la ventaja de ser en su mayor parte de origen natural.

Para tratar de evitar estos abusos el Ayuntamiento preveía fuertes sanciones, y cuando la inspección detectaban pan falto de peso o de cochura era inmediatamente decomisado, esto si era la primera vez, ya que a la segunda además del decomiso llevaba aparejada una sanción de 100 reales, la cual aumentaba a 300 si reincidía por tercera vez, lo que llevaba consigo la pérdida del permiso de fabricación para que no pudiera ejercer su oficio en esta población ni fuera de ella.

La asistencia sanitaria

Pocas opciones para tratamiento de sus enfermedades tenía el pueblo llano por aquella época, salvo el Hospital Municipal de Santa Isabel fundado en 1841 casi siempre destinado a enfermedades graves y a la precaria cirugía de entonces. Para un jornalero acudir a un médico o una la botica en caso de enfermedad le suponía frecuentemente cuando menos dejar a la familia sin comer ese día, por lo que normalmente se solía utilizar remedios caseros o los consejos de la "sabia" de turno, acudiéndose al médico en casos que se adivinaban graves. Para mitigar estas situaciones en septiembre de 1868 el municipio aprueba un primer reglamento sobre la "Beneficencia Domiciliaria". Este proyecto no se llegaría a materializar hasta diciembre de 1879 con la implantación en nuestra ciudad de la Asistencia Pública Domiciliaria. Su fin era el prestar servicios médicos y farmacéuticos a los enfermos pobres, Y ello en cumplimiento del decreto del gobierno central que obligaba la existencia de este servicio en todas las poblaciones de más de 4.000 habitantes. Su reglamento lo describe así:

"Tiene por objeto llevar a domicilio los auxilios de la caridad y de la ciencia médica, a todos los individuos pobres y enfermos, que tengan su residencia en la población y se hallen inscritos en el Padrón de Beneficencia".

Y tenían derecho a su inscripción en el citado padrón, las viudas con niños pequeños, los padres de familia con más de sesenta años o impedidos, empleados o jornaleros con sueldos insuficientes y con familias numerosas; así como aquellos jornaleros casados y jefes de familia cuando lleven al menos 15 días sin trabajar.

Una condición indispensable para que pudieran ser atendidos estos enfermos a domicilio era que tuvieran una casa o habitación en buenas condiciones de salubridad e higiene, una cama y los medios indispensables, así como un familiar al menos, que se hiciera cargo de su cuidado. De no existir estos requisitos el enfermo debería ser trasladado al Hospital de Santa Isabel.

El precio de los títulos profesionales

Obtener el título de abogado, médico o de cualquier otra carrera universitaria superior para poder ejercer dicha profesión tras haber obtenido la licenciatura tenía un coste de 100 reales, más otros 80 cada año. Pero si el licenciado obtenía plaza como catedrático en la Universidad tenía que pagar al tesoro 200 reales para poder ocupar su cargo. Aunque eran los escribanos los que más dinero tenían que satisfacer al fisco para ejercer su profesión, el importe estaba establecido en la época que nos ocupa en 550 reales. Eran los maestros de escuela y los agrimensores los que tenían estas tasas más bajas, los primeros 30 reales y 40 los segundos. Y por último la expedición de una licencia de armas de cualquier clase llevaba aparejado un coste de 120 reales.

Y los de la nobleza

Pero estos importes eran una pequeñez comparados con los que tenía que satisfacer la nobleza para ostentar su título una vez concedido o heredado. El título de vizconde o barón costaba 4.000 reales; el de conde o marqués 8.000 y el de Grande de España 11.000. Claro que a cambio gozaban de numerosos privilegios personales y hasta tributarios.

Con estos apuntes hemos pretendido dar un ligero repaso orientativo sobre el coste de la subsistencia en nuestra ciudad en tiempos ya lejanos. Si bien los precios que se señalan corresponden a la década de los sesenta del siglo XIX, algunos de estos variaban enormemente en función de la climatología y, por ende, de las buenas o malas cosechas, llegando en épocas de sequía a producirse una gran carestía en los alimentos básicos al vaciarse los graneros y debilitarse los animales hasta incluso morir al agotarse los pastos. Ello obligaba a importar trigo y otros suministros desde el extranjero, mucho más caros lógicamente, por lo que en no pocas ocasiones estas circunstancias daban lugar situaciones de hambre y enfermedades entre las clases más desfavorecidas que el Hospital Municipal de Santa Isabel se encargaba de paliar por cuenta del municipio repartiendo a diario cientos de raciones de pan entre los pobres, al ser éste el medio más eficaz disponible para evitar enfermedades y epidemias.

FUENTES: Rodríguez del Rivero A., Notas curiosas para la historia de Jerez, en Diario Ayer, 13/8/ 1942. Góngora, A, Materiales para la historia de la M.N. y M.L. ciudad de Jerez de la Frontera, reedición de C.E.H.J., Jerez 1976. Mariscal Trujillo A. La Sanidad Jerezana 1800 - 1975, Eje editorial, Jerez 2001

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