Arte y tradición en la Nochebuena jerezana

Navidad 2015 aCTOS

Segundo y último extracto del pregón de la Navidad de la Asociación de Belenistas de Jerez

Arte y tradición en la Nochebuena jerezana
Arte y tradición en la Nochebuena jerezana
Antonio Mariscal Trujillo

11 de diciembre 2015 - 01:00

QUIZÁS los recuerdos más hermosos de mi niñez fueron aquellos en los que ayudaba a mi padre a montar nuestro nacimiento. Unos cables negros sobre unos aisladores blancos clavados en la pared, que darían corriente a media docena de bombillas teñidas con laca de uñas o cubiertas con papel de celofán, otra bombilla grande para imitar la luz del día. Una mesa de regular tamaño hecha con tablas de cajones, serrín de la carpintería y anilina verde de la droguería de la plaza de Plateros para teñirlo. Escoria o carbón de cok de la fragua de junto a mi casa para la gruta, de la que salía un río hecho de hojalata, y una fuentecita a su lado de la que manaba un chorrito de agua proveniente de un irrigador de farmacia colgado en la pared. Una embocadura formada por un arco de ramas de palmera que traía yo arrastrándolas desde el parque o desde otro lugar donde las estuviesen podando. El misterio cobijado bajo corcho, los pastores de arcilla, algunos mancos otros cojos, las ovejitas y las casitas hechas con cartón de cajas de zapatos pintadas de cal, todo ello adornado con lentisco y musgo. Eso era todo lo necesario para convertirse en el eje central de la Navidad en aquellos ya lejanos tiempos.

Habían llegado las vacaciones de Navidad, a mi colegio de La Salle íbamos cada mañana los niños del coro a ensayar la misa del Gallo. Al terminar, casi siempre, me acompañaban a casa algunos compañeros para ver mi nacimiento. ¡Qué orgullo!, qué satisfacción mostrar a mis amigos aquel mi particular tesoro. Mira, mira el castillo de Herodes allí arriba, y aquel patito de plástico flotando en el agua, y la candelita, y la estrella de oriente, y los reyes magos, y el puentecito, y la mujer con el cántaro y otra lavando, y la mulita y el buey, y los pastorcitos, y la Virgen con el niño. Luz que se apaga, luz que se enciende ¿Son relámpagos? Sí son relámpagos. Ahora se hace de día, las bombillas de las casitas de apagan con una vuelta de llave, y se enciende la bombilla grande con otro interruptor. Ya ha amanecido en aquel diminuto mundo de fantasía e ilusión.

Hay quien afirma que los recuerdos tormentos del hombre son. Para mí no, y debe ser porque los llevo grabado a fuego en ese lugar diminuto y oculto que debe haber en nuestro cerebro donde se almacenan las vivencias más hermosas de la vida.

Me viene también a la memoria aquel año en el que el Hermano Luciano nos enseñó ese bellísimo villancico centro europeo que es Noche de Paz. En aquellos años 50 todavía era casi desconocido por estas latitudes, y en la Nochebuena de 1956 Noche de Paz sonó por primera vez en San Juan de Letrán al terminar la misa del Gallo. La gente ya salía del templo cuando desde el coro nuestras voces infantiles acompañadas por un armonio llenaron el aire de aquella iglesia. La gente que aún estaba dentro paró al oírnos alzando sus miradas hacia el coro, los que ya estaban fuera volvieron a entrar y la emoción invadió a todos.

Allí también estaban mis padres, y cuando todo terminó y nos disponíamos a marchar a casa, decidimos acompañar a su casa en calle Francos a un compañero de clase que había ido sólo a la misa, sus padres no estaban con él. Todavía en el cruce de la Alameda Cristina con Porvera, un guardia dirigía la poca circulación de entonces, rodeado de numerosos regalos que la gente iba depositando en ese punto como aguinaldo. Una costumbre que iniciaron los americanos de la Base de Rota y que éstos a su vez copiaron de Italia cuando la invasión en la Segunda Guerra Mundial. Costumbre que perduró en Jerez durante más de una década como algunos de ustedes recordarán.

Llegamos a la casa de aquel amigo, subimos, llamamos a la puerta y su familia nos invitó a entrar. Inmediatamente comprendimos porqué Ángel había ido solo a la misa del gallo. Su padre y dos de sus hermanos eran invidentes. Allí permanecimos con ellos celebrando la Navidad hasta altas horas de la madrugada en una de las más entrañables y gratas veladas que recuerdo. Nunca olvidaré aquella Nochebuena.

Villancicos y coplas

Sopla el invierno su gélido aliento, convirtiendo el rocío en escarcha y diluyendo las nubes del aguacero. En tanto, los braseros de picón se abrigan bajo las enaguas de la mesa. Llega el 8 de diciembre, día de la Purísima, y la tradición ordena se pongan los nacimientos. El portalito de corcho cobija y guarda el misterio inefable, por caminitos de arena avanzan los pastores, un puente de cartón se refleja en un río de espejo en el que lava una mujer. En torno suyo, chicos y grandes cantan villancicos.

Suena la zambomba estrepitosamente, con acompañamiento de latillas prendidas en una pandereta. Los dedos resbalan por el carrizo, las vecinas de la casa salen al patio atraídas por el ruido. ¿Qué no van acordes? El run run de la zambomba lo disimula todo. Una voz se impone, la de mi tía Encarna, las demás le siguen: "Madre en la puerta hay un niño", "una pandereta suena y yo no sé por dónde va" ¿Pero es que no vamos a cantar el trébole? A mí me hace mucha gracia "el maldito calderero" decía yo a mi madre con voz trémula.

El bullicio va en crescendo; en toda la casa y hasta en la calle resuena la algarabía y las coplas; esos lazos de oro que unía a la gente, y que el modernismo quizás haya roto.

¿Pero que cantan ahora? ¿Donde está Casablanca? ¿Qué es una morería? preguntaba yo. Y una vecina del piso de arriba que sabía mucho de eso porque se lo había contado su abuela me decía: Es un viejo romance de los tiempos de los moros, que los juglares iban cantando por los pueblos. ¿Y qué son juglares? Cuando ya fui mayor y oía esa copla siempre me preguntaba cómo se había conservado a lo largo de los siglos, algo que un día lejano cantara un forastero por las calles de Jerez. A lo mejor sería porque Jerez era una ciudad fronteriza con el reino moro, y por ello guardó esos romances al igual que los arcos mudéjares sostienen desde entonces los techos de San Dionisio.

Años después, e interesado por estos temas supe que fue en el Siglo de Oro cuando estos romances alcanzaron su máxima popularidad. Llegado el siglo XVII estos temas decaen, pierden su vigencia y se transforman en burlescos, quedando sólo en la memoria popular.

Un claro ejemplo es la copla que cuenta la historia de un caballero que al pasar por Casablanca vio a una bella mora lavando y le pide deje beber a su caballo, y ella le contesta que no es mora sino cristiana cautiva. Entonces el caballero prendado de su belleza la monta a la grupa y la trae a España. Pero ¡oh sorpresa! Al llegar a tierras andaluzas la dama reconoció sus montes de olivos y su casa. ¡Oh Dios mío lo que oigo, pensé que traía una esposa y lo que traigo es una hermana!. Un romance popular, profundamente estudiado por la investigadora María Jesús Ruiz y publicado en 1991, que emana, según ella, de un poema austríaco del siglo XIII que cuenta una historia similar aunque en este caso situada en Centro Europa. Posteriormente llega a España, cambia de escenario y letra, y Jerez lo adopta como propio. Curiosamente, sabemos que todavía se canta algo parecido en diversas comunidades de origen sefardí de Marruecos.

Caso similar es el de los "Segadores" que fueron contratados por una misteriosa dama que luego los incitó a que le hicieran un particular "trabajo" pero en su cama, tras lo cual los asesinó. Y qué decir del popular "Marinerito Ramiré". Copla interpretada tradicionalmente en tiempos muy lejanos en Salamanca cada domingo de Resurrección, cuando las prostitutas que habían sido recluidas durante la Cuaresma en un castillo, río Tormes arriba, eran liberadas y bajaban en unas barcazas hasta la ciudad mientras la gente en las orillas cantaba este romance.

Al referirme a estas coplas cantadas en las populares zambombas, no puedo dejar de evocar como figura principal de este rico folklore musical a ese otro inmenso, único y rico ramillete de villancicos populares con los que Jerez canta la venida del Niño Dios. Cánticos inefables de una fe que se clavó en el alma popular, llenos de ingenuidad y de candor; ofrenda espontánea al misterio sublime y excelso que iluminó al mundo. Designio celestial que hace a Dios Hombre para unir a los hombres en un lazo divino de caridad y amor.

A lo largo de los siglos estos villancicos y coplas de la Nochebuena se vinieron transmitiendo de generación en generación, sin que nunca fueran escritas, salvo una recopilación que en los años treinta del pasado siglo hiciera el maestro Álvarez Beigbeder, pero que no fueron recogidas en registros sonoros. Cosa que no llegó a ocurrir, al menos que sepamos, hasta medio siglo después. Como dato curioso, en los trabajos de campo realizados por algunos investigadores en dicha época, siempre fueron mujeres, sobre todo las de avanzada edad, las que recordaban perfectamente letras y canciones, lo que viene a demostrar que la tradición ha sido transmitida por vía materna. Centenares fueron las coplas y villancicos que fueron aflorando en las década de los 80 y 90 que habían estado conservados durante siglos en ese archivo indeleble e intangible como es la memoria popular, siendo transmitidas a través de generaciones.

El cambio de los tiempos

Avanzada la década de los sesenta del pasado siglo XX, estas fiestas populares, siempre espontáneas, que se iniciaban el día de la Inmaculada y acababan justo en el día de Navidad, comenzaron a languidecer lentamente. Los tiempos habían cambiado y también las formas ancestrales de vida de los jerezanos. Como por encanto surgieron modernos bloques de viviendas a las afueras de la ciudad y la mayoría gente se fue a vivir a ellos, quedándose aquellos floridos patios de nuestra niñez y, por ende, la convivencia vecinal y sus zambombas, solamente en un recuerdo.

Durante un cuarto de siglo apenas se oyeron zambombas en Jerez, hasta que un día, ya entrada la década de los ochenta, aquella "pandereta suena que no se sabe por dónde va" volvió a sonar mágicamente por todas las esquinas, y "los caminos se hicieron con agua viento y frío" hasta llegar al "río de Cartuja que era de vino", no sin antes pasar por "la calle de San Francisco que es larga y serena, que tiene cuatro faroles y bien merecía los cañones de la artillería". Y así sonaron con alegría los cánticos de nuestra tierra. Fue el hechizo de unos jerezanos llamados belenistas con los que tuve la dicha de volver a vivir una zambomba al cabo de muchos años en las antiguas instalaciones de las bodegas Garvey de la calle Guadalete. Con ellos, al principio con mi recordado amigo Pepe Guerra, y más tarde con mi querido Vicente Prieto al frente, se revivió, junto a un puñado más de jerezanos, una tradición casi perdida aunque conservada en la memoria por los más viejos del lugar. Y aquellas coplas y aquel jolgorio de antaño volvieron a llenar el aire de Jerez, ahora ayudado por unos registros discográficos que editó nuestra perdida Caja de Ahorros.

Ya casi no quedaban vecinos en los floridos patios de Jerez, pero en patios se convirtieron las peñas flamencas, los locales de las cofradías y asociaciones, los portales de bloques de barriadas, las naves bodegueras e incluso calles y plazuelas. Y el rito volvió, con nuevas formas, pero volvió. Hoy lamentablemente nuestra ancestral tradición, es preciso decirlo, en determinados sectores se está deteriorando en su esencia. Los bares, los neo tabancos, los pubs, las discotecas y otros establecimientos hosteleros se encargan de ello transformando lo que un día fuera sentimiento en un negocio más.

Para muchos nuestras fiestas navideñas dejaron de ser una entrañable tradición, algo que siempre formó parte importante de nuestra identidad para transformarse en otra cosa muy distinta: una juerga, un espectáculo, una movida, un baile discotequero y hasta un botellón. Confío que aquí no se llegue por ciertos sectores a dar el apelativo de laicos a belenes y zambombas al ejemplo de otras celebraciones con las que el laicismo imperante en estos tiempos trata de sustituir las tradiciones cristianas. Afortunadamente para muchos, como los que hoy estamos aquí, así como para cientos y cientos de familias, la Nochebuena jerezana sigue y seguirá siendo todo un sentimiento emanado de una valiosa tradición secular. Tradición conservada por los jerezanos en un arca de plata que, cada año, al comenzar el mes de diciembre, se abre como un maravilloso castillo de ardiente y multicolor fuego, para inundar con su luz, sus sones y su espíritu a nuestros hogares, a nuestras familias, y también al limpio aire de Jerez. Epílogo

Pasan los años convirtiéndose en siglos. Cambian las modas, las costumbres y hasta las palabras pierden su significado. Todo se olvida. Lo pintoresco, lo típico, lo tradicional desaparece. Modismos nacidos del pueblo, desarrollados en el cálido ambiente de los barrios populares, son barridos con las escobas diligentes de lo nuevo y cual hidalgo Quijote, destruye con su espada flamante el retablo en el que Maese Pedro conservaba la tradición.

Viejas y encantadoras costumbres de nacimientos y villancicos sin libreto; de pestiños, anises, mieles y candelas; de vecinos en armonía, de paz, de amor, de fraternidad, de canciones pretéritas, de costumbres entrañables de un pasado glorioso. Y todo sublimado por la Fe cristiana en el tiempo sagrado de Adviento.

Muchas gracias y feliz Navidad a todos.

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