Tribuna libre

Benedicto XVI a los Europeos

COMO san Pablo se dirigía a los Corintios, a los Gálatas, a los Romanos, y demás comunidades que anteriormente había establecido para darles aliento de fidelidad y criterios de juicio y valoración desde la fe, lo hace ahora el Santo Padre con sus escritos y sus viajes. En reciente ocasión lo ha hecho desde Santiago y Barcelona a los Europeos, y en circunstancias bien marcadas, el jubileo del Año Santo Compostelano y en la Dedicación del templo de la Sagrada Familia.

No es un rinconcito cualquiera de la ciudad la Plaza del Obradoiro, el estupendo “atrio” de la catedral de Santiago. La acertada colocación del altar, esquinado, para la celebración de la Misa de Benedicto XVI, el pasado 6 de noviembre, la realzó de modo particular. Hizo que los nobles y hermosos edificios que la jalonan contribuyesen todos a la magnificencia de la solemne Eucaristía. También los medios de comunicación han estado a la altura de las circunstancias y han seguido la ceremonia con generosidad y calidad muy cuidada. Pero los destinatarios de las palabras del Sumo Pontífice somos muchos, de muy diferentes capacidades para recibirlas y asimilarlas. Yo quiero decir algo y ofrecer mi ayuda haciéndome eco de lo esencial de sus homilías, facilitando o suscitando su lectura.

Vino el Papa como peregrino, como tantos que llegan a Compostela “sedientos de la fe en Cristo resucitado”, anunciada y transmitida fielmente por los apóstoles, y confirmada ahora para nosotros por el sucesor de Pedro. Con alegría, decisión y fortaleza hablaban de Cristo sus discípulos, y con ese mismo estilo hemos de actuar nosotros, los fieles de la Iglesia. Como el peregrino a quien en su  oración  Dios le alumbra para que le encuentre, le reconozca en Cristo y de testimonio.

Como mensajero del Evangelio, dice el Papa, “quiero volver la mirada a Europa”. A esa forma de abanico en toda su superficie y confluyentes en el sepulcro del Apóstol. ¿Qué necesita Europa? ¿Cuáles son sus temores y esperanzas? ¿Cuál es la aportación específica y fundamental de la Iglesia a esta Europa de hoy? Se contesta rotundo Benedicto XVI: “que Dios existe y que es el que nos ha dado la vida. Sólo Él es absoluto, amor fiel e indeclinable, meta infinita que se trasluce detrás de todos los bienes, verdades y bellezas admirables de este mundo; admirables pero insuficientes para el corazón del hombre. Bien lo comprendió santa Teresa de Jesús cuando escribió: sólo Dios basta”.

Qué tragedia, se duele el Papa, que a partir del siglo XIX, en el solar europeo se divulgase la afirmación de que Dios es el antagonista del hombre y el enemigo de su libertad. Pero ¡si Dios envió al mundo a su Hijo Jesucristo a fin de que nadie perezca! Y el Libro de la Sabiduría nos interroga ¿cómo hubiera creado Dios todas las cosas si no las hubiese amado? ¿O cómo se hubiese revelado a los hombres si no quisiera velar por ellos? A éstas y más preguntas análogas responde el Santo Padre rotundo: “Europa ha de abrirse a Dios, salir a su encuentro sin miedo, trabajar con su gracia por aquella dignidad del hombre que habían descubierto las mejores tradiciones… Ese Dios y ese hombre son los que se han manifestado concreta e históricamente en Cristo”. Rostro humano de Dios y humanidad divina. Cosido por amor lo encontramos en los cruceros de los caminos y realmente presente y hecho alimento en la Eucaristía, celebrada y custodiada en los templos.

La Dedicación del templo de la Sagrada Familia fue buena razón para la presencia del Santo Padre en Barcelona el día 7 de noviembre. Qué bonita, qué gratificante, qué espectacular, qué piadosa y solemne fue la ceremonia litúrgica oficiada por Benedicto XVI. El templo tiene como alma y artífice del proyecto a Antoni Gaudí, arquitecto genial y cristiano consecuente. “Al dedicarlo ofrecemos a Dios una inmensa mole fruto de la naturaleza y del trabajo inconmensurable de la inteligencia humana, constructora de esta obra de arte. Introdujo Gaudí piedras, árboles y vida humana dentro del templo para que toda la creación convergiera en la alabanza divina, pero al mismo tiempo sacó los retablos afuera para poner ante los hombres los misterios de Dios”. Los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos de la vida de Cristo toman forma en las fachadas. Es el templo de la Sagrada Familia en verdad un espacio sagrado que lleva a Dios; un Dios que se nos ha revelado en Cristo como Dios con los hombres. Por eso encarecía san Pablo “mire cada cual cómo construye, porque nadie puede poner otro cimiento que Jesucristo”.

Desde siempre el hogar formado por Jesús María y José, ha sido considerado como escuela de amor, oración y trabajo; el paradigma de la verdadera piedad, del amor a la vida desde su concepción hasta su término natural, y del valor santificador del trabajo. Rogaba el Papa al final de la ceremonia, que la gracia de Cristo brote abundante desde este templo y desde este altar en que se consumará el Sacrificio de su amor, a la vez que imploraba la protección de la Virgen para que los pobres encuentren misericordia, los oprimidos alcancen la libertad verdadera y todos los hombres se revistan de la dignidad de hijos de Dios. Amén

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