Brianda es nombre de mujer

Hija de Pedro Domecq González, artífice de la Casa Domecq en México, y de la americana Elizabeth Cook, habla en esta entrevista de sus inquietudes y de sus once días de secuestro.

Brianda posa junto a un ojo de buey en en el edificio de nueva planta rehabilitado en la calle Caballeros, 33, donde nació su padre Pedro.
Brianda posa junto a un ojo de buey en en el edificio de nueva planta rehabilitado en la calle Caballeros, 33, donde nació su padre Pedro.
Juan P. Simó Jerez

18 de octubre 2015 - 01:00

Jerez. Años treinta. El estallido de la Guerra Civil obliga a las poderosas familias a buscar refugio en el extranjero. En el hogar de Pedro Domecq González, Perico, y sus cuatro hijos, la escena es idéntica. Perico Domecq era el primogénito de catorce hijos que María de las Mercedes González y Gordon dio a don Manuel de Domecq y Núñez de Villavicencio. Está casado con una jerezana de familia de abolengo, Blanca Zurita de los Ríos, con quien ha tenido cuatro criaturas: Pedro, Mercedes, Manolo y Blanca.

Consciente del riesgo, Perico envía a su mujer Blanca y a los cuatro niños a vivir a Tánger. El padre permanecerá en Londres. Tiempo después, viajará hasta los Estado Unidos; en Nueva York levantará con el tiempo diversos negocios que servirán de trampolín para instalar la Casa Domecq en Méjico, que será empresa subsidiaria desde 1956. En Estados Unidos, Pedro, ya divorciado de su primera mujer, casa en segundas nupcias con una americana, Elizabeth Cook, Betty, que le dará dos hijos: Brianda y Miguel.

Hablemos de Brianda, el nombre que Perico pone a su hija "para distinguirla caso de casarse con el apellido Smith, tan corriente". Mujer muy atractiva, guarda un enorme parecido con su madre. Hoy día, Brianda es una mujer activa e inquieta, licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas por la Universidad Autónoma de México (UNAM), donde se doctoró, y ha escrito un total de nueve libros entre novelas, ensayos y cuentos. En el primero de ellos, "Once días... y algo más", narró el secuestro que sufrió por parte de delincuentes comunes --que exigían un rescate de 5 millones de pesos mexicanos- el año 1978 en México y del que fue liberada por la Policía de aquel país. Casada con el médico mexicano Fernando Rodríguez, del que se divorció, tuvo dos hijos que andan por el mundo y siete nietos. Ahora se encuentra siguiendo los pasos de su inmensa genealogía. Reside en la localidad francesa Salies de Béarn, de donde los Domecq partieron hace siglos hacia Jerez. Ha repetido ese viaje y ha pasado unas semanas entre nosotros.

-¿Qué le ha traído de nuevo a Jerez?

-Estoy haciendo una genealogía de mis dos familias. Por un lado la ascendencia de mi madre por la línea de las mujeres y, por otro, la ascendencia de mi padre por la de los varones.

-Usted nace en Nueva York pero se cría en México.

-A los 9 años, en 1951, mi padre va a México e inicia los primeros contactos para establecer la Casa Domecq en ese país. Le dice entonces a mi madre, Elizabeth Cook, que va a estar todo el año viajando a México y mi madre le pregunta que por qué no nos vamos la familia a vivir a México. Mi padre le dijo: '¡Vamos a preparar otros dos 'Martinis'! Y, después del segundo, acordaron marcharse a México. Y yo entonces tenía nueve años y, claro, nadie me pidió mi opinión.

-¿Le explicó alguna vez su padre la decisión que le llevó a marcharse de Jerez?

-Es que a mí no me concernía, no era esa mi vida, esa no es mi historia. Realmente él no hablaba de eso con nosotros. Teníamos una nueva madre, que era norteamericana, Elizabeth Cook. Claro que sabíamos que existían unos hermanos, pero vivíamos en México. Yo recuerdo sólo que mi padre dijo que no quería matar a nadie, que no estaba dispuesto a participar en la Guerra Civil, que ya había tomado parte en una campaña en África y no estaba dispuesto a pegarle un tiro a nadie. Esa era una de las razones para no volver. Pero mi padre se divorció de su primera esposa en Reno Nevada, porque entonces en España no estaba reconocido, aunque en los Estados Unidos era legal.

-¿Trató a sus 'medios hermanos' de Jerez?

-Manolo me conoce en México cuando yo ya tengo 23 años y él 31. La verdad es que nos llevábamos muy bien. Un día fuimos juntos a la Basílica de Guadalupe y no paramos de hablar todo el tiempo.

-¿Cómo lo ha encontrado ahora, a su regreso a Jerez?

-Magnífico. Ese pelo blanco le queda de maravilla. Lo veo guapísimo.

-¿Cómo transcurre esa infancia en lugares tan diferentes?

-La verdad es que cuando llegué a México, noté una sensación de pérdida de raíces porque yo me había educado en Estados Unidos. Ir a México, cambiar de idioma en un país que no conocía, contar de repente con servicio en la casa, porque en Estados Unidos lo hacía todo mi madre. Ya podían salir ellos por la noche y dejarnos al cuidado de las 'nanas'. Era muy diferente, pero ahora lo agradezco mucho porque contar con tres culturas y ahora una cuarta que estoy viviendo en Francia es una maravilla.

-¿Cómo era su padre Pedro?

-Alto, guapo… Recuerdo que llegaba todas las tardes a las siete a casa y cuando llegaba era como si trajera la fiesta. Yo creo que realmente estaba enamorada de mi padre. La gente se sorprendía porque él era un hombre muy sensible. Le gustaba la casa, coger un velero y navegar en el valle del Bravo, le gustaba observar pájaros, era un gran observador de aves, tenía su lista…También cazaba, pero cazaba para comer.

-Me consta que mandaba más que el presidente López Portillo.

-Mi padre era un hombre muy querido. Le puedo decir que no dejó de ir un solo día a las bodegas hasta que murió. Ya al final de su vida, cuando le costaba andar, hacía el recorrido por todas las bodegas montado en un pequeño coche de golf. Su interés básico es que sus trabajadores tuvieran todo lo que necesitaban. Los adoraba. Y eso lo aprendió de su padre.

-¿De dónde saca esa vena escritora?

-Yo siempre quería escribir desde muy pequeña. Cuando mis hijos ya van a la escuela, entro en la Universidad a hacer mi carrera en Lengua y Literatura Hispánica y es cuando empiezo a escribir. Cuentos, ensayos y muy mala poesía, por cierto. Y haciendo el doctorado, es cuando me secuestran. Y la experiencia del secuestro me dará la oportunidad de escribir mi primera novela. Porque la escribo como una novela no como un documento. Se llamó 'Once días... y algo más', que ha vuelto a reeeditarse en Estados Unidos. Tenía estructura de novela. Un día pregunté a un crítico amigo mío, que había escrito sobre la novela mexicana del siglo XX pero no había incluido mi libro. Y me contestó: 'Porque tú no inventaste nada'. Le dije: '¿Estuviste conmigo secuestrado para saber que yo no había inventado nada?' De ahí, seguí diciéndole, entre ficción y realidad, que encuentre quien lea mis libros dónde está la raya.

-Me asombró esa forma de abandonar el cautiverio y decir aquello de que esperaba que eso era como el sarampión, que sólo ocurría una vez.

-¿Tú has pasado miedo en tu vida?

-Muchas veces.

-No. Pero, ¿has estado absolutamente aterrado?

-No, no recuerdo.

-Yo sí pasé ese miedo. No sabía si iban a matarme. O cuándo. Una vez que me di cuenta de que no me iban a matar, aquello pudo cambiar.

-¿Se lo dijeron?

-Sí, me lo dijeron. Me dijeron que si yo veía sus caras, tenían que matarme. Me pusieron un pañuelo en los ojos que no podía quitarme en ningún momento.

-¿Y llegó a pensar que podrían matarle realmente?

-Era una posibilidad. Acababan de matar al hijo de un político en la Universidad después de secuestrarle.

-¿Experimentó el 'síndrome de Estocolmo'?

-Pues sí. Porque si se tratan bien, te cuidan… Mira, los bebés no quieren a sus padres. Lo que tienen es síndrome de Estocolmo. Si los padres no le alimentan, se mueren, o si no lo abrigan, morirán de frío. El secuestro es lo mismo. Patty Hearst se enamora del secuestrador que hablaba con ella. Es idéntico. Te tratan bien y tu respuesta es agradecimiento, porque tú sabes que pueden no tratarte bien, que pueden pegarte, violarte… Es así el síndrome de Estocolmo. Los animales también lo tienen. Mira un perro…Y cuando te das cuenta que estás a merced de otra persona como si fueras un bebé, eso es lo que sucede. Hay otra cosa, es cosa de la mentalidad, porque hay que vivir en un absoluto presente. Yo me decía: Si pienso en el pasado sufro, si pienso en el futuro, peor. Por eso, yo tengo que vivir este momento. Vivir el presente. Si no, enloquecería.

-Once días. Se antojan muy largos, ¿cómo los ocupaba?

-Tenía una radio que me facilitaron, limpiaba mi cuarto, hacía la cama, todo con los ojos cerrados, me traían de comer, y dormía muchísimo. Y después tenía un cuidador con el que jugaba al dominó. Podía jugar tocando con las yemas de los dedos los puntitos de las fichas…. Y le ganaba. Después me dejaban bañarme.

-¿Sacó alguna lección de todo ese calvario?

-Agradecimiento. El aire, la luz… el sol. El día que me sacaron a la terracita después de tanto frío. ... ¡Sentir el sol!, ¡algo maravilloso!

-¿Se dio por rendida en algún momento?

-¿Por rendida?, ¿yo? De ninguna manera. Había momentos que pensaba: 'A ver si le puedo dar a este con la botella en la cabeza'... Pero yo no soy capaz. ¡No soy capaz! Tengo una amiga que cuando una vez intentaron secuestrarla, tenía en la mano un paquete de seis cervezas y les dio con él y huyeron en un coche. Pues yo no soy capaz de eso. Claro, lo que nunca sabes es cómo vas a reaccionar en una situación así. Cada cual lo hace de una manera. Cuando me secuestraron, yo incluso ayudé a uno de los raptores a encender el coche. Si tienen una pistola, ellos mandan. Yo lo que no sabía es que las pistolas no estaban cargadas. Pero otro llevaba un cuchillo… Ese sí, verdaderamente, me daba miedo.

-En aquel momento, creo que para bien, su padre no pudo enterarse de lo que estaba ocurriendo. Se encontraba ingresado en un hospital de México por una dolencia del corazón.

-Para mí, eso era una gran preocupación. Estaba muy angustiada por si a mi padre le pasaba algo. Yo se lo decía a ellos: '¡No les perdono si a mi padre le ocurre algo!' Pero cuando ya pasó el secuestro, yo me prometí una cosa: Quiero que la próxima vez que hablen de mí en un periódico, va a ser por algo que yo haga, no por algo que me hacen.

-Usted ha escrito nueve libros. Excepto en alguno de ellos, la mujer es la protagonista. ¿Por qué?

-Porque creo que es absolutamente necesario. Porque yo soy mujer, un ser humano femenino y entender mi sexo ha sido algo muy importante para mí. Tengo una antología de literatura sobre las mujeres, escrita por mujeres, que se llama 'A través de los ojos de ella'. He escrito también cuentos, como 'El Bestiario doméstico', 'Cuando fui caballo', o novelas y ensayos.

-¿En qué piensa ahora?

-Creo que lo más importante que puedo hablar ahora, a mi edad, es haber llegado a la libertad, no sólo la de poderme mover externamente, sino la libertad interior, donde no dependo de otras personas, ni de lo que pienso. La libertad…

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