Este otoño no cabe duda que pasará a la historia por la coincidencia de celebraciones cofrades que han salido de la intimidad de los templos para ponerlas de manifiesto en la calle con solvencia y con todos los ingredientes cofrades necesarios para que supongan una reedición de instantes claves de la Semana Santa. Hace poco fue La Flagelación y ayer le tocó al Descendimiento, dos de los misterios más soberbios y grandes de nuestras hermandades.
Por estos sobrados argumentos, Jerez se convierte en un punto de encuentro obligado para los cofrades de aquí y de allá. Eso se puso de manifiesto ayer con la gran cantidad de público que hubo por las calles y en cualquier rincón del recorrido previsto, desde la salida hasta la recogida. A las seis y media de la tarde era la hora fijada para que la cruz de guía empezara a dar cuenta de un recorrido no muy largo y casi similar al que se realiza el Viernes Santo.
Salió con algo de retraso pero con el firme propósito de no eternizar su presencia en las calles, marcando un ritmo acorde con una celebración de estas características donde lo extraordinario manda y, por tanto, lo histórico está muy presente, motivo por el que fotos, vídeos, móviles y demás artilugios de capitación de imágenes eran una constante alrededor del grandioso paso que Guzmán Bejarado tallara para la cofradía. La música de corneta y tambor se oyó con mucha calidad. Pese a estar 'fuera de temporada' la banda de Santa Marta sonó muy bien, como es norma en esta formación. Se notó que la preparación que han tenido para lo de ayer. Debajo del paso alternaron tres cuadrillas mandadas por Jesús Sánchez Lineros y Martín Gómez, dando un aire adecuado al andar del enorme paso al cual no le caben demasiadas alegrías tanto por la severidad de su misterio como por la altura y anchura del mismo.
El cortejo estuvo nutrido de hermanos, menos de los que la hermandad esperaba para una ocasión tan especial. Ver de 'paisano' la procesión fue más sugerente para muchos que someterse a la disciplina de la fila y la cera en mano. No faltaron representaciones de hermandades locales y de fuera -con la misma advocación del Descendimiento-, una quincena aproximadamente.
Evidentemente los momentos de la tarde y noche fueron los que se localizaron en los espacios más cofrades y a la vez estrechos como la Tornería donde la suerte de torear balcones y salvar guardabrisas e imágenes se convierte en una muestra de sabiduría ante el llamador y bajo la trabajadera.
De esta forma con todos sus sonidos y emociones, se derramó en las calles de Jerez y en un sábado de noviembre un ambiente puramente 'semanasantero', todo para enaltecer una las grandes obras que salió del ingenio de un gran artista de la talla contemporánea, Luis Ortega Bru.
El Descendimiento es emblema de la riqueza imaginera de nuestras cofradías y ayer la hermandad de La Soledad puso el más hermoso epílogo a muchos meses de celebraciones que han supuesto un enorme esfuerzo en todos los sentidos y la movilización de no pocos recursos de la hermandad. Al final la satisfacción es lo que imperó, algo que se delataba en los rostros felices de todos los que han cumplido con creces para celebrar el recuerdo de 50 años de un misterio hoy en día imprescindible para entender la actual Semana Santa jerezana.
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