Jerez en el recuerdo

El Café Fornos y su tiempo

Sin lugar a dudas el café más memorable de Jerez durante la primera mitad del siglo XX fue el Fornos. Un local montado con exquisito gusto que, por las referencias que poseo, parecía haber salido de aquel Madrid de entre siglos en el que se hicieron famosos aquellos otros Cafés como el de Gijón en el Paseo de Recoletos, el Negresco en la calle de Alcalá, el de Levante en Arenal, o el de Lión frente al edificio de Correos. Establecimientos que quedaron grabados en la historia por sus míticas tertulias literarias y políticas en las que se congregaba lo más granado de la intelectualidad madrileña. Personajes como: Jardiel Poncela, Ramón y Cajal, Pérez Galdós, Agustín de Foxá, Valle Inclán, Ortega y Gasset, César González Ruano o Federico García Lorca, dejaron páginas escritas con letras de oro en aquellos memorables establecimientos.

Quizás en menor medida, como corresponde a una ciudad de provincias como Jerez, el Café Fornos también llegó a poseer el encanto de aquellos legendarios 'cafés de la historia' como se les ha dado en llamar. El mismo estaba situado en una hermosa casa de la calle Larga haciendo esquina con plaza del Banco. Establecimiento siempre recordado y añorado por las generaciones anteriores y lugar reunión de ganaderos, agricultores, escritores, poetas y pintores, que cada día allí se congregaban para disfrutar de aquellas sabrosas tertulias de antaño en la paz y el sosiego de los apacibles atardeceres jerezanos de la primera mitad del pasado siglo.

Uno de los numerosos artistas que frecuentaba asiduamente el Fornos en sus desplazamientos desde Madrid donde residía era el pintor jerezano Paco Lorente. Allí se reunía en una animada tertulia con sus amigos de Jerez. Reunión, cuentan, siempre rodeada de pedigüeños a causa de su fama de generoso y desprendido. En ocasiones, haciendo un paréntesis en el coloquio, tocaba la guitarra, se arrancaba por flamenco o trazaba algunos apuntes pictóricos entre el regusto de la concurrencia. Aunque no era el único, pues algún que otro poeta como el médico y ateneísta Juan Gallardo solía recitar ante su círculo algún nuevo poema o narración con el deleite de los habituales del Café. Tampoco faltaba la música, ya que determinadas noches los clientes podían disfrutar de las interpretaciones de una modesta orquesta con seleccionadas piezas de zarzuela.

El edificio donde estaba situado dicho Café era similar al que hace esquina con la calle Algarve. Ambos fueron mandados a construir por un señor llamado Rafael Torregrosa, un indiano natural de Jerez que había hecho fortuna en América y que volvió para asentarse definitivamente en su ciudad natal, invirtiendo parte de su capital en la construcción de estos dos magníficos edificios en la calle Larga.

Acababa de comenzar el siglo XX y nuestro país aún no había digerido su desastre colonial tras la guerra con los Estados Unidos, hecho que supuso el fin del imperio español con de ultramar con la pérdida de Cuba, Puerto Rico, Guam y Filipinas mediante la firma de Tratado de París en el que el jerezano, Juan Manuel Sánchez y Gutiérrez de Castro como ministro de Estado, tuvo que sufrir la amargura de representar a España y firmar aquel ignominioso tratado. Jerez por aquel tiempo comenzaba a recuperarse de la ruina provocada por la plaga de la filoxera que había arrasado la mayor parte de sus viñedos. La inestabilidad hacía mella en el Ayuntamiento de Jerez, hasta el punto que en los diez primeros años de la centuria fueron seis los regidores que ocuparon el sillón de la alcaldía, alguno de ellos no llegaría ni al año en su mandato como Juan Cortina de la Vega o José María Fernández Gao. Pero la comidilla de los primeros días de mayo de ese año de 1900 era la reciente visita a Jerez del ministro de Instrucción Pública Sr. García Alix, que fue grandemente agasajado por el Ayuntamiento, pero que a pesar de su cargo no se dignó visitar ningún colegio público, ni tan siquiera la Biblioteca Municipal o el Ateneo, haciéndolo paradójicamente a los depósitos de aguas de Tempul y al colegio privado más elitista de la época tal era el de los Marianistas. Mientras, el Ateneo anunciaba una fiesta homenaje a los escritores jerezanos de todas las épocas que con sus obras ilustraron la literatura patria.

Estos temas eran el principal motivo de conversación en la mayoría de los corrillos cultos de aquel tiempo. Y nuestra calle Larga siempre animada, seguía siendo espacio de reuniones, tertulias, cotilleos, tratos y lugar de paseo y encuentro de su gente que en los días festivos se arreglaban con lo mejor que tenían. Un ambiente que estallaba en jolgorio y colorido cuando llegaban las fiestas de carnaval y nuestra principal calle era el escenario de los antaño famosos desfiles de máscaras. O en los días de feria, cuando al caer la tarde la fiesta se trasladaba aquí desde los llanos de Caulina, o desde el nuevo parque González Hontoria a partir de 1903, estallando de luz y color con el tradicional castillo de fuegos artificiales que por la noche se ofrecía desde la plaza del Arenal.

Ahora repasemos un poco la historia de aquel célebre y añorado Café Fornos. Los bajos del flamante edificio de tres plantas que hacía esquina con plaza del Banco antes mencionado fue alquilado, nada más terminarse de construir, a un señor llamado Blas Gil, el cual instaló en 1900 un café-cervecería al que denominó Los Cisnes, encargando para ello a una acreditada empresa de Zaragoza la decoración del local que sería montado con todo lujo y bellamente decorado con artísticos espejos. Dicho señor era a la vez dueño de un pequeño hotel del mismo nombre en el nº 53 de la propia calle Larga a la altura de la Rotonda de los Casinos, por lo que la cocina de dicho hotel proveía las mesas del nuevo Café en el que se servían suculentas raciones a 50 céntimos, se podía almorzar por tres pesetas y cenar por cuatro, teniendo también a disposición de sus clientes un esmerado servicio a la carta. Posteriormente y hasta 1922 estuvo arrendado a un tal Agustín Pérez, quien parece ser fue el que cambió su primitivo nombre por el de "Fornos", posiblemente queriendo emular con tal denominación aquel afamado y lujoso café-restaurante madrileño de los albores del siglo XX de la calle de Alcalá fundado José Manuel Fornos, que dicho sea de paso, había sido ayuda de cámara del marqués de Salamanca.

Más tarde y durante tres años fue regentado por Tomás Vergara, quien en 1925 lo traspasaría a otro señor llamado Manuel Calero, domiciliado éste en calle Visitación, el cual instaló además un servicio propio de cocina. Es obligado decir que un hijo del Sr. Calero, Manuel Calero Fresneda, prestigioso médico endocrinólogo de Cádiz, nos facilitó hace años algunos de los datos aquí expuestos. Al morir Manuel Calero y después de algún tiempo regentado por su viuda, ésta lo traspasó en 1937 al que sería su último propietario, Agustín Corrales y Rodríguez de Medina, que era propietario del Nuevo Hotel en calle Caballeros. Aquel afamado y emblemático café jerezano, tantas veces recordado por nuestros mayores cerró definitivamente sus puertas el 24 de marzo de 1946. El bello edificio que lo albergaba fue vendido al Banco de Vizcaya que lamentablemente procedió a su demolición, edificando en su solar una nueva y anodina construcción de blanca fachada, anterior al que actualmente ocupa el lugar.

Siempre pensé que si aquel viejo y evocador café hubiese llegado hasta nuestros días, es seguro que sería para Jerez, en su medida, lo que el Café Gijón es para Madrid, el Gambrinus para Nápoles o el De Flore para París: todo un emblema de la ciudad y un lugar de referencia para propios y extraños.

De los viejos colmados de aquella época, en la actualidad y como reliquia salvaguardada por el paso del tiempo y conservando parte del sabor de antaño, solamente queda la ya centenaria 'Parra Vieja' de la calle San Miguel. Establecimiento fundado en 1888 por un montañés llamado Ceferino Marina Montes.

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