Canción triste de las gañanías
En torno a Jerez
Hemos olvidado la "deuda histórica" que nuestra tierra tiene con los "gañanes"
Cuando el paseante recorre los hermosos paisajes de la campiña o cuando se acerca a conocer la rica arquitectura popular de nuestras casas de viña, cortijos y haciendas no suele reparar en quienes, en buena medida, hicieron posible que nuestros campos dieran fruto y riqueza. Hemos olvidado la “deuda histórica” que nuestra tierra tiene con los “gañanes”, con tantos jornaleros del campo a los que nunca se levantarán monumentos en ninguna plaza ni en ninguna avenida.
En un libro publicado hace unos años, Flamencos de Gañanía, la escritora y periodista americana Estela Zatania rescata, en un interesante estudio de corte antropológico, el cante flamenco que en los años de la posguerra se mantuvo vivo por transmisión oral en muchos cortijos del entorno del bajo Guadalquivir. Como un bálsamo, el cante servía aquí para aliviar las difíciles condiciones de vida que muchas familias compartían en las “gañanías” de aquellos cortijos de Utrera, Lebrija, Trebujena y Jerez en los que, como señala la investigadora americana donde, la única diversión fue el flamenco. (1)
Esta misma visión parece apuntarse ya por el Padre Coloma en un relato que con el título de Ranoque forma parte de su Colección de lecturas recreativas (1887): “Había llegado la noche, fresca y serena como en Andalucía suelen serlo las de noviembre, y reinaba una profunda calma en el extenso caserío del cortijo D***, cuyas inmensas dehesas suben y se extienden por los laberintos de la sierra. Escapábanse, sin embargo, por las ventanas de la gañanía algunos reflejos de tenue luz, y una voz de hombre, acompañada por una guitarra, dejaba oír dentro esas armoniosas modulaciones de los cantares andaluces, ya alegres, ya tristes, siempre originales y melancólicamente bellas, que a veces el capricho de los dilettanti transporta con gran desventaja, de los encinares y dehesas de un cortijo, a los estrechos límites de salones y teatros.” (2)
En las gañanías de los cortijos se cantaba… Sin embargo, durante muchas décadas, como telón de fondo al duro trabajo de los jornaleros del campo, la copla que más se escuchó en las gañanías fue una canción triste.
La dura vida de los gañanes
El profesor e historiador Diego Caro Cancela, en su obra Burguesía y jornaleros. Jerez de la Frontera en el Sexenio Democrático (1868-1874), se refiere así a la dura vida de los trabajadores de los cortijos de nuestra campiña: “En 1850, la sección de Agricultura de la Sociedad Económica de Amigos del País de Jerez, en respuesta a una encuesta del Ministerio de Comercio, Instrucción y Obras Públicas describía así la comida que ingería el jornalero que trabajaba en los cortijos: “come todo el año miga caliente o fresca de pan, ajo, pimiento, mal aceite, vinagre fuerte, y duerme en cama dura. Cincuenta años después, las condiciones de los trabajadores de los cortijos habían cambiado poco según se desprende de la “Memoria sobre las condiciones sanitarias de Jerez de la Frontera” redactada en 1894 por el ingeniero y vocal de la Junta de Sanidad, Gumersindo Fernández de la Rosa, en la que señala que “”rarísima vez come otra cosa que el pan llamado de ginete, aderezado en los interminables gazpachos fríos o calientes con aceite y vinagre.” (3)
Esta visión de las penosas condiciones de vida en las gañanías viene a coincidir con la que aportan las fuentes literarias de la época. En un interesante trabajo de Leopoldo Porras Granero sobre “El pueblo en la novela española del XIX”, se recoge un retrato del gañán, de finales de siglo: “Gana... la comida y dos reales diarios: a tres llega pocas veces. Come... pan a discreción y gazpachos fríos y calientes y a veces un cocido de legumbres, pero no prueba la carne en todo el año: en caso de grandes trabajos se le da un guiso de garbanzos. Duerme... en el <> de la gañanía del cortijo, en los establos, en el pajar, en la cocina, sobre una saca de paja o en el hato sobre un banco, con una manta o sin ella; pero nunca en camas, porque no las hay en los cortijos, y siempre en comandita con los demás gañanes que tienen su misma desgraciada suerte… Vive... separado constantemente de su familia, a la que va a ver al pueblo cada quince días o cada mes si puede y se lo permiten; es muy frecuente la soltería, porque no da el oficio para sostener ni soportar el matrimonio; la familia, cuando la tiene, se busca por su cuenta la vida, por ser muy escasa la cantidad, que para ayudar a vivir a su mujer e hijos, puede proporcionar el padre de familia." (4)
“Una vida que se confunde con la de las bestias”
De las dificultades de los jornaleros del campo y de las penurias y escaseces de la vida en las gañanías del primer tercio del siglo XX, Blas Infante, el “padre de la patria andaluza”, escribió un texto revelador que aún hoy estremece: «Yo tengo clavada en la conciencia, desde mi infancia, la visión sombría del jornalero… los he contemplado en los cortijos, desarrollando una vida que se confunde con la de las bestias; les he visto dormir hacinados en sus sucias gañanías, comer el negro pan de los esclavos, esponjando en el gazpacho mal oliente, y servido, como a manadas de ciervos en el dornillo común, trabajar de sol a sol, empapados por la lluvia en el invierno, caldeados en la siega por los ardores de la canícula… Y, después, he sentido vergüenza al leer en escritos extranjeros que el escándalo de su existencia miserable ha traspasado las fronteras, para vergüenza de España y de Andalucía».(5)
En parecidos términos se manifiesta también el célebre hispanista Gerald Brenan en su conocida obra El laberinto español (1943). Refiriéndose a la dura vida de los obreros del campo y las gañanías escribe: “En la sementera y la recolección, es decir, durante una serie de meses, los jornaleros se ven precisados a abandonar a sus familias y dormir en los vastos cortijos, distantes a menudo quince o veinte kilómetros del pueblo. Allí duermen, en ocasiones hasta un centenar, juntamente hombres y mujeres, en el suelo de una gran pieza llamada la «gañanía», con un hogar al fondo. El amo les aporta la comida, la cual, excepto en la época de siega, en que se le añaden judías, consiste exclusivamente en «gazpacho», una especie de sopa de aceite, vinagre y agua, con pan flotando por encima. El gazpacho se toma caliente para desayuno, frío a mediodía y caliente otra vez por la noche. A veces, a esta dieta de pan de maíz y aceite, se añaden patatas y ajo. Cuando es el amo el que proporciona la comida, los jornales rara vez suben de 1,50 pesetas, por cuya cantidad hay que trabajar una jornada de doce horas, con descansos. Tales condiciones de vida en la baja Andalucía, descritas por primera vez por Blasco Ibáñez en La bodega, y más tarde por Marvaud y otros investigadores, no han cambiado de modo apreciable; de ello puedo dar testimonio por mi experiencia personal.” (6)
En la próxima entrega recorreremos las gañanías de las campiñas jerezanas con Manuel Moreno Mendoza y Vicente Blasco Ibañez, de la mano de La Bodega.
Consultar referencias
bliográficas en
www.entornoajerez.com
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