Cierto olor a podrido

Tierradenadie

Inaki Urdangarín, a su salida de la Audiencia de Palma.
Inaki Urdangarín, a su salida de la Audiencia de Palma. / Efe
Alberto Núñez Seoane

27 de febrero 2017 - 02:07

José Luis Martín Vigil, autor del libro cuyo nombre lleva este artículo, lo escribía: "Algo huele a podrido en nuestra sociedad". Se quedó corto, claro. ¿Qué es lo que en nuestra sociedad no huele a podrido?, díganme, porque, la verdad, a mi cada vez me cuesta más encontrar un soplo, con una mínima continuidad, de aire puro, al menos; de un retazo sostenido de brisa que no hieda.

Nos dicen, no les queda otra, que "todos somos iguales ante la Ley". Insisten en que "quien la hace, no importa quien éste sea, la paga" ¡Cómo iban a sostener otra cosa…! Mantienen que una de las 'grandezas' de la democracia es la de poder medir a todos los ciudadanos por el mismo rasero, a ver quién es el guapo que 'larga' en un mitin lo contrario… Pero todo es una mentira sostenida, ésta sí, en el tiempo. Sé que no estoy diciendo nada nuevo, nada que todos no supiéramos ya, lo que ocurre es que cuando pasa algo como lo que, una vez más, acaba de pasar, la realidad vuelve a borrar de un sonoro guantazo cualquier atisbo, fundado, de esperanza en que las cosas pudiesen llegar, algún día, a cambiar de verdad.

Es cierto que han sentado a Urdangarín y a Cristina de Borbón en un banquillo. ¡A ver quién se las pintaba, después de lo sucedido, con los indicios hallados, y dada la gravedad, y bajeza, de los presuntos delitos descubiertos, para reunir la desfachatez suficiente como para intentar correr un velo sobre los sospechosos y tratar que el tiempo ganase la batalla del olvido colectivo. Lo intentaron, pero no pudieron llegar hasta ahí.

Los sentaron, sí, en el banquillo: "Todos somos iguales ante la Ley", repetían. "La democracia es fuerte", machacaban. "Nadie está por encima de las leyes", sentenciaban… Y también un soldado de las romanas legiones, tras la somanta de palos recibida a manos de Astérix y Obelix, les decía, lamentándose, a sus compañeros: "¡Apúntate a la Legión y conocerás mundo" me decían…! Pues eso: decían… y dijeron… y llegaron a decir… y volvieron a decir que dirían lo que dijeron… e hicieron lo que no dijeron, ni dirían, que iban a hacer. Al fin, como me repetía mi buen sargento -auténtico, cabal, y 'chusquero'- en la mili, refiriéndose a España y sus políticos: ¿Aquí?, ¡aquí no pasa nada!, ¡aquí nunca pasa nada! Qué razón tenía el hombre…

No entro a opinar sobre 'fundamentos jurídicos', 'hechos probados', o 'datos procesales', tecnicismos propios de letrados y profesionales de la Justicia, que desconozco y me superan. Seguramente que todo se 'ajusta a Derecho', que todo ha sido correcto y que la sentencia es la que debe ser de acuerdo con la Ley, seguro que sí. Entro, sí, en que la sentencia -las sentencias- de los 'ciudadanos' Urdangarín y Borbón, no han sido, en mi opinión, justas. Me da que no han sido las que hubiesen sido si los ciudadanos hubieran sido Pérez y García, por citar dos apellidos comunes entre los españolitos de a pie. Es más, me da que lo que ha sido es una especie de folletín para que, el que quiera, se crea que se ha hecho Justicia, es decir: me da que todo ha sido una triste burla.

No es que yo reclame que los dos protagonistas de esta historia diesen con sus huesos en la trena. Lo que hubiese querido es que la Justicia hubiera estado presente, y no de simple convidada de piedra; que la sentencia hubiese resultado ejemplar. ¿Por ejemplo?, pues por ejemplo, habida cuenta de lo que se ha demostrado que ha hecho -seguro que mucho menos de lo que ha llegado a hacer-, habida cuenta de lo que sabía -seguro que mucho más de lo que dijo que sabía, que fue: ¡nada!-, habida cuenta de quién era uno y de quién era la otra, de su posición y privilegios, y habida cuenta, en fin, de lo habido y por haber; por ejemplo, decía, obligar, al uno, a devolver el doble de todo el dinero 'distraído'; privar de la nacionalidad española al uno y la otra; despojar, a la una, y para siempre, de cualquier privilegio inherente a la Familia Real; y desterrar, a perpetuidad, a los dos. Algo como esto, desde el lado de la orilla en el que sobrevivimos eso que ellos llaman 'el pueblo', es lo que, a mí, y a modo de ejemplo, me hubiera parecido justo, edificante y ejemplar, sí.

Puede que algunos, mientras 'respiran' tranquilos, piensen que, por fin, se han podido quitar un buen 'marrón' de encima, y sin embargo no ha sido así. Lo que han hecho ha sido perder, desperdiciar, malgastar, una oportunidad -otra más- para hacernos creer -aunque sólo fuese un poquito más- en 'eso' de la democracia y la Justicia; para ilusionarnos con aquello de que "todos somos iguales ante la Ley" -aunque sólo fuese un poco menos desiguales-; para permitirnos, y permitirse, respirar -aunque sólo fuese de vez en cuando- sin que ese olor a podrido, tan cierto como pestilente, nos ahogue la esperanza, y nos cabree el espíritu. Una pena.

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