Ciudades con calesas, con otro ritmo

La página ecuestre

Sevilla, Jerez, Alejandría, Marrakech… Son algunas de ciudades del mundo en las que pasear en coche de caballos es algo más que hacer turismo; es un estilo de vida

El conocido torero 'El Juli' pasea por Jerez en coche de caballos durante una de sus visitas a la ciudad.
El conocido torero 'El Juli' pasea por Jerez en coche de caballos durante una de sus visitas a la ciudad.

22 de agosto 2008 - 01:00

Un paseo romántico, un encuentro de trabajo o un tranquilo regreso hasta el hotel. Hay ciudades que han hecho de sus calesas la otra forma de ser conocidas. Sus caballos, sus cocheros o sus problemas le dan a sus calles otra forma de vivir. Un ritmo que queda al margen de los estrictos horarios o las grandes aglomeraciones. No es una cuestión de precio. Para los turistas en muchos casos es una cuestión de estilo.

Las calesas de Alejandría se abren paso entre el abigarrado y caótico tráfico de la Corniche, que bordea el legendario puerto de la ciudad de Cleopatra. Con su paso lento, ajeno al ritmo de la ciudad, resulta una imagen anacrónica que pone una nota exótica y placentera en una ciudad que carece de grandes atractivos turísticos. Los conductores de calesa de Alejandría son, como en tantas otras ciudades del mundo, una especie necesaria pero a punto de la extinción, empeñados en mantener a flote un negocio que se alimenta del afán de los visitantes de sentirse plenamente turistas, de pasear pausadamente, de contemplar desde lo alto de un carruaje lo mismo que otros contemplan más cómodamente y con mucha menos poesía desde un vulgar taxi. Una pequeña bolsa con su pienso o un paquete de hierba son el combustible de un equipo de trabajo. Su ubicación frente al mar, a la puerta de los hoteles de lujo, los convierten en uno de los símbolos de la ciudad…

Hay muchas ciudades en todo el planeta que mantienen sus calesas gracias a dos tipos de usuarios: los turistas y las parejas de enamorados. El clima no es ni un condicionante ni un inconveniente. Hay calesas en la tórrida Marrakech o en el sofocante verano de Sevilla y Jerez, pero también en las ciudades del Loira, en Roma, en Polonia o incluso en la civilizada y ultramoderna Nueva York.

En Marruecos las calesas que atraviesan la famosa Plaza Djemaa el Fna compiten con los carros de burritos que transportan mercancías. Algunos se besan a escondidas aprovechando las primeras penumbras del anochecer; otros aprovechan para llevar a unos posibles compradores de alfombras a la tienda de un amigo… Montar en calesa tiene un punto romántico, como de regreso al pasado, pero en algunos lugares también puede representar una aventura, una forma de pasear por barrios más auténticos. Es el caso de las calesas de Luxor (Egipto), que causan en los turistas más timoratos la sensación de estar viviendo una peligrosa aventura. Pero no hay peligro, en absoluto. Estos recorridos forman parte de los atractivos turísticos para los miles y miles de viajeros de la gran ciudad del Alto Nilo. Distintas son las calesas de grandes ciudades como Nueva York o Nueva Orleans. Aquí, estos carruajes son la excusa perfecta para enamorar o para celebrar el amor, para recorrer el magnífico Central Park o para sentirse como en la época dorada del Mississippi. Las calesas de Nueva Orleans son una de las mejores formas de recorrer las pintorescas calles de la parte vieja y sentir el encanto más hispano que francés.

Hay calesas también en miles de ciudades turísticas. En Nassau (Bahamas), las calesas bajan hasta el nuevo muelle de los cruceros para capturar cualquier posible turista. Bajo el agotador sol del caribe los caballos se recuperan con una cierta importancia social. Detrás de cada gesto o cada parada hay una cierta recuperación de la historia. La historia y el pasado colonial de cada ciudad se encajan en poco más de cinco metros para recorrer las calles empedradas.

¿Y qué decir de las calesas de Sevilla, Jerez o Roma, que desafían al termómetro en verano esperando al turista? No se entienden estas ciudades sin el paso resignado de los corceles, acostumbrados a llevar turistas. Los caballos suelen estar mimados, limpios y bien atendidos… Y esto compensa.

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