La Cruz Roja ( IV )

Jerez, tiempos pasados

Desde su creación en los años sesenta, la Clínica de la Cruz Roja, en la avenida del mismo nombre, fue acarreando problemas de financiación, hasta que hicieron obligado el cierre, después de más de veinte años de eficaz funcionamiento por parte de su cuadro facultativo y sus respectivos directores, los doctores Rico de Sanz y Agarrado Porrua.Apertura, funcionamiento y desaparición de su magnífico hospital-clínica después de más de 20 años

La Cruz Roja ( IV )
La Cruz Roja ( IV )
Juan De La Plata

27 de diciembre 2010 - 01:00

EN los años setenta del pasado siglo, presidía la Asamblea Local de la Cruz Roja Mauricio González Díez, hijo de Manuel María González Gordon, que había cesado en el mismo cargo, pasando a ostentar la presidencia de honor, junto con la ilustre dama Soledad Escribano de Bohórquez. Como vicepresidente de la junta de gobierno figuraba José Ignacio Domecq González; era cajera-tesorera Ana María Peña Giráldez y vocales, María Josefa Hernández Rubio, Bernabé Rico de Sanz, Emilia Díez de González y José Belmonte Fernández. La jefatura de la entonces llamada Brigada Mixta de Ambulancias Sanitarias nº 53, la ostentaba Felipe de Juan y de Juan; siendo inspectores de tercera administrativos, Diego Romero Millán, Adolfo Rodríguez Santos y José Campoy Miró; inspector de tercera facultativo, el Dr. Luis Mateos Pardo; oficial de primera administrativo, Gabriel González Gilbey; oficiales de primera facultativos, los doctores Miguel A. Ruiz Badanelli, José L. Vázquez García, Joaquín Prieto Poza y Carlos Penalva Amorós. Y así, hasta quince voluntarios más, figurando como oficial de la sección de damas auxiliares, Pilar Martínez Pedro.

Con vida propia y organigrama de gobierno independiente, aunque estrechamente vinculado a la Cruz Roja, que aún continuaba en la calle Ávila - llamada entonces calle 18 de julio -, números 17 y 19 - se consigue alcanzar una de las más grandes, si no la más importante de todas las metas que la Cruz Roja jerezana se impusiera a lo largo de toda su existencia: la creación y puesta en funcionamiento de un hospital-clínica, gracias a unos terrenos cedidos por Manuel María González Gordon y a la colaboración económica de la presidenta honoraria Soledad Escribano de Bohórquez y de su hija la dama-enfermera Solín Bohórquez Escribano, que fuera reina de la Fiesta de la Vendimia y falleciera en fatal accidente automovilístico, cerca de Marbella, un 13 de junio. A expensas de madre e hija se construyeron la primera y segunda planta de la que sería más conocida, popularmente, como Clínica de la Cruz Roja, en la avenida de su nombre; hoy desgraciadamente cerrada a cal y canto y prácticamente en ruina.

Al frente del nuevo centro médico se pone al prestigioso médico militar, Dr. Bernabé Rico de Sanz y como subdirector al Dr. Miguel A. Rodríguez Badanelli; haciéndose cargo de la jefatura de enfermería la señorita Ana María Peña Giráldez, tan eficaz en su puesto, al frente de las enfermeras y, sobre todo, de las jóvenes damas de la Cruz Roja. Don Bernabé Rico que, desde que finalizó su carrera de medicina, había estado siempre muy vinculado a la institución, colaboró en la fundación y organización del hospital-clínica, ocupándose principalmente - según me cuenta su hija, Angelines, residente en Barcelona - del tema médico, desde los tiempos de la sede en la calle Avila; poniendo en marcha colaboradores, primeras ambulancias, cursos para damas enfermeras, fiestas de la banderita, etc.

En los años sesenta se construyó el hospital, al que el Dr. Rico de Sanz dedicó mucho trabajo, grandes esfuerzos y, sobre todo, una gran ilusión; el único interés que siempre le movió, en los más de cuarenta años en que perteneció a la institución benéfica jerezana. Uno de sus logros fue conseguir que las Hijas de la Caridad se hicieran cargo de la administración de la clínica, transmitiendo éstas su carisma a los enfermos y al resto del personal. La primera superiora sería Sor Mónica, siguiéndole Sr Monserrat, con Sor Trinidad, en quirófano; Sor Joaquina, en las plantas, y Sor Concepción, con su sonrisa permanente, entre otras monjas, entregadas a su benéfica labor. A finales de 1979, ya enfermo, el Dr. Bernabé Rico de Sanz dejaría la dirección de la clínica-hospital, recibiendo en premio a sus dilatados servicios la medalla de oro de la Cruz Roja Española, que le impusiera el presidente a la sazón, Mauricio González Díez, un 8 de diciembre de 1980.

Cuando falleció don Bernabé, el presidente de la Cruz Roja, Mauricio González Díez - hoy Mauricio González-Gordon Díez, por unión del primero y tercer apellido - llamó al Dr. Antonio Agarrado que conocía bien el hospital-clínica por haber operado allí, antes de marcharse a terminar su carrera en Los Ángeles y Nueva York, y le dijo que doña Sole y él habían decidido que era el médico más representativo y el más idóneo, para ser el nuevo director, cargo que Agarrado aceptó muy complacido, a pesar de las dificultades que dicho nombramiento le trajo con algunos compañeros, muy amigos suyos, que creían que por ser médico del Sanatorio no podría atender bien el nuevo cargo. Pero, como me cuenta el propio doctor, "entre Sor Mónica y el Hno. Domingo, enfermero del sanatorio, hice a veces intercambio y de correo de material, favoreciendo a ambos hospitales, cuando de repente hacía falta con urgencia algún material de quirófano que se llevaba de un sitio a otro".

Y en contra de todo pronóstico, al Dr. Agarrado no le supuso ningún trabajo extra la Cruz Roja, siendo además, durante doce años, debido a su gran vitalidad y entusiasmo profesional, hermano mayor de la desaparecida Hermandad Medico-Farmacéutica de San Cosme y San Damián, que organizó bajo su mandato múltiples eventos.

Antonio Agarrado Porrúa, estaría alrededor de diez años, o más, al frente de la Clínica, perfectamente administrada por el eficiente y dinámico Santiago Lledó, y bajo el control sanitario de las Hijas de la Caridad; especialmente por Sor Mónica que era el alma del quirófano. "En mis tiempos - me dice el Dr. Agarrado -, la superiora era Sor Monserrat, alta y seca, pero eficiente; y Sor Mónica, que era un encanto en el quirófano; que se levantaba sin rechistar, cuando había una urgencia, a la hora que fuera, y era el alma de la clínica; mientras otras monjas atendían solícitas a todos los enfermos en las plantas de la clínica".

Pero la clínica, después de más de veinte años, arrastraba un problema que la iba minando poco a poco: no podía autofinanciarse y, además debía de actualizarse. Vinieron unas inspecciones que obligaban a que los quirófanos se hiciesen de nuevo, había que enterrar todas las conexiones eléctricas, así como los gases anestésicos y sobre todo el oxígeno; colocar unos tanques lejos del edificio, con seguridad extrema para evitar cualquier peligro de explosión; las cocinas tenían que estar acondicionadas como las de un restaurante, con esterilización de platos y cubiertos, carnet de manipuladores de alimentos, etc. Una ruina. Y como los salarios del personal contratado había subido más que los precios, no había remanente, y aquello no podía sostenerse de ninguna de las maneras..

Se celebraron muchas reuniones de los directivos de la Clínica con el personal, los médicos y las autoridades de Cruz Roja; pero nadie estaba dispuesto a desembolsar las grandes cantidades que se necesitaban para salvar el centro. En Córdoba había existido un problema similar y los médicos habían formado una cooperativa, sacando la clínica adelante. Aquí se quiso hacer lo mismo, pero no hubo suficientes médicos con deseos de formar esa cooperativa, que hubiera salvado la clínica jerezana. Se habló de que Pascual, de Cádiz, estaba interesado; pero según las escrituras de cesión de los terrenos del solar, aparte de ser el uso de éste, obligatoria y exclusivamente para fines médicos, las instalaciones hospitalarias debían carecer, totalmente, de fines lucrativos. El problema era que, si se llegaba al cierre, había que despedir a todo el personal laboral contratado. Se formó una sociedad de médicos, capitaneados por el Dr. Gasca y otros ginecólogos, que serian los más perjudicados por el cierre y ellos la venderían luego a Pascual. Pero la idea tampoco funcionó y la clínica, con el tiempo, acabaría cerrándose a cal y canto; punto muerto en el que, por desgracia, se encuentra actualmente, pese a los buenos deseos de unos y otros.

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