Green Park, del trago largo al gastro bar por el cerco a la noche
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Después de 30 años dedicado al ocio nocturno, Alberto Vargas 'Richard' reconvierte su bar de copas a la restauración por “simple cuestión de subsistencia”
Puede que alguna vez se le pasara por la cabeza dar un giro a su negocio, pero hasta ahora no había tenido necesidad de hacerlo. Green Park funcionaba bien en el segmento del ocio nocturno, en el que ‘Richard’ es uno de los nombres propios de la ciudad, todo un veterano con treinta años de experiencia a sus espaldas que le tenía cogido el gusto a la noche, hasta que la pandemia le hizo recapacitar. “Cuestión de subsistencia”, puntualiza.
“La noche, como todo, tiene sus inconvenientes, pero si te organizas, puedes compaginar sin problemas el horario nocturno con la vida familiar; lo que prima, más que el tiempo, son los momentos de calidad”, señala Alberto Vargas –rara vez oirán a alguien llamarlo por su nombre–, quien tuvo que cambiar el chip, literalmente, de la noche a la mañana para reconvertir su bar de copas en gastro bar.
La transformación en sí fue lo de menos, porque Green Park, el establecimiento que regenta en la calle San Pablo, fue con anterioridad restaurante –bar de pinchos, vegetariano y cocina gourmet–, por lo que tenía la cocina con todos sus avíos y hasta la licencia, sólo que había que hacer una inversión importante para poner al día la maquinaria tras años sin uso. El reto, en este caso, era enfocar su actividad hostelera a la restauración, paso que tiene su miga y para lo que tuvo que hacer de forma autodidacta un master acelerado en tratamiento y conservación de alimentos.
“El mundo de la noche y el de la comida no tienen nada que ver, por lo pronto –explica– trabajar con perecederos es más jaleo por todos los requisitos sanitarios, la cadena de frío,el etiquetado y conservación... Simplemente, hacer una carta de alérgenos ya es una gymkana y se trabajan muchas más horas, el doble de horas, pues hay mucho trabajo de puertas adentro que no se ve”.
La idea empezó a rondarle la cabeza durante el confinamiento, ya saben, el cierre por decreto de toda actividad no esencial durante dos meses que le dejó sin ingresos –su mujer también se dedica a la hostelería– y casi sin ahorros. Intento aguantar el tipo, pero finalmente, cuando llegaron las restricciones horarias que se cebaron con la hostelería, decidió dar el salto. “No era cuestión de poner dos montaditos o dos tapas para salir del paso, sino hacer una apuesta seria por la comida".
‘Richard’ no sabe a ciencia cierta qué habría hecho de no tener la cocina montada y la licencia para servir comidas, pero “sí tenía claro que no iba a quedarme de brazos cruzados porque no puedes esperar a que te caigan las cosas del cielo”.
El salto va para largo, pues no piensa de momento en volver a la noche cuando el virus lo permita, y aunque está encantado con la profesión de hostelero, le queda cierto resquemor por el “maltrato” que están recibiendo de las Administraciones, “como si fuéramos delincuentes, algo que es completamente injusto”.
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