bodegas

Jereces de almacenista sin más rodeos

  • El Pedro Ximénez 'Cruz Vieja' completa la gama de vinos en rama de Faustino González

  • La familia reedita el oloroso muy viejo de la solera de 1789 en el centenario del fundador de la bodega

El doctor Faustino González Aparicio habría cumplido ahora cien años de seguir con vida, efeméride en la que sus hijos, 14 nada menos, han querido rendirle homenaje póstumo con el lanzamiento de un oloroso muy viejo, lo que ahora se cataloga como VORS, aunque la categoría se queda pequeña para un vino de una solera establecida en 1789.

Faustino González es una bodega familiar y joven para lo que se acostumbra en el Marco, pero poseedora de un legado vinatero de rancio abolengo, que tiene sus orígenes en la noble y caballeresca Casa de Villavicencio, vinculada a Jerez desde la Reconquista y de cuyas soleras se tiene constancia desde mediados del siglo XVIII.

Y el secreto es que no hay secretos. A los que buscan lo auténtico, los amantes de lo artesanal, de los vinos por derecho y sin ambages, de vinos de los de antes, los jereces de la gama 'Cruz Vieja' de Faustino González es una apuesta sobre seguro.

El oloroso recién lanzado es el mismo, sólo que veinte años más viejo, que el primer vino que embotelló la familia en 1996 con motivo de las bodas de oro de Faustino González Aparicio y Carmen García-Mier Zorrilla, operación para la que requirió un permiso especial del Consejo Regulador, pues por entonces el embotellado, expedición y venta de vino estaba reservada para las bodegas con unas existencias mínimas de 12.500 hectolitros -unas 2.500 botas-, limitándose los almacenistas a atender las necesidades de vino ya criado de las grandes casas del jerez o a venderlo a granel.

Curiosamente, por aquellas fechas se abrió la puerta a que los almacenistas pudieran embotellar y vender los vinos con sus propios nombres con el cambio de norma que redujo a 500 hectolitros (100 botas) las existencias mínimas. En el caso de Faustino González, el cambio normativo dio pie al registro en 1998 de la marca 'Cruz Vieja', cuyo primer vino embotellado se presentó poco después en Vinoble y bajo la que desde hace cuatro años comercializan fino, amontillado, oloroso y palo cortado, a los que la pasada Navidad, para completar la gama, se unió el Pedro Ximénez.

El patriarca de los González García-Mier detallaba en un documento de 1996 firmado de su puño y letra el especial esmero en el cuidado de las magníficas soleras de más de 200 años adquiridas en 1971 a la familia Paúl y que fueron trasladas ese mismo año al casco bodeguero de la calle Barja, en pleno corazón del castizo barrio de San Miguel, donde tiene su razón social esta bodega familiar. Para ello, Faustino González contó como capataces con Juan Sánchez 'el Manoplas', primero, y Joaquín Eslava 'Barrigola', después, labor que tras su fallecimiento, y hasta hoy, recayó en manos de Rafael Navarro.

El mérito de los González y García-Mier es haber sido capaces de ponerse los 14 hermanos de acuerdo para dar continuidad a la actividad bodeguera iniciada por su progenitor hace casi medio siglo, sin cambiar un ápice el estilo y el carácter de unos vinos que no tocan el aluminio ni por asomo. Madera vieja para la fermentación y la crianza, y de ahí a la botella para su consumo, todo de forma artesanal y sin adornos.

De repente, alguien reparó un buen día en el Marco que el jerez no era lo mismo salido directamente de la bota que el que se servía embotellado. Y el fino y la manzanilla comenzaron a desprenderse de las agresivas filtraciones y clarificaciones que ayudaron a su descrédito para presentarse en rama, de la bota a la botella tal cual, si acaso con un filtrado mínimo para eliminar impurezas. En otras palabras, tras largas décadas de vaivenes y decadencia, el sector emprendió un viaje en el tiempo con destino a su glorioso pasado, para recuperar las formas que lo auparon a lo más alto de la escena del vino mundial.

'Cruz Vieja' lleva en su ADN la autenticidad, que le sirve de tarjeta de presentación al acentuar su condición de vinos 'en rama' y de 'Jerez Superior', pues se surten de uva palomino y Pedro Ximénez de la finca El Carmen, la única viña que queda en el pago Montealegre, siete hectáreas que la familia replantó con vides en 1972 para refrescar las viejas soleras compradas un año antes.

En la viña y en la bodega, todo se hace al modo tradicional. La poda es de vara y pulgar, como mandan los cánones del jerez; la vendimia se hace a mano y la uva se pisa para obtener el mosto que, ya en la bodega, fermentará en madera, en botas viejas -las más nuevas tienen cuarenta años y las más viejas 150-, en las que luego envejece por el tradicional sistema de criaderas y soleras.

La familia tiene en mente otros proyectos, en concreto un Vinagre de Jerez para el que ya tienen el diseño de la etiqueta y que verá la luz en próximas fechas, y dos vinos, uno de palomino y otro de Pedro Ximénez, que se comercializarán como blancos tranquilos fuera de la Denominación de Origen, explica Jaime González García-Mier, portavoz de la familia en cuestiones vinateras.

La bodega, ubicada en las antiguas caballerizas de la casa del abuelo materno, tiene capacidad para 500 botas, y todas sus producciones son reducidas, destinándose la mayor parte al mercado local y nacional, principalmente a través de la hostelería y el canal gourmet, aunque también cuentan con pequeños importadores en Estados Unidos y Japón.

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