El crimen de Laura Luelmo

La “tranquila” vida jerezana del asesino

  • Se alojaba en la calle Mirabrás junto a la nieta de una conocida ‘narco’ cada vez que salía de permiso de la cárcel de El Puerto

El asesino confeso de Laura Luelmo se hospedaba en esta calle en sus permisos penitenciarios.

El asesino confeso de Laura Luelmo se hospedaba en esta calle en sus permisos penitenciarios. / Miguel Ángel González

Un agente de la Unidad de Delincuencia Violenta y Especializada (UDEV) de la comisaría de Jerez dio la voz de alarma. La foto con la que Bernardo Montoya, asesino confeso de Laura Luelmo, la joven profesora asesinada en la provincia de Huelva, se daba a conocer en Facebook coincidía a la perfección con una calle muchas veces patrullada por la Policía Nacional. Al fondo se veía perfectamente la pared del colegio Alfonso X ‘El Sabio’, con sus inconfundibles pinos. El dato alertó a los agentes a pesar de que el caso, obviamente, era ‘propiedad’ de la Guardia Civil’. Preguntas cómo ¿qué hizo este hombre mientras estuvo en Jerez? ¿Por qué estaba en la ciudad? ¿Perpetró delitos mientras estuvo por aquí? se hicieron presentes en la comisaría del Arroyo. No en vano, ayer mismo agentes del Cuerpo Nacional se hicieron presentes en la calle Mirabrás número 1 donde tenía su domicilio provisional cada vez que salía del cercano centro penitenciario de El Puerto donde cumplía una condena por un asesinato y un intento de violación que un perro, pastor alemán evitó. Antes había pasado por la prisión de Huelva entre otras. Y es que una condena (ampliada por los motivos expuestos) de cerca de 20 años dan para muchos traslados.

Bernardo Montoya, como ha quedado escrito es el autor confeso del crimen de Laura Luelmo en Huelva. Pasó temporadas en la ciudad. La foto del perfil de su Facebook le delataba. Este medio ha podido saber que vivió en la calle Mirabrás, en los pisos conocidos antiguamente como ‘Los Montepíos’, en la barriada de El Carmen, aunque esa denominación ya ni se suele utilizar.

Según comentan vecinos de la zona allí tenía residencia cada vez que salía de permiso del complejo penitenciario de El Puerto, que fue uno de los centros en los que estuvo internado mientras cumplía condena. Los hechos provocaron gran sorpresa, especialmente entre los vecinos de la calle. Por el contrario, lejos de la calle Mirabrás apenas hubo reacciones. “No lo conozco”, “de aquí no era”, “Ni idea” eran respuestas habituales a cualquier pregunta. Por el contrario, en la calle donde residía cuando le dejaban salir de la prisión sí que era conocido. Y curiosamente por nada malo. Llegaba y se iba cuando le toca reingresar en el centro penitenciario de El Puerto. “No daba problemas”.

Cabe destacar que esta zona padece serios problemas de tráfico de drogas a pequeña escala. Hay vecinos que aseguran que no es así pero lo cierto es que fuentes del Cuerpo Nacional de Policía destacan que si por algo se caracteriza esta zona es por la venta de drogas en pequeñas cantidades. Es decir, el denominado ‘menudeo’. El ahora detenido tuvo hace años problemas graves con la heroína y la cocaína. Ingresó en la cárcel en 1995 tras coser literalmente a puñaladas a una anciana que iba a declarar contra él en un juicio. Sucedió en Huelva.

Vivía, según recabó este medio, con la nieta de una conocida narcotraficante jerezana. La vivienda, un segundo piso, se trataba de un inmueble ocupado. Al parecer, la primera propietaria se la vendió a un hermano suyo que fue incapaz de hacer frente a la deuda que contrajo con la entidad bancaria. El banco se lo quedó y posteriormente fue ocupado. Pasó de mano en mano hasta que Bernardo Montoya recaló en el mismo junto a su pareja.

Como ha quedado dicho los vecinos de la zona no le conocen en su mayoría, si bien hay algunos que sí dicen tener referencias de él. “LLegaba y se iba. Poco más”. Cabe destacar que los permisos penitenciarios raramente alcanzan más allá de los fines de semana excepto los de vacaciones, que pueden llegar a los quince días.

Este medio consultó ayer fuentes vecinales tanto de Icovesa como de Las Torres. La respuesta fue la misma. El más estricto anonimato acompañaba a Bernardo Montoya cuando salía del centro penitenciario. Fue quedar libre de presidio y volver a cometer un asesinato tan vil como salvaje.

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