Manuel Ramírez Sánchez lleva desde 1989 regentando uno de los establecimientos hosteleros más llamativos de Jerez. Nadie le conoce por su nombre, "porque a mí todos me llaman Cuervo", y menos aún lejos de la barra de su bar. "Con ropa de calle la gente no sabe quién soy", explica mientras da fe de ello subiendo la cuesta del Ambulatorio. Esa zona concreta de la ciudad, la plaza del Arroyo, es su hábitat natural desde hace más de 28 años, un hábitat que ahora tendrá que cambiar porque el pasado Sábado Santo cerró la etapa laboral de su vida para emprender una nueva, su jubilación.
Hablamos uno de los propietarios del Bar Mónika, un negocio pequeño y particular situado frente a la antigua comisaría de Policía pero que ha conseguido ganarse, gracias a su constancia y su simpatía detrás de la barra, el cariño de todos los que le conocen.
Su llegada al casco histórico se produjo "en 1989, cuando mi compañero Juan y yo decidimos coger un negocio propio. Habíamos estado trabajando desde 1974 en la Venta Montero y en los últimos años de estancia allí, la tuvimos a renta porque la dueña no nos la quería vender. Un día decidimos coger nuestro propio negocio y a través de una persona que llevaba temas de la máquinas tragaperras, nos ofreció el bar".
Desde aquella fecha, ambos se convirtieron en propietarios del mismo, inicialmente y hasta el año 1994 "teníamos a gente contratada, pero ya a partir de ese año, nos hicimos cargo nosotros", recuerda.
Aquel negocio pequeño pasó al poco tiempo a tener más metros "porque el dueño nos vendió posteriormente una planta baja completa, que aglutina al bar y a la relojería que está al lado".
Durante 28 años han regentado un bar cuyos clientes iniciales "fueron todas las personas que iban y trabajaban en la Comisaría, y luego, al poco tiempo y tras las obras del palacio, toda la gente del Obispado y del Ayuntamiento. La verdad es que hemos tenido una clientela muy buena, somos casi una familia".
Consciente de que su profesión es una de las más sacrificadas, "porque en todo este tiempo apenas si hemos tenido vacaciones", Manolo asegura que "para mí no ha sido pesada, porque es algo que me gusta. Está claro que la media de horas es de once y trece, pero ya digo que yo he disfrutado con mi trabajo".
Aunque hablamos de un pequeño negocio, su propietario se enorgullece al contar que "el Bar Mónica ha sido un bar humilde pero con cosas buenas. Hemos tenido siempre comidas caseras, una tortilla natural hecha al momento, un filete fresco o un guiso fresco, y los precios creo que han sido asequibles. Por dos euros te comías un bocadillo de tortilla con to sus avíos".
En todos esos años de servicio, Manolo recuerda "los buenos ratos que hemos pasado con la clientela, haciendo comidas para unos pocos, había veces que no cabíamos en el bar de la gente que venía", aunque también, sobre todo en la última etapa "ha habido momentos duros, primero con el cierre de la Comisaría, que fue en enero, y luego con la pandemia en marzo, que hizo que cerráramos. Cuando nos tocó abrir, la gente tenía miedo de venir porque era un sitio pequeño y con poca ventilación. Ha habido de todo, la verdad, pero me quedo con lo bueno".
Aunque todavía no le ha dado tiempo de asimilar su nueva situación, Manuel 'Cuervo' se emociona al recordar momentos que ha vivido en los últimos días "sobre todo con una vecina, Lola, que vive en Londres y que el otro día rompió a llorar cuando vio que cerrábamos. También con todos los chavales del seminario que vinieron el otro día a abrazarme, muchos sentimientos y muchas cosas", apunta.
"Para mí lo peor va a ser perder el contacto diario con mi gente, porque yo me lo pasaba muy bien, la verdad, me gustan mucho las bromas y echaba ratos muy buenos. Ahora me toca también disfrutar de mi familia, mis hijas están encantadas, aunque ya les he dicho que no voy a estar de niñero", continúa entre risas.
Dedicado a la hostelería desde los 16 años, El Cuervo reconoce que su profesión hoy por hoy "no está en un buen momento". En su opinión, "la gente que se mete a trabajar de camarero, lo hace porque no tiene otra cosa y porque no tiene más remedio, pero realmente no le gusta su trabajo".
Porque para él "lo primero que tiene que tener un buen profesional de la hostelería es una sonrisa enorme de cara al público, sólo eso. Lo que no puede ser es que llegues a un bar y veas a alguien de mala gana, porque eso no ayuda. Yo he pasado ratos malos, como puede ocurrir a todo el mundo, con mal cuerpo o dolor de algo, pero me he tomado una pastilla y siempre una sonrisa, porque me gusta lo que hago. Y no digo que no haya buenos profesionales, que los hay también, pero cada vez hay menos".
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