EDUCACIÓN | Cerebros en toneles

Memoria, educación y democracia

Memoria, educación y democracia

Memoria, educación y democracia / Luis Miguel ‘Moga’

El 27 de enero se llevó a cabo en la calle Zarza un homenaje a los jerezanos deportados a campos nazis. Ya están colocadas en Jerez las Stolpersteine, las piedras de la memoria que recuerdan a Rafael Domínguez Redondo, Antonio de la Rosa Tozo, Manuel Carrasco Cortijo, Diego Pérez Núñez y Salvador Linares Barrera. Las Stolpersteine son una creación del artista alemán Gunter Demnig, pequeños cubos de cemento (de 10x10x10 cm). Una de sus caras está cubierta por una lámina de latón donde se ha grabado artesanalmente la inscripción que recuerda a una víctima del nacionalsocialismo.

Esta acción ha sido posible gracias a la iniciativa de un grupo de ciudadanos que ha promovido una campaña de donaciones, sin la intervención de partidos políticos o instituciones oficiales. Detrás de este proyecto hay, como es lógico, un gran trabajo de investigación y divulgación. Y lo más importante: la colocación de estas Stolpersteine nace de una necesidad educativa y ética de personas sensibles y razonables.

Recuerdo que hace unos años descubrí por casualidad que un señor de mi pueblo había muerto asesinado en el campo de Gusen. Todavía no se habían publicado los datos en España. Lo encontré en una página francesa en internet, mientras buscaba información sobre otro asunto. Me impactó ver en la misma línea el nombre de mi pueblo, una localidad de Castilla y León, y el del campo de concentración. Ese es el objetivo de las piedras de la memoria colocadas en Jerez: provocar un tropiezo emocional y racional. “Aquí vivió Salvador Linares Barrera. Nacido en 1917. Exiliado en 1939. Francia. Deportado en 1940. Mauthausen. Asesinado el 30. 11. 1941. Gusen”.

Las ciudades son textos. Están repletas de símbolos, de huellas con significado. Además, toda ciudad es siempre un texto incompleto, así que conviene enriquecerlo. Los monumentos, las placas y los edificios tienen que servir para provocar un tropiezo racional: hacerse preguntas sobre su origen, sobre su importancia, sobre lo que se quiso recordar, sobre lo que ocultaron, etc. Enriquecer el paisaje simbólico de la ciudad implica intentar completarlo, aunque sepamos que es una tarea infinita.

La memoria individual es necesaria para construir la identidad personal: el hilo conductor que enlaza pasado, presente y futuro. Somos una narración. Y recordar es interpretar, porque la memoria es hermenéutica. Cada vez que acudimos a un recuerdo le damos una nueva forma y un nuevo sentido. La memoria individual no es estática. Recordamos desde el presente, con sus intereses, con sus circunstancias. La memoria es una capacidad creativa, pero eso no significa que solo genere falsedades o ficciones. Vamos modulando las sensaciones, imágenes y emociones que la praxis vital arrastra.

Algo parecido ocurre con la memoria colectiva, pero a otro ritmo, con otra dinámica más compleja. En una democracia, esa memoria colectiva debe ser fruto del diálogo, una deliberación racional sobre los datos existentes, desde las diferentes perspectivas. Que interpretemos el pasado desde el presente no significa que cualquier hipótesis sea admisible.

Para que los ciudadanos puedan tener una visión más coherente y precisa del pasado necesitan disponer, en primer lugar, de todos los datos posibles o, al menos, de los esenciales. Si hay un discurso dominante que oculta hechos relevantes, será muy difícil llevar a cabo una interpretación rigurosa. Los historiadores profesionales sí tienen acceso a la documentación pertinente, ya que es su trabajo. Sin embargo, los ciudadanos no expertos corren el riesgo de recibir un relato con lagunas, condicionado por la ideología del momento.

Por eso es importante enriquecer el texto urbano desde la sociedad civil, desde las personas, no desde las maquinarias del poder. En la educación ciudadana confluyen la memoria individual y la colectiva. Es una síntesis en construcción permanente. El tropiezo emocional y racional con las piedras de la memoria puede ayudarnos a completar una interpretación más rica de nuestra identidad. Y de una forma crítica, ya que el olvido es una herramienta de dominación, inadmisible en una sociedad democrática madura. Ese esfuerzo hermenéutico tiene como horizonte la justicia epistémica.

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