Nostalgia del búcaro
Jerez, tiempos pasados Historias, curiosidades, recuerdos y anécdotas
El búcaro era una figura casera tan peculiar y estimada en las casas jerezanas de antaño pero en poco más de medio siglo, hemos pasado del fresco búcaro tradicional de barro a la botella de agua de plástico, y de las barras de hielo a las bolsas de cubitos. Los búcaros y cántaros, prácticamente han desaparecido de nuestro panorama. Ya es raro encontrar algún búcaro en una casa.
UNO recuerda, de niño, aquellos puestos de loza de nuestros barrios, donde vendían cántaros, búcaros y dornillos para hacer gazpacho o ajo arriero de cuchara de palo - "cuchará y paso atrás", decían en el campo - y cazuelas de barro para las sopas de tomate y las sardinas encazolás. Y también recuerda aquellos borriquitos que venían de Lebrija o de La Rambla cordobesa, atestados sus serones de toda clase de búcaros y cántaros, para conservar más fresca el agua de Tempul, en nuestras casas, donde el búcaro ocupaba siempre un sitio de honor, sobre un platito, en la mesa del comedor, en el aparador o en la cocina. Sobre todo, en el salón-comedor, donde tampoco faltaba colgada del techo aquella serpentina engomada a donde iban a morir a cientos las abundantes moscas de aquellos veranos de la posguerra, en cuyas mesas españolas imperaba el llamado "plato único" que vemos está de nuevo volviendo a muchas casas, si es que lo hay.
El búcaro fino de La Rambla y el de Lebrija, ambos a dúo, tenían el poder de enfriar el agua de la forma más refrescante, de tal forma que era una pura delicia echarse al coleto un buen trago del líquido elemento. Y, por extensión, el búcaro tampoco faltaba en ningún lugar de trabajo, fuera en la oficina, en el taller, en la bodega, o en la obra. En un rincón apartado, siempre encontrábamos la humilde y sencilla fisonomía de un búcaro, aguardando saciar nuestra sed con su refrescante contenido.
Y lo mismo ocurría en los campos, especialmente en las viñas, donde los reyes del agua eran los panzudos cántaros de barro, bien tapados con sus grandes tapones de corcho. El mismo cántaro que los aguadores paseaban por los tendidos de nuestra plaza de toros, en días de corrida, vendiendo el agua en los poco higiénicos vasos que portaban en la cintura y que hoy han cambiado definitivamente por cubos con refrescos embotellados. También los toreros, salvo excepciones, han eliminado del capacho de sus avíos, el búcaro que sus mozos de espada guardaban en el callejón, cambiándolos por botellas de agua, con las cuales rocían la tela de sus muletas, en molestas tardes de viento.
El búcaro era una figura casera tan peculiar y estimada, en las casas jerezanas de antaño, que a los niños, desde bien pequeños, se les hacía ya familiar, comprándoles cada verano un bucarito casi de juguete, con el que se encariñaban y en el que se acostumbraban a beber el agua, en medio de sus juegos.
Eran tiempos en los que el frigorífico, allá a mediados del siglo XX, aún no había hecho su aparición y, como adelanto más importante, los más privilegiados solo podíamos disfrutar de una nevera que, como su nombre indica, solo se alimentaba de nieve y no de electricidad, como las actuales. Para ello, había en Jerez varias fábricas de hielo, como la de Benavent, en la plaza de las Cocheras, o la de la Huerta Pintada, allá por la Estación, las cuales surtían de grandes barras de hielo, recubiertas de una especie de serrín, a los poseedores de neveras caseras. Hoy día, las fábricas que existen, creemos que tan solo fabrican cubitos de hielo, que suelen vender en bolsas, y a precio módico, a establecimientos de toda índole que los solicitan, para atender a sus clientes. Especialmente proveen a gasolineras y bares. Aunque creemos que aún continúan vendiendo barras a las pescaderías.
Tanto han cambiado los tiempos que ya es raro encontrar algún búcaro en una casa y las botellas de agua conservan muy bien el frío en los modernos frigoríficos. Por otro lado, resultan más manejables que un búcaro. Más pesados éstos, sobre todo si se bebe a pitorro, sosteniéndolo en alto y a pulso, con el riesgo siempre de que se derrame algo del agua que contiene.
Desde los tiempos más remotos de la antigüedad, el hombre ha usado el barro para fabricar utensilios domésticos, como vasos, platos, cantaras, etc. Rara es la excavación donde no aparezcan trozos de cerámica de utensilios usados en las casas de nuestros antepasados-
Entre los búcaros y botijos tradicionales de Andalucía la Baja, los había de barro blanco y rojo, que eran menos frescos. Y los cántaros tenían su hembra, en las cántaras, que nunca conseguimos saber en qué se diferenciaban. En las viñas y cortijos unos primitivos artilugios de madera, llamados cantareras, sostenían los cántaros llenos de agua que cada día eran repuestos en su contenido, para que nunca faltara el agua que se les trasvasaba desde pozos, norias o aljibes. En sitio bien fresco del interior de la casa, sobre suelo de tierra, se conservaban, y aún se conservan, estas cantareras con su líquido y rico contenido, tan codiciado en las duras jornadas de trabajo veraniegas, especialmente durante el tiempo que dura la vendimia.
Parece, no obstante, que la vieja costumbre de conservar el agua en frescas vasijas de barro, sean cántaros o cántaras, búcaros, botijos, jarras y otros formatos tradicionales, ha ido desapareciendo poco a poco, gradualmente, de forma tal que podemos darlas por perdidas, en lo que pudiéramos llamar el costumbrismo clásico jerezano.
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