Odile Rodríguez de la Fuente | Bióloga y divulgadora científica y de medio ambiente

“La naturaleza tendrá siempre la última palabra”

Odile Rodríguez de la Fuente, junto a la escultura inaugurada días atrás en el Zoobotánico de Jerez.

Odile Rodríguez de la Fuente, junto a la escultura inaugurada días atrás en el Zoobotánico de Jerez. / Miguel Ángel González (Jerez)

–Su padre, Félix Rodríguez de la Fuente, sigue recibiendo homenajes 43 años después de su muerte. El más reciente, el que ha celebrado el Zoobotánico de Jerez, que le ha dedicado una escultura y una plaza.

–Sí. Es increíble que hayan pasado 43 años (14 de marzo) y todos los años mínimo hay tres homenajes en diferentes lugares de España. Pero hay algunos que hacen especial ilusión, sobre todo, los vinculados a los niños y a la conservación, como el del Zoo de Jerez, donde también es una confluencia de niños. Yo lo siento a él ahí, en su salsa, mirando, mandando energía y fuerza desde donde esté. Todo esto significa que el legado sigue vivo.

–Hay una generación, de los 70-80, a los que usted llama ‘los niños de Félix’.

– Sí, y tengo anécdotas en todos los sectores. Yo, que me dedico a dar conferencias, no falla que alguien me haga una referencia a mi padre.

–¿Y le cansa?

–Noooo, ¡me entusiasma! (ríe). Es una energía tan bonita, de gratitud, que en todo caso es un privilegio.

–Usted tenía 7 años cuando su padre falleció. ¿Cómo se fue impregnando de su labor?

–Fue posterior cuando fui adquiriendo conciencia de su dimensión profesional. Yo antes lo conocía como ‘Superman’, porque el padre de todas las niñas es ‘Superman’. Yo además compartía vocación, era muy bichera de pequeña, y me encantaba estar con él, era la bomba. Muy cariñoso.

–¿Qué primeros recuerdos tiene de ese contacto con la naturaleza, cuando su vocación fue aflorando?

–Salir al campo con mi padre era, muchas veces, una forma de juegos. Una de las cosas que recuerdo es en un trocito de campo que tenemos en La Alcarria. Nos despertábamos antes de que amaneciera y salíamos en un ‘Mehari’ a ver aves. Por cada una que reconocía, que ya me sabía yo a esa edad la ‘guía Peterson’ de lomo a lomo, pues mi padre me daba una peseta. Así que era divertidísimo. Era una persona inspiradora, apasionada y un niño con piel de adulto. Tuvo una infancia libre y montaraz, como decía él, porque no se escolarizó hasta los 10 años y se dedicó a corretear por su pueblo, algo que le marcó.

–¿Todavía tiene que reivindicar la figura de su padre en alguna ocasión, defenderlo de críticas?

–Bueno, son las menos porque no hay donde pinchar. Cómo se rodaban los documentales nunca se ocultó, formaba parte del proceso de hacer documentales de naturaleza. Realmente, mi padre sigue siendo de gran ayuda, en un momento en el que hace falta ese entusiasmo humanista, de liderar el cambio.

–Como divulgadora sobre medio ambiente, ¿nos hemos dado cuenta por fin del cambio climático?

–Estamos en ello, pero creo que todavía no hemos cruzado el umbral para que tenga lugar ese cambio de conciencia total. Cada vez hay más gente, pero tenemos muy poco margen de maniobra. Con los 50 años que he vivido, puedo ver el cambio de cuando era pequeña. Ten en cuenta que mi padre empezó a hacer su trabajo cuando en España todavía existía la Junta de Extinción de Animales Dañinos, que cada ayuntamiento pagaba a cada persona que llegaba con los restos de un depredador. Eso era lo establecido. Imagínate lo que hemos cambiado.

–En la pandemia vimos lo que supone estar en casa y no intervenir en gran parte en el medio ambiente.

–Sí. Eso nos habla del potencial que tenemos. Se pueden hacer las ciudades más permeables a la naturaleza y se está trabajando para cambiar mucho el diseño. Menos contaminación, más espacios verdes, edificios más autosuficientes, etc. También habla del potencial de la naturaleza: si a la naturaleza la dejamos es nuestra mejor aliada; ahora la estamos convirtiendo en nuestra peor adversaria. Ella tendrá siempre la última palabra. Es muy egocéntrico pensar que 'vamos a salvar a la pobre naturaleza'. Pero si el problema somos nosotros. Uno tiene que ser el cambio que quiere ver en el mundo. 

–¿Puede vengarse?

–No con personalidad, pero científicamente hablando hay puntos de inflexión. Los científicos han marcado 1,5-2 grados a partir de los cuales crecen de forma exponencial esos puntos. Las grandes partes del sistema vivo planetario, que ahora son grandes sumideros de dióxido de carbono, aliados en parar el cambio climático, llega un momento en que empiezan a emitir dióxido de carbono. Si eso pasa, será imparable. Y será hasta que la Tierra encuentre otro punto de equilibrio, que puede estar en 5,7 grados más. Ahora se mantienen las condiciones idóneas para la vida: una temperatura media de 14 grados del Holoceno, pero puede cambiar. Si reconectamos con ella, la naturaleza nos salvará a nosotros de nosotros mismos. Puede haber otra gran extinción masiva, y se recuperará y surgirán nuevas formas de vida, y ya está. Es algo más grande de lo que nos podamos imaginar, pero sería una pérdida inmensa, muchísimas especies, y sobre todo, que desapareciera la nuestra, que me parece un crimen, por mucho que se diga que lo mejor que le puede pasar a la naturaleza es que desaparezca el ser humano. Yo no lo creo. Esto es un parto de la vida extraordinario porque somos naturaleza pensante y reflexiva. Y eso es increíble. 

–¿Qué habría que cambiar de una forma más radical?

–La educación. Tenemos el mismo modelo de principios del XIX: mecanicista, hacen personas sumisas, con trabajos repetitivos. Para este reto actual necesitamos personas con criterio. A los niños hay que contarles la historia de la vida de otra forma.

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