Palacio Domecq, Palacio de Montana

jeREZ ENEL RECUERDO

Antonio Mariscal Trujillo

07 de marzo 2016 - 01:00

EN nuestra encantadora y luminosa Alameda de Cristina, lugar que da la bienvenida a todo forastero que a Jerez llega, se alza el más hermoso de los palacios de cuantos posee nuestra ciudad. Es el popularmente conocido como Palacio de Domecq. Un bello edificio construido en el último tercio del XVIII para residencia del acaudalado exportador Antonio Cabeza y Guzmán, marqués de Montana. El mismo constituye la muestra más monumental y elaborada de la arquitectura civil jerezana del siglo XVIII. Fue levantado entre 1775 y 1778, constituyendo tanto por su sobriedad exterior como por su belleza interior, un espléndido exponente de mansión señorial dieciochesca. Pero no es precisamente del mérito artístico del mismo sobre lo que vamos a tratar, lo será sobre su devenir histórico, sobre la persona que tuvo el acierto de mandarlo a construir y de sus sucesivos moradores.

Este personaje nacido en 1735, fue capitán de Milicias Urbanas de la plaza de Tarifa y Fiscal Perpetuo de la Real Justicia de Jerez. Perteneció por la rama de los Cabeza a una familia jerezana adinerada, hidalga y antigua, no así por parte de madre, doña Ana de Guzmán que, aunque de familia más o menos acomodada, no procedía de la hidalguía ni de la nobleza. A pesar de ello la herencia que recibió de sus padres podemos decir que no fue demasiado cuantiosa. De modo que con el escaso capital que le dejaron decidió entrar en el negocio vinatero.

Ya habían pasado los tiempos épicos de la nobleza, y encontrándose Antonio Cabeza y Guzmán con aptitudes mercantiles y fiado de la buena ventura, fundó la primera casa exportadora de crianza y almacenamiento de vinos verdaderamente organizada y comercial de su época, llegando a convertirse en el primer exportador de aquel tiempo. Su bodega fue la primera en Jerez que llegó con el tiempo a vender vinos embotellados con la marca CZ (Cabeza y Zarco), marca que llegó hasta finales de los años 80 del pasado siglo XX, pero ya en propiedad de la familia Rivero. Hemos de añadir que cuando Antonio Cabeza comenzó con sus negocios apenas contaba con algo más que unas casas en la calle Corredera heredadas de su madre.

En 1776 adquiere al municipio un solar próximo al convento de Santo Domingo, así como unas casas y bodegas a los frailes dominicos en el mismo Llano de San Sebastián. Y esto fue porque ya rico y en posesión del título de Marqués de Montana que le fuera concedido por el rey Carlos III, había decidido construir un palacio para casa solariega de su nuevo marquesado, la cual una vez construida, con no pocas dificultades y polémicas acerca del municipio y los vecinos, fue llamada popularmente como la Casa de Cabeza.

Cuando la mansión estuvo terminada, el marqués de Montana, hasta entonces dedicado de lleno a sus negocios y a ganar dinero, quiso tener heredero para su fortuna y linaje. A tal fin se dispuso a matrimoniar con una señorita de Écija llamada María Josefa Ramírez Barrionuevo, con cuyo padre había pactado el matrimonio con una dote de diez mil duros. Se celebró el casamiento por poderes, creemos que sin conocer a la novia previamente. Pero quizás a causa de la salud quebrada del marqués o por otras circunstancias, pasaron los meses y el matrimonio aún cabía dentro de la denominación de "rato", o sea, no consumado. Y el sueño dorado del marqués de tener un hijo no llegó a hacerse realidad, ya que algún tiempo después fallecería cuando contaba 50 años de edad. Había disfrutado de su palacio solamente durante siete años.

Dejó escrito en su testamento que sus restos fuesen enterrados en el sagrario del la iglesia de Santiago. Entre otros últimos deseos, dejó como herederos de parte de su fortuna y de su título nobiliario a su viuda y a los hijos que ella pudiese tener de un futuro matrimonio; pero en el caso que su esposa falleciera sin hijos, parte de sus bienes, disponía, se destinasen a pagar el noviciado cualquier pariente que decidiera entrar al servicio religioso. Otra parte iría destinada a los hospitales de la ciudad, al Hospicio de la Niñas Huérfanas y a los pobres vergonzantes de la collación de Santiago. En cuanto a las casas principales que poseía, el 6 de mayo de 1793, una vez fallecida su esposa, el Alcalde de la ciudad, por disposición de ella, dio posesión al cabildo colegial de las mismas, entre las que se encontraba el palacio de la Alameda Cristina.

Años más tarde, y tras la Desamortización de Mendizábal, el palacio fue vendido a Juan Pedro Domecq Lembeye, el cual antes había adquirido a las hijas de su hermano Pedro la parte correspondiente a éstas de las bodegas Domecq. Al morir Juan Pedro sin descendencia legítima en 1867, pasó la mitad sus propiedades por herencia a Juan Pedro Aladro, un hijo natural habido de sus relaciones con una señorita gaditana llamada Isabel Aladro Pérez. Otra parte de la herencia la recibió su sobrino Pedro Domecq Loustau a quien en 1848 había llamado desde Francia para dirigir sus negocios. Al cumplir Juan Pedro Aladro la mayoría de edad en 1865, Domecq Lembeye alcanzó la Real Gracia de la reina Isabel II de prohijarlo por arrogación, o lo que es igual, la consideración de hijo, pudiendo tomar como su segundo apellido el de Domecq.

Juan Pedro Aladro fue un personaje singular. Después de cursar los estudios universitarios, accedió a la carrera diplomática, ocupando diversos cargos en el Ministerio de Estado. Fue dos veces diputado a Cortes, secretario de las embajadas españolas en Viena, París, Bruselas y La Haya, así como embajador en Holanda y Rumanía. Apasionado por las antigüedades, dotó su palacio jerezano con numerosas y valiosísimas obras de arte, amén de una magnífica biblioteca con más de doce mil volúmenes. Fue muy aficionado a los caballos, poseyendo magníficos ejemplares de la raza árabe. Un lote de ellos lo regaló a Alfonso XII a quien le unía una gran amistad.

En 1886, el pueblo albanés sojuzgado por los turcos, le proclamó legítimo heredero al trono, ya que por parte de madre era descendiente del héroe de la independencia de Albania, Jorge Kastriota Skandernberg. Aladro, entusiasmado con la idea no descansó, organizando esfuerzos liberadores y creando comités y publicaciones en los países balcánicos y en Egipto, empeño en el que gastó buena parte de su fortuna sin lograr su propósito.

Los méritos de este personaje fueron reconocidos con numerosas condecoraciones, entre las que caben mencionar las de Caballero Gran Cruz de la Real Orden Americana de Isabel la Católica, de la Estrella de Rumanía, de Jacobo de Servia, de San Alejandro de Bulgaria, de Osmanié de Turquía, Comendador de la Real Orden de Carlos III y de la de Francisco José de Austria, Caballero de la Orden Militar y Pontificia del Santo Sepulcro y de la de Francisco I de Nápoles. A la muerte de Alfonso XII renunció a todos sus cargos fijando su residencia en París. No tuvo hijos y, a su fallecimiento ocurrido el 17 de febrero de 1914, su viuda, la condesa de Renesse, heredó una fortuna de más de 2 millones de escudos así como su fastuosa mansión de la Alameda Cristina. Dicha mansión junto con su parte accionarial en las bodegas heredadas de su padre fueron vendidas al primer marqués de Casa Domecq, Pedro Domecq y Núñez de Villavicencio (1829 - 1921), quien pasó a ocuparlo como residencia familiar. Desde entonces y hasta 1994, cuando las bodegas y todo su patrimonio fueron vendidos a la compañía Allied Lyons, el palacio dejó de pertenecer a la saga de los Domecq. Actualmente desconocemos con certeza su futuro destino.

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