Paloma que vuela, a la jaula con ella

Vecinos, comerciantes, hosteleros y colombófilos, de acuerdo con la 'guerra' declarada a las 'ratas voladoras' por parte del Ayuntamiento · Una gran mayoría ha emigrado de Las Angustias al Arenal

Jorge Miró

16 de febrero 2010 - 07:49

Noé soltó una desde el arca después del Diluvio para intentar encontrar tierra firme y ésta regresó con una rama de olivo en el pico. Incluso en el Nuevo Testamento, el Espíritu Santo bajaba del cielo con su apariencia para posarse sobre Cristo en el momento de su bautismo. Es uno de los símbolos cristianos por excelencia y, sobre todo, de la paz, pero lo cierto es que, paradójicamente, el Ayuntamiento ha emprendido una guerra abierta contra ellas, las palomas urbanas.

Y es que este animal se ha convertido en un problema en muchas ciudades del mundo, por el daño que provocan sus excrementos en monumentos y viviendas y también, por la multitud de enfermedades que transmiten, lo que les ha valido incluso el despectivo calificativo de 'ratas voladoras'.

En Jerez son varios puntos en los que se concentran, siendo los céntricos de la plaza del Arenal y de Las Angustias donde tradicionalmente se han instalado.

Sin embargo, un paseo por este segundo punto nos descubre que estos animales han casi desaparecido. Los vecinos lo achacan a la obra de remodelación que sufrió la plaza, que provocó la emigración de las palomas a la cercana plaza del Arenal. Así y todo, esto no ha supuesto un disgusto para los vecinos, al contrario. Así, Josefa señala que "tenía que estar todo el día pendiente de ellas porque me destrozaban la ropa cuando la colgaba en el tendedero", además de señalar la "porquería" que suponían sus excrementos en la plaza. En la cercana pajarería Levante señalan que desde que remodelaron la plaza "ya no viene nadie a comprarnos comida para ellas, porque casi todas se han trasladado al Arenal". Así y todo, en la plaza todavía se podía ver ayer una bolsa llena de pan destinada a éstas aves.

En la pajarería Centro, en la calle Évora, venden palomas, pero de competición. "No tienen nada que ver con las salvajes, que lo único que hacen es manchar y transmitir enfermedades", señala el propietario. Y es que, efectivamente, las palomas de competición pasan por una serie de controles sanitarios como así señala el presidente del club Colombófilo Jerezano, José Carlos Estremar, quien señala que son los propios colombófilos los que están en contra de las palomas salvajes ya que "provocan que tengamos mal prestigio". Estremar afirma que las palomas de competición son anilladas a los ocho días y que, además, están registradas en la Oficina Comarcal Agraria (OCA). Además, cada colombófilo procura tener a sus animales en perfectas condiciones de salud e higiénicas, ya que las palomas tienen que estar completamente sanas para competir. Además, a estas aves se las acostumbra a que no se posen en los tejados de las viviendas o en los monumentos, ya que lo que se busca en las competiciones de palomas mensajeras es que recorran la distancia entre dos puntos en el menor tiempo posible.

"Por mí -señala José Carlos Estremar- el Ayuntamiento podía quitarlas todas, porque yo lo último que quiero es que se me cuelen palomas salvajes en mi palomar para que me las llene de piojos o me las infecten".

Si se da un ligero vistazo a la plaza del Arenal, lo primero en lo que se fija uno es en el monumento a Primo de Rivera, cuya cabeza está teñida de blanco por sus excrementos . Los hosteleros de la plaza también están de acuerdo en que se erradiquen de la zona, ya que "molestan a los clientes y además nos ensucian los toldos y los parasoles". Sin embargo, hay alguno que piensa que las palomas son uno de los grandes atractivos de la zona: "Mientras que los niños les dan de comer, los padres se toman la cerveza", afirma uno.

Hay otros que, directamente, pide que se eliminen porque incluso creen que pueden ser cazadas por alguno para su propia ingesta, con el peligro para la salud que eso conlleva. "Con la crisis que hay, me lo creo todo", señalaba Tomás, que ayer aprovechaba uno de los pocos momentos de tregua que daba la lluvia para descansar en uno de los bancos de esta plaza. Y es que, ya se sabe: Ave que vuela, a la cazuela.

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