Recorrido por los comercios con más solera
La voz de Jerez
Cinco negocios familiares del centro sobreviven tras más de sesenta años
En los años cuarenta del pasado siglo es cuando la zona del teatro Villamarta adquiere su apariencia actual, quedando el nombre de Unión para la vía que une la conocida ‘escalerilla’ con la plaza de abastos. Es ahí, en esta estrecha calle donde abrió sus puertas en 1917 el ‘Ultramarinos Bejarano’. Con solera en sus paredes y manzanillas colgando del techo, este establecimiento es sin duda uno de los comercios con más seña de identidad de la ciudad. Ahora, en manos de Cristóbal Bejarano, nieto del ‘fundador’, el ultramarinos mantiene la esencia de lo antiguo, con una entrada en la que las cestas de lana y los sacos de garbanzos le dan la bienvenida.
Cuando llegó la Guerra Civil este comercio cerró sus puertas, pero de nuevo las abrió con ‘Cristobita’ (padre del actual propietario). “Antiguamente se abría todo el día y la plaza de abastos era una señora plaza. Tenía dos plantas, venía mucha más gente a comprar, porque además aquí en la escalerilla del Villamarta paraban ‘Los Amarillos’ y ‘La Valenciana’. Eran años en los que se hacían muchas matanzas y venían por las especies”, recuerda Bejarano. Aquí las cosas “son buenas, de calidad” y se puede encontrar tanto alubias carillas de Extremadura, pasando por lentejas de Salamanca y unos avíos del puchero que vienen de Grazalema. En cuanto a las especies pocas son las que no tiene Cristóbal en su estantería. “Tenemos manzanilla, orégano de Grazalema, tomillo, pimienta de Madagascar, canela de Sri Lanka, madre clavo, pimienta de Jamaica, pimentón de La Vera de Extremadura... Hombre, no se vende como antes, pero sí sobrevivo. El que entiende y puede, viene”, comenta Bejarano, quien si tiene que recordar alguna anécdota le viene a la memoria un 28 de diciembre, día de los Inocentes, con su padre, la forma en la que se fiaba a los clientes“por aquellos años” y las visitas de la marquesa de Almocadén, que “se sentaba en esta silla mientras yo le preparaba los paquetes. Era muy simpática”.
Pocos no se habrán parado en algún momento en el escaparate de ‘Quevedo’ en la plaza de la Yerba. Abrió sus puertas en el actual emplazamiento en 1948, pero “el negocio tiene cuarenta años más. Mi padre tenía una tienda en la calle Algarve, lo que ahora es una cafetería, y luego se trasladaron aquí”, cuenta Adolfo Quevedo. Destaca por su variedad tanto de artículos como de ‘temas’, porque aquí lo mismo se puede restaurar una imagen de un Señor que diseñar los cristales de una puerta. “Tenemos marquetería, artículos religiosos, souvenir e incluso hemos llegado a vender baterías de cocina. Curiosidades aquí hay muchas, por ejemplo, hay miles de figuras para los nacimientos”, señala Quevedo. Dice que para sobrevivir lo primordial es la “constancia, atender muy bien al público y ayudar al cliente a encontrar lo que busca” y bueno, parece que éste seguirá muchos años abierto, ya que su hijo parece que escribirá otra generación.
Seguimos el recorrido y la siguiente parada es la plaza Plateros. El olor a chucherías atrae a los niños a la confitería Nuestra Señora del Carmen, una tentación para pequeños y mayores que tiene abiertas sus puertas desde hace unos 63 años. “Mi padre empezó con un carrito, se estableció en Plateros, se casó y puso su kiosco. Poco a poco hemos llegado hasta hoy”, declara Paqui López. Entre sus paredes de azulejos celestes, las bolsitas de golosinas colocadas estratégicamente ha llevado a convertirse “en una confitería que conoce todo Jerez. Hemos vivido muchas historias y hemos tenidos muy buenos clientes, ahora ya muchos son amigos. Siempre intentamos tener el negocio lo más surtidito posible, que es lo principal, para que el que entre no se vaya de vacío”.
Muy cerca de la confitería está la Mercería Toro. Abierta desde 1889, este negocio familiar ha sabido reinventarse para sobrevivir y para ello Silvia Toro, nieta del fundador, ha jugado un papel fundamental. Su amor por esta tradición le llevó a dejar su trabajo para abrir de nuevo las puertas de la mercería después de que sus padres decidieron echar el cierre, “pero me dio tanta pena que decidí que dedicarme a esto merecía la pena, quería recuperar esa esencia de lo antiguo que en estos días se está perdiendo”. Y lo ha conseguido. Ahora, entre agujas y bovinas de hilo, Silvia vende capirotes de Semana Santa y se ha especializado, entre otras cosas, en hermandades. “Aquí se uniforma al costalero al completo, se bordan todo tipo de prendas, tenemos velas... Hacemos túnicas y claro, después la mercería, aunque no son los artículos normales. Si quieres renovar un vestido aquí hay cosas novedosas y diferentes”, recalca Toro, quien no esconde la sonrisa cuando afirma que “a la gente le da alegría ver que sigue abierta y eso es muy gratificante”.
La última parada de este recorrido por el comercio está en San Mateo. En un pequeñísimo local de la plaza del Mercado se encuentra el negocio de María Bejarano, una singular droguería “a la antigua” que cuenta con más de sesenta años. Si se le pregunta qué es lo más llamativo de su tienda, la empresaria pone sobre el mostrador botes con sulfato de hierro, cera virgen, goma laca, azufre, almagra... “Claro que la gente viene a buscarlo. Por ejemplo, la cera la utilizan los carpinteros para barnizar los muebles y otros productos sirven como fertilizantes”, señala María. Estos cinco ‘enclaves’ son ejemplos de constancia, de inquietud por mantener un negocio familiar en tiempos de crisis en los que el pequeño comercio es el más perjudicado. Saben que ya forman parte de la vida de los jerezanos, porque ellos también escriben la historia de la ciudad.
También te puede interesar
Lo último