Recuerdos de la 'general'
Tuve la suerte de crecer muy cerca de una pocetilla mágica. Era la misma a la que se dirigían los obreros del servicio de aguas cuando debían cortar el suministro a todos los vecinos que vivíamos de la Cuesta de las Piedras para abajo. Apenas aparecían los operarios del Servicio de Aguas con su antiquísimo dos caballos (Ajemsa por entonces era una entelequia) cuando la voz corría por el barrio como si la tierra de las calles se hubiera convertido en pólvora. Las madres, prestas, se dirigían allí y les convencían para que cortaran el agua después de que al barrio le hubiera dado tiempo a llenar varios barreños, cubos e, incluso, la bañera. Las excusas de los currantes no valían absolutamente para nada. La comida o la cena de la familia era razón suficiente para que el operario se resignara a aparcar durante 15 minutos aquella inmensa llave que daba y quitaba el agua a los grifos.
Por aquel entonces, hablar de la 'general' - la tubería de la que cada casa tomaba el agua- traía mal fario. Más que nada porque cada vez que su nombre asomaba en las conversaciones de los mayores era porque ésta había reventado, había sido cortada o, como llego a pasar en una ocasión, la cal la había dejado tan atascada que sólo permitía el paso de un hilillo de agua, casi imperceptible, el cual apenas conseguía llegar al grifo a duras penas.
No pocas veces, conforme la 'general' era reparada, ésta aparecía ante nuestros ojos de niños como una especie de misteriosa diosa subterránea, esa extraña compañera de viaje vital a la que nuestros padres amaban tanto como odiaban. Y allí seguirá, imagino, a menos que la cal, como una arterioesclerosis cualquiera, la haya matado.
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