Reflexión y educación

Reflexiones sobre psicología

Cualquier proceso es susceptible de incurrir en error y de ser corregido.

13 de abril 2010 - 01:00

Ignoro la etimología del término reflexión. Quizás al poner un imaginario guión detrás de la primera sílaba de la palabra, podemos pensar que ésta deriva del hecho de volver a flexionar, probablemente en el sentido de volver a cambiar o bien podría ser una derivación del fenómeno físico de reflexión de la luz. De hecho, la definición que nos ofrece la RAE nos dice que reflexionar consiste en considerar nueva o detenidamente algo. Por tanto, podríamos entender que reflexionar puede ser un método válido de aprendizaje. Cuando reconsidero alguna de mis actitudes o alguno de mis principios, no es difícil encontrar nuevos datos que me permitan fortalecer mis ideas o por el contrario, modificarlas.

Sin embargo, algo debe fallar en aquellas personas que mantienen actitudes conocidas como radicales, extremistas o inmodificables. Esto ocurre con algunas religiones, con ciertos nacionalismos, con ideales políticos, pero también con actitudes más cotidianas. Algunas personas rechazan tajantemente el hecho de hacer deporte, o la posibilidad de abandonar el consumo de tabaco, o el hecho de viajar, leer o conocer a nuevas personas, cada cual basándose en determinadas creencias que con frecuencia resultan inflexibles. Pues bien, algo tendrá entonces que ver la inflexibilidad con la reflexión. Podríamos decir que son conceptos complementarios, digamos que es condición sine qua non, reflexionar para ser flexible y poder cambiar actitudes.

Aún así algunas personas reflexionan y mantienen sus actitudes, la explicación podemos encontrarla en el sesgo cognitivo de confirmación de hipótesis. Diversas investigaciones confirman cómo la mayoría de las personas creamos hipótesis sobre cualquier asunto, que luego intentamos confirmar buscando criterios que lo permitan y rechazando o ignorando todo aquello que no nos ayuda a confirmar la hipótesis.

Un buen ejemplo de ello puede observarse cuando como profesores, padres o incluso como compañeros tendemos a etiquetar a los otros. Los clasificamos, es decir los colocamos dentro de una determinada categoría o tipo de persona y luego toda nuestra búsqueda se dirige a confirmar que esa persona pertenece a dicha categoría, anulando toda aquella información que nos permitiría incluirlas en cualquier otra categoría. Así, parece claro que seremos más exactos en nuestra capacidad de comprensión, al disponer de mayor número de categorías, objetivo que no debiera de ser ignorado por la educación, de la misma forma que no debieran de ser ignorados por ésta aquellos procesos que nos llevan a ignorar una cantidad de datos que con frecuencia resultan indispensables para acceder a hipótesis alternativas más cercanas a la verdad. Ocurre esto, desafortunadamente, a padres con hijos y a hijos con padres, a profesores con alumnos y a alumnos con profesores, a maridos con esposas y a esposas con maridos. En definitiva, cualquier proceso que implique una valoración y toma de decisión es susceptible de incurrir en este error de interpretación y, por tanto, de ser corregido.

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