Jerez íntimo | Espacio patrocinado

Réquiem por un futbolista de Jerez

El industrialismo es un sentimiento que rebasa los parámetros de lo puramente deportivo. Va más allá de la defensa de los colores, del sudor de la camiseta, del ínterin extradeportivo e incluso de la tronera de aplausos a favor de tu club. El industrialismo –con el célebre “Tracatrá” como himno de guerra en tres sílabas- no tuesta el pellejo de las fiebres pasajeras. El industrialismo conserva el platonismo de una sabiduría que enamora desde el púlpito de la raigambre familiar. El industrialismo reescribe, macerándola, la afirmación que César González Ruano tributara a Braque cuando el articulista l consignaba que el tiempo se va encargando de hacer clásico lo romántico. El industrialismo no aparta ni una tilde del bienestar de la nostalgia que siempre regresa con Veguita como malabarista del esférico y con Yeyo metiendo goles de córner.

El industrialismo extracta descomunalmente –con su acento de marfil, con su sesgo de pergamino, con su bozo adolescente- el verso de García Lorca: “Sólo tu Sacramento de luz en equilibrio que salva corazones lanzados a quinientos por hora”. Luz en equilibro, corazones lanzados a quinientos por hora: ¡Ahí es nada! El industrialismo es charla a las dos de la tarde de los sábados de finales de los setenta en los mostradores de Paulino –esquina Bizcocheros con Gaspar Fernández- cuando Luis García Segura ya plantaba entre calé y calé el papelón de tacos de jamón –“¿Te pongo una Fanta, niño?”- y Juanito el Médico hablaba con predicamento de la praxis de la cantera. El industrialismo es mancomunidad de idearios, trabazón de almarios, reflejo e iris, amistad sin paliativos, beso generacional, un chutazo (léase: vejigazo o cañonazo) en el patio del colegio creyendo que eras Miguel o Pajuelo… ¿El industrialismo? Una rosa junto a dos borceguíes.

No me pidáis ni siquiera la mera aproximación a este latido de los hondones de la emoción que ahora se desata como el llanto templado de la guitarra. No me pidáis teoremas ni explicaciones. Porque el industrialismo no desciende a la facultad de la escritura. Porque bruñiré de ufanía los códigos impenetrables de la esencia de un sentimiento puro y limpio como los chorreones del silencio que todo lo dicta. El industrialismo es un sentimiento vital y vitalicio. Una actitud que ni la muerte destruye. Porque la muerte es la antítesis del industrialismo. Porque la muerte no marida con aquello que ahora me susurran los socios de los palcos del cielo. Porque la muerte es la negación de la vida. Y precisamente vida es la que mantendrá vigente por los siglos de los siglos este sueño hecho realidad. Por esta razón me ha desgarrado el alma el fallecimiento de un futbolista de tez morena y correr eléctrico. Un futbolista que era nuestro héroe de la niñez. Nuestro ejemplo de deportista humano. Hermano más que compañero de los Navarro, Antoñito, León, Alí, Tarrío, Miguel, Ramírez, Mané, Pajuelo, Cabral… Ha muerto el extremo derecha que goleaba por amor, que regateaba por virtud, que driblaba por plenitud. Ha muerto IgnacioIgnacio Fajardo-, quien pudo ser estrella nacional del fútbol y eligió Jerez como oxígeno de su aliento. Ya no existen sus botas, ni su velocidad endiablada corriendo la banda ni existe aquel césped y ni siquiera el Estadio Domecq. Pero permanece la credibilidad del mito y la certeza de su verdad. ¡Anda, Ignacio, ponte de nuevo el siete a la espalda! ¡Y juega como sabías hacerlo en el área de lo imposible! ¡Levanta de nuevo a los aficionados de los duros escalones del Domecq cuando el balón llegaba a tus pies y un silencio atronador cubría todos los espacios! ¡Déjame que te vea otra vez, risueño como siempre fuiste, con la camiseta del equipo de tus amores! ¡Con la camiseta del Jerez Industrial! ¡Sí, del Industrial! ¡Tracatrá!

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios