UN PASEO POR EL CORAZÓN DEL CASCO ANTIGUO

San Mateo: barrio maldito

  • El barrio más antiguo de Jerez se debate entre la vida y la muerte · Ni siquiera aparece en las guías turísticas · Los vecinos piden actuaciones porque "merece la pena" y confían en su potencial

San Mateo. Un jueves por la mañana. "Este barrio parece que está maldito". Quien lo dice es Agustín Pérez, más conocido como el droguero. Muchos de los vecinos, como es el caso del jubilado Diego Parrilla, le llaman "el alcalde de San Mateo", un calificativo que no le gusta nada porque "tan sólo viene a suponer que de entre todos los que somos apenas fui yo uno de los pocos que se preocupó por el barrio".

San Mateo es una mina. Es una especie de yacimiento petrolífero en la mitad de una ciudad castigada por los males endémicos a los que le condujeron unos dirigentes más empeñados en expandir una ciudad con esos bloque verticales llamados unifamiliares que en cuidar esas joyas interiores que, año tras año, se han venido abajo. Las inversiones realizadas por la Administración local desde que llegó la democracia se resumen en un museo arqueológico (cerrado), una fuente, la apertura de la Casa de las Mujeres y la plantación de unas palmeras que acabaron cayendo sobre ciudadanos.

"San Mateo fue Jerez, era todo Jerez", destaca Agustín Pérez mientras casi maldice el "éxodo que comenzó a afectar al barrio cuando las barriadas del extrarradio comenzaron a ofrecer una novedosa forma de construcción: los pisos. De mediados de los años 50 a bien entrados los 60, los niños de las casas de vecinos se convirtieron en propietarios de 60 metros cuadrados lejos de ese barrio donde comenzaron a vivir, a a jugar, a amar...

Cuando Agustín Pérez habla de "barrio maldito" hace referencia a un hecho que es completamente cierto: "Obra que empieza por aquí o se queda sin dinero, o se para, o se va el constructor, o el dinero se acaba demasiado pronto". Lo dice con absoluto conocimiento de causa ya que él mismo restauró una vieja casa a apenas una veintena de metros de su famosísima droguería ("hace las delicias de los turistas con cámaras de vídeo", asegura) pero el dinero propio no llegó a la segunda planta y el de la Junta, como siempre, resultó demasiado escaso. "No sé por qué, pero cada vez que se intenta algo se estropea". Ahí están por ejemplo los casos de la conversión de la 'Casa del Pantera' en un hotel, por medio de una empresa de las hermanas Koplowitz o un Palacio de Riquelme del que apenas quedan ya unos arcos en su interior... o un museo arqueológico "que lleva cerrado y seis años de una forma completamente indignante. Todo el mundo sabe -apunta Agustín desalmado- que cuando en un museo se hace una obra siempre hay partes que se pueden mostrar. Eso pasa en todo el mundo, menos en Jerez". En el lado positivo está la Fundación de Joaquín Rivero, que ha venido a dar vida a un rincón de Jerez en el que se levantaban cascos de bodegas y hoy crecen 'jaramagos' de cuatro metros de altura. Una pena.

San Mateo es un yacimiento, de oro de color albero. "A pesar de que ni siquiera se incluya al barrio en las guías turísticas de la ciudad sigue habiendo turistas que llegan por aquí ya sea buscando un lienzo de muralla, el Museo o simplemente la singularidad de este barrio", apunta el droguero jubilado quien no puede menos que sonreírse al recordar el caso "de unos chinos que llegaron aquí desde el Arroyo, cuesta arriba, buscando nuestra muralla, que es como una boca sin dientes, cuando ellos tienen la más famosa del mundo. ¡Algo tendremos que tener!", sostiene.

¿Qué ha sucedido en San Mateo en los últimos 40 años? La explicación más fácil se encuentra en la única casa de vecinos de la Plaza Becerra. Allí viven hoy los descendientes de Jeroma Flores, toda una institución conocida por su nombre de pila merced al kiosco azul y blanco que trabajó durante décadas en mitad de la plaza del Mercado. Su hija, Mercedes Rosillo, y su esposo, Diego Pantoja, son junto a unas pocas familias con pocos descendientes los únicos ocupantes de una edificación que acumula más de 200 años de historia. Mercedes reconoce que "si nadie me ha sacado del barrio a estas alturas nadie me va a sacar ya". A sus 62 años, se muestra feliz por vivir donde vive, "pero triste por los problemas que tiene el barrio, "como que no haya forma de tomar el fresco sentadita en un banco (lo dice por la plaza Becerra) o el cuidado que hay que tener con los nietos en el Mercado, porque no tienen donde jugar y en cuanto se les va el balón salen corriendo para la carretera".

"En los buenos tiempos aquí vivían aquí hasta 75 personas en apenas 10 dependencias", refiere Agustín. Las familias numerosas fueron una norma desde los años de la posguerra hasta el desarrollismo franquista. "El barrio bullía, había tan poco sitio en las casas que no había más remedio que adoptar una de estas dos opciones: o vivir en el patio de la casa de vecinos, o vivir en la calle. Las casas estaban para comer y para dormir sobre los colchones cuando llegaba la noche. Para poco más".

De suministros alimenticios San Mateo andan bien, aunque no tan bien como hace 30 años. Ese buen abastecimiento se lo agradecen sobre todo al Covirán de la plaza del Mercado que les surte de todo tipo de productos "excepto de pescado, por lo que no hay más remedio que bajar a la plaza". Es curioso que en el centro de la ciudad se siga diciendo "bajar al centro" cuando el camino es justamente cuesta arriba. Cosas de Jerez. Pese a ello, San Mateo ha entrado en una espiral peligrosa de la que sólo la inversión pública y privada pueden sacarle. "Hasta el estanco ha cerrado y ha abierto en la Porvera, al lado de la farmacia", apunta Agustín mientras muestra su convicción de que San Mateo es un potencial a explotar al que, por cualquier medio, hay que evitar que se muera definitivamente. "Las ayudas de la Junta (a la rehabilitación) eran cortas y la gente no podía pagarlas pues aquí a nadie le sobra el dinero", comenta un vecino que en un pispás enumera los negocios que aún sobreviven: "Dos bares, una tasca flamenca, un pequeño supermercado, la farmacia y una confitería".

La seguridad en el barrio no es mala. No hay delitos contra la propiedad, si bien los botellones se han convertido en algo habitual los fines de semana. "Los niños al final lo destrozan ", apunta Mercedes Rosillo mientras Agustín Pérez confirma sus aseveraciones. "La verdad es que se echa en falta un cochecito de la Policía pasando de vez en cuando. Con su presencia seguro que ni siquiera se montaba ese escándalo", el cual se ve incrementado de madrugada por las personas que aparcan sus coches en la plaza "y empiezan a pitar cuando están 'calentitos".

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