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Lectores sin remedio

Sobrevalorados

Sobrevalorados

Sobrevalorados

En más de una ocasión y después de cerrar un libro con el firme propósito de no abrirlo nunca más, uno se pregunta por la fama de la que algunos escritores gozan sin que sus novelas valgan ni el peso en papel en que están editadas. Y, por el contrario, muchos otros apenas logran un número de lectores suficiente para que la editorial no los incluya en esa infame lista de autores deficitarios. Una pena.

Desconozco de todo punto los resortes para el éxito inmerecido. Todos suponemos que las grandes editoriales apuestan por un autor o autora porque disponen de un competente equipo de selección, aunque ya conocemos historias de los enormes errores cometidos de editoriales que dejaron pasar textos que después se han convertido en clásicos de la literatura contemporánea. De estos errores hasta libros se han escrito. Quizá, en mi modesta opinión, más fácil es que se escape una excelente novela, que se le dé no solo el visto bueno a la publicación de una mala, sino incluso que se terminen por editar todas las obras de un mal autor. Pongamos ejemplos de los que uno siempre recuerda para ocasiones como esta. Agnès Martin-Lugand escribió hace unos años ‘La gente que es feliz lee y toma café’, que se editó en España precedida de un enorme éxito en Francia. Pues bien, solo se salva del desastre literario el título. Una historia ñoña, plagada de tópicos de novelón cursi. Y ahora me entero de que hasta escribió ¡¡¡una segunda parte!!! Para masoquistas. Un desastre. Muy mala. Y de la misma forma podríamos describir ‘Un verano sin hombres’ de Siri Hustvedt.

Y el último encontronazo lo he sufrido con la no menos exitosa Amélie Nothomb. Ya había leído de ella hacía un tiempo –como explico en la reseña incluida en esta página- su novelita ‘Ordeno y mando’. He vuelto a esta escritora y si ‘Golpéate el corazón’ me ha gustado, la última que acabo de leer, ‘Estupor y temblores’, es tan mala como los ejemplos anteriores. Es decir, una de cal y el doble de arena. Y sin embargo, es una escritora de fama internacional cuyas obras en nuestro país publica una de las más prestigiosas editoriales. Una novela, con perdón del género, esta ‘Estupor y temblores’ de carácter, al parecer, autobiográfico, en la que la escritora describe y analiza su experiencia como trabajadora de la empresa japonesa Yumimoto, allá por el año 1990. Lo que supuestamente es un retrato de las exigentes condiciones de trabajo de los japoneses, termina por convertirse en un relato de la “degradación” de la protagonista del departamento de contabilidad a limpiadora de los servicios del piso cuarenta y cuatro. ¿Es degradante limpiar servicios? Un trabajo tan digno y necesario como cualquiera. Una serie de situaciones absurdas y de tópicos sobre el mundo laboral japonés que hacen de esta obra una mala novela se lea por donde se lea. Una escritora, en definitiva, como tanto otros, muy sobrevalorada y que sin embargo goza de un buen número de lectores adeptos. Si quieren leer un mal libro aquí tienen ejemplos. Pero que conste que yo les he avisado.

El caso Roald Dahl

Durante las últimas semanas ha sido objeto de atención por los medios culturales, la decisión tomada por la editorial Puffin, de editar una versión “políticamente correcta” de los libros de Roald Dahl, entre ellos ‘Matilda’ o ‘Charlie y la fábrica de chocolate’, entre otros. El asunto no es nuevo en lo que respecta a textos clásicos dirigidos al público infantil, que desde hace tiempo vienen siendo señalados por los nuevos censores de lo correcto, por no seguir los estándares actuales al incorporar frases o situaciones consideradas hoy demasiado duras para el público al que va dirigido. Desde hace unos años asistimos a un rosario de casos de los que no se han salvado ni las películas de Disney. A estas alturas de mi vida y pese a que mi capacidad de sorpresa ya está colmada, presiento y temo, en torno a este asunto, que bajo un aparente avance en la protección de los más jóvenes, se esté propiciando la proliferación de una nueva generación de censores que vigilarían que lo que se escribe o lo que se ha escrito se ajuste a determinadas sensibilidades.

Llegados a este punto se podría pasar, ¿por qué no?, de eliminar inocentemente algunas palabras de un libro infantil a otra cosa, y más cuando las que se eliminan son, como en el caso de las mencionadas historias de Dahl, cientos de palabras. Reescribir las historias contenidas en los libros de literatura se parece y mucho a modificar los libros de historia, por la peregrina razón de que tales o cuales hechos o costumbres pudieran afectar a la epidermis, al parecer muy sensible, de las nuevas generaciones. Lo irónico es que una sólida formación cultural de esas nuevas generaciones evitaría sin duda este debate. Afortunadamente, y volviendo a Roald Dahl -que no fue un dechado de virtudes en su vida aunque ese es otro asunto- editoriales como Gallimard en Francia o Alfaguara y Santillana en España, que tienen los derechos de publicación de la obra de este escritor, han decidido mantener las versiones originales de esta, lo que parece estar haciendo reconsiderar a la británica Puffin su inicial decisión de retocarla. Ramón Clavijo Provencio

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