Testigo directo de la tragedia de El Cuervo, hace ahora 41 años

Jerez, tiempos pasados Historias, curiosidades, recuerdos y anécdotas

El 21 de julio de 1972, el ferrobús Cádiz-Sevilla, a la salida de la estación de El Cuervo, en dirección a Lebrija, chocó violentamente con el tren expreso procedente de Madrid, muriendo 78 viajeros del primero y tan solo uno del segundo, resultando heridas 103 personas

Juan De La Plata

30 de julio 2013 - 01:00

LA terrible tragedia del accidente ferroviario ocurrido cerca de Santiago de Compostela, el pasado día 24, nos ha traído a la memoria el que hasta ahora había sido considerado como el mayor accidente de tren, habido en España, hasta el momento: El ocurrido el viernes, día 21 de este mismo mes de julio, entre la estación de El Cuervo y la de Lebrija, al chocar frontalmente el ferrobús Cádiz-Sevilla, que salía de la primera estación, sin respetar las señales que daban paso libre al expreso descendente de Madrid, el cual no pudo evitar colisionar violentamente contra el cercanías. El tren entrante lo hacía a una velocidad de 90 kms por horas y el que procedía de Cádiz, a 80 kms. por hora.El equipo conductor del ferrobús estaba formado por un maquinista y un ayudante, mientras que el expreso era conducido por un maquinista y ayudante, supervizados por un jefe de maquinistas.

El ferrobús se componía de cuatro vagones y llevaba 200 viajeros, procedentes de Cádiz, San Fernando, El Puerto y Jerez, mientras que el convoy de Madríd-Cádiz, con catorce vagones, tirados por una máquina diesel, transportaba 500 pasajeros. El accidente ocurrió a las siete y media de la mañana, cuando el ferrobús, sin esperar el paso del expreso, salió de El Cuervo, a pesar de que las señales de tráfico ferroviario se lo prohibían, chocando minutos después con el tren descendente de Madrid que debía proseguir su camino hacia Jerez y Cádiz, sin tener que detenerse. Aunque ambos trenes tuvieron tiempo de hacer uso de sus frenos; a consecuencia del choque, los tres vagones de cabeza del ferrobús quedaron empotrados en la poderosa máquina diesel del expreso, descarrilando ésta y los tres vagones de cabeza, viendose únicamente afectado de gravedd el vagón-correo, donde murió el ambulante de este servicio, que viajaba en el mismo, siendo la única victima mortal de este tren.

El choque fue tan enorme que los dos trenes quedaron empotrados uno en el otro, resultando muertos en el acto todos los pasajeros del primer vagón del ferrobús, infantes de Marina, en su mayoría, procedentes de San Fernando, que iban de permiso a sus domicilios familiares. 20 en total, según pudimos conocer. El balance definitivo de victimas alcanzaría el número de 79 muertos y 103 heridos de distinta consideración, los cuales fueron llevados por los servicios de socorro, que acudieron prestamente, a distintos centros sanitarios de Sevilla, Jerez y ambas provincias. Menos cuatro que fallecieron en Jerez, todos los cadáveres fueron siendo depositados en Lebrija.

Inmediatamente irían llegando al lugar del suceso numerosas ambulancias y personal sanitario de nuestra ciudad, Cádiz, Sevilla, Utrera y Base Naval de Rota, junto con efectivos del Ejército, Cruz Roja, Policía, Guardia Civil y Bomberos. Y todas las primeras autoridades, encabezadas por los gobernadores civiles de Sevilla y Cádiz.

Entre los informadores de los distintos medios de comunicación que se personaron en el lugar de la tragedía, se encontraba este periodista, como enviado especial de la Agencia Cifra y de Radio Nacional de España, que pudo contemplar in situ el dantesco espectáculo que se ofrecía a sus ojos, contactando con el fotógrafo de la agencia, en Lebrija, y gran amigo, Mario Fuentes Aguilar, y con el guitarrista Pedro Peña, hermano de El Lebrijano, que me facilitaría enormemente la información, por ser a la sazón concejal del Ayuntamiento de Lebrija, a cuyo convento franciscano fueron llegando todas las víctimas mortales, y depositadas en el suelo del gran patio del mismo, donde aparecían cubiertas con mantas.

Las escenas de dolor que, a cada paso, se desarrollaban, por parte de familiares que buscaban a sus deudos, eran realmente desgarradoras. La gente iba de un lado para otro, como loca, buscando y llamando a los suyos. En medio de ese caos, este periodista se las veía y deseaba para conocer los nombres de víctims mortales y heridos, así como de lugares a donde éstos habían sido llevados. Continuamente pasaba esta información a la agencia Cifra y la daba telefonicamente a través de Radio Nacional. Muchos familiares que llegaban a Lebrija buscaban a este corresponsal intentando conocer nuevos datos sobre los suyos. Una familia de Jerez, vecina de La Plata, que había perdido a dos de los suyos - una mujer y una niña, según creemos recordar -, reiteradamente se dirigía a nosotros, en busca de más información. La labor periodística se hacía por momentos más agobiadora.

El P. Carlos, franciscano del convento lebrijano, que nosotros conocíamos por haber estado anteriormente en el convento de Jerez, nos ayudó en nuestra misión, en todo lo que pudo; al igual que Pedro Peña, no solo guitarrista y concejal, sino también maestro nacional. Todo el pueblo estaba volcado con los afectados por la tragedia y todos colaboraron, desde el primer momento, en la labor de rescate de heridos y de cuerpos sin vida. Tambien estaba por allí el gran fotógrafo jerezano Manolo Iglesias, con otros compañeros de la prensa y de la radio de nuestra ciudad, realizando una dura y desagradable tarea informativa que todos sufrimos por igual.

En el cemenerio jerezano recibieron sepultura diez victimas del accidente, nueve de ellas vecinas de Jerez, entre ellas tres miembros de una sola familia, un matrimonio con dos hijos menores, un muchacho de 17 años y una niña de 12; más una joven religiosa dominica, de 29 años, estudiante de la Universidad de Sevilla.

Han pasado 41 años, y nosotros, salvo alguna que otra excepción, no recordamos haber vivido, en toda nuestra extensa vida, de más de sesenta y cinco años de periodismo activo, una jornada más dura ni más tremenda. Cuando regresamos a Jerez, a la caída de la tarde, totalmente agotados y con el ánimo por los suelos, inútil es decir que caímos desfallecidos y rompimos a llorar amargamente por las terribles horas vividas, entre El Cuervo y Lebrija, aquél inolvidable 21 de julio de 1972. Efemérides que hemos evocado, al coincidir, casi en todo, con el accidente ferroviario del pasado día 24, a cuatro kms. de Santiago de Compostela. Otro dantesco suceso que ha espantado al mundo, cuando precisamente nos empeñamos en vivir la absurda era de la velocidad.

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