Tiempo de Volver

El desempleo, la psicosis de persecución y la escasez de dinero cambia los planes de muchos 'sin papeles' de la zona

Juan P. Simó/Pedro Ingelmo

21 de diciembre 2008 - 01:00

Es el inmigrante que emigra. Se llama Juan Carlos y tiene apellidos españoles: Aguilar Lizárraga. Así visto, pasaría por cualquier español con ascendencia del norte. Juan Carlos tiene sangre española por sus abuelos pero como eso no le sirve de nada, desde hace dos años no es más que un simple indocumentado, un 'sin papeles'. Juan Carlos es uno de esos más de dos millones de bolivianos que andan rodando por el mundo. La experiencia le ha durado poco; un año y nueve meses para ser exactos. El próximo día 29 cogerá un avión que le devuelva a La Paz.

Los bolivianos son 'pueblo viajero'. Se dice que si los bolivianos tuvieran posibilidades de emigrar, no lo pensarían dos veces. Hay bolivianos en Argentina, España y Estados Unidos en grandísimo número, escapando de un país en en el que dos tercios de la población viven con menos de dos dólares al día. En España hoy viven más de 300.000 y en la provincia son una mayoría frente a otras nacionalidades y suman 3.567, sólo por debajo de los marroquíes, que son algo más de 7.000. Entre esos 3.567 bolivianos se encuentra Juan Carlos. Natural de La Paz, sede del gobierno del indigenista Evo Morales, se propuso un buen día mejorar su vida y huir de la falta de empleo y esperanza en su patria. Eligió España. Reunió unos 1.600 euros del billete de ida y vuelta, dijo adiós a sus tres hijos y familia, cogió el avión con la quimera bajo el brazo y una mano delante y otra atrás y, como ocurre a todo inmigrante, aterrizó y se estrelló luego de bruces con la realidad. Nada que ver con el paraíso del que oyó hablar.

Mucho antes de todo eso, hace ahora 39 años, nació Juan Carlos en La Paz. Es, por tanto, boliviano del Altiplano, del Occidente, nada que ver con la región de los Valles ni el Oriente. Desde muy pequeño hubo de entregarse duro al trabajo. Su madre tuvo que sacar adelante a los once hijos y Juan Carlos tuvo que olvidarse de la Universidad y arrimar el hombro. Hombre muy activo, hizo de casi todo: el campo, la cosecha, la fontanería, algo de electricidad, mensajería... Trabajó también en el Instituto Nacional de Estadística de Bolivia y fue agente en el despacho de Aduanas.

Cuando llegó a Jerez, Juan Carlos se entregó a todo lo que encontraba. Una de sus hermanas, instalada hace ya años entre nosotros, le apoyó en sus primeras semanas, "pero me di cuenta de que la generosidad de Bolivia se transformaba aquí en dinero. Ya no era lo mismo. Me empleé en lo que pude. Volvía a hacer de todo, chapús, como llaman ustedes, especialmente en electricidad, la fontanería, de jardinero... Lo que nunca pensé es que iría a trabajar en la hostelería. Mira por dónde he aprendido muchísimo en la cocina, desde abajo. Aprendí a cocinar guisos, a manejar el cuchillo... Éso no me lo quita nadie, pero el hecho de no estar legalizado me trajo muchos problemas y me hizo sufrir la humillación y el abuso. Es cuestión de suerte, donde caigas y con quien caigas. No digo que haya muchos explotadores, pero sí algunos que se aprovechan de la situación del 'sin papeles'. Éso de creer que pueden explotar al ilegal, que no es la palabra porque todo somos iguales, llámale indocumentado, es algo denigrante. Porque, ¿cómo protesta un indocumentado ante las autoridades cuando te obligan a trabajar más horas de las fijadas o te amenazan con delatarte para que vuelvas a tu país? Te callas y obedeces".

Los últimos meses, cuando ya asomó de golpe la crisis, fueron los más desesperantes para Juan Carlos. El boliviano cuenta además con una desventaja respecto a otros inmigrantes: Bruselas les exige un visado para venir a Europa. Quiere así frenar la explosión migratoria de bolivianos que, como Juan Carlos, decían viajar como turistas y se quedaban a vivir y trabajar sin documentos en su destino. Juan Carlos no tiene ni 'visa' ni sueños. "Ahora ya no vale nada si no eres español. Encuentras siempre anuncios de empleo con el requisito de 'Preferible españoles'. He telefoneado a cientos de ofertas y lo primero que te preguntan es si eres o no español".

¿Cómo son los bolivianos? "Humildes y trabajadores". No salen en las páginas de sucesos. Todo lo contrario. Bolivia tiene un héroe inmigrante que lo demuestra: Se llamaba Max Muth, un albañil de 35 años que murió en un incendio después de salvar la vida a cinco personas en un restaurante de Barcelona. En compensación, la familia de Muth fue legalizada.

Juan Carlos volverá el lunes 29 a La Paz. Ahora es verano en Bolivia. Allí se reencontrará con sus tres hijos y su madre. Con ellos quiere celebrar el año nuevo. Juan Carlos, el boliviano sin 'visa' ni sueños, vuelve a su país empujado por la falta de empleo y sus tres hijos. Sólo puede decir que no sabe si algún día volverá a emigrar. Entretanto, estará en La Paz.

El locutorio del barrio de Santiago, también en Jerez, está regentado por un matrimonio de peruanos. A las siete de la tarde está vacío. Este lugar es algo más que un locutorio, ha sido un punto de encuentro de bolivianos, ecuatorianos, colombianos... Jessica, que está detrás del mostrador observando a su hija jugar en uno de los orrdenadores, asegura que "hay mucha gente que se plantea volver, pero no es tan sencillo. Está el plan 'regreso' que ha puesto en marcha Ecuador y la gente habla de ello". Su marido abrió en los tiempos boyantes un bar que esperaba contar con toda esa clientela, un club social a miles de kilómetros del hogar. Pero empezó a escasear el trabajo y el dinero y la idea no prosperó. Ahora es su propio marido el que se plantea salir de Jerez. "Puede que le salga algo en Madrid. Aquí no hay nada, desde luego. Pero la niña y yo nos quedaríamos aquí". De momento, lo que hay es psicosis. "Yo no he visto policía por aquí, pero sí que se habla de que ahora que hay crisis habrá una mayor presión a los 'sin papel'. La verdad es que muchos se quedan en su piso a resguardo. Ahora se reúnen aquí más bien los fines de semana".

Esas casas son, en muchos casos, auténticas torres de Babel, lugares donde se hacinan gente de muchas nacionalidades, como saben en los centros de acogida. La vida en España ha empezado a hacerse especialmente dura cuando no hay trabajo ni dinero para mandar a casa.

Mohamed, un marroquí que vino hace varios años a España desde Casablanca, se afana en arrancarle a una guitarra española unas notas de flamenco. Tiene tiempo. En su locutorio de la plaza del Arenal de Jerez hay, últimamente, poco negocio. En su día era un locutorio en manos de sudamericanos que ofrecía algo más que teléfono e internet. En una estantería había productos indígenas. Era un supermercado que ofrecía los sabores del hogar: los cevichochos (una especie de judías), los quimbolitos (pasteles) o el zapallo para la sopa. Pero hace seis meses se decidió el traspaso. La familia que lo regentaba regresó a casa y Mohamed se hizo cargo de él. "Al principio iba bien, pero en cuanto empezó la crisis se notó de inmediato que venía menos gente y menos gente y con menos frecuencia. Hay muy poco dinero". De momento, en el locutorio se escucha la guitarra de Mohamed y el bip bip de dos adolescentes españolas enganchadas al messenger.

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