Viaje al fondo del 11408
La zona sur
Johnny y El Largo, raperos de El Chicle y Cerrofruto, nos enseñan el distrito en el que han crecido a la sombra del monte El Agujero · Un rap, decenas de grafitis y un vídeo se han convertido en los himnos de la zona sur






"Salimos de este barrio igual que salieron otros, pero este puto barrio nunca sale de nosotros". Estrofa del rap 11408.
El tatuaje taleguero es un DNI del ex presidiario, un 'pasé por allí y eso forma parte inseparable de mi biografía'. Johnny tiene 21 años y cara aniñada de chico listo. Se va a tatuar en su vientre cinco números: 11408. Es el distrito sur de Jerez. "Será mi tatuaje taleguero, que durante toda mi vida me acompañe, que me recuerde que vengo de aquí". 11408 es un número que se extiende con tinta de espray desde los muros de lo más alto de El Chicle, donde la droga se esconde tras las puertas 'bunker', a La Liberación, ese lugar que es navegable cuando llueve. Se ha convertido en un himno, un himno rap. Es una descripción bárbara de la zona sur, alejada del tic político, de las sectas pedagógicas, de las zonas de actuación especial y de los miles de planes que han pasado por aquí. Es la zona sur en estado puro. Los jóvenes raperos como Johnny se han juntado con los veteranos de aquel lejano grupo, RPS, que hoy son padres de familia, y han dibujado un fresco del lugar en el que han crecido. Si pinchan 11408 en youtube podrán verlo.
Johnny y El Largo, apropiado mote, son DPC, Dedicado por Cortesía, "aunque también podría ser Dar Por Culo", y han participado en este seísmo musical y social que ha descargado en la zona sur. Es un grito de orgullo y también la crónica de un fracaso. Johnny y El Largo nos van a enseñar su barrio, en el que se han criado "viendo a la gente matarse con cuchillos de untar por una papela", un barrio que El Largo, tras cinco años en la Armada, dice que sigue igual, "abandonado, quizá más limpio, pero el boquete de siempre, el vertedero de las miserias de Jerez".
A la zona sur se baja. Y se hace por una empinada cuesta. "Bajas la cuesta y te encuentras otra vida donde hablar de delincuencia es proponer alternativas; los sueños son cometas, nuestros pasos se llenan de barro", dice el rap. La primera casa es un resto del viejo chaboleo de Estancia Barrera, núcleo derribado para levantar una gran chabola metálica, un bloque de viviendas sociales bautizado como el Titanic. El Titanic y El Parchís, un bloque de alegres colores situado a la entrada de la carretera de El Portal, son el norte y el sur de esta zona con 27.000 habitantes donde se concentra la mayor tasa de paro de la ciudad.
Pero hablábamos de la casa superviviente. Tiene antena digital y en la puerta está aparcado un 4x4 de reciente matriculación y un deportivo con los bajos embarrados. Por lo demás, su fachada alterna un blanqueo que ya amarillea y ladrillos vistos chapuceramente colocados entre grandes pegotones de yeso. Contrasta con 'la casa maldita', levantada con cierto gusto a un centenar de metros, también sobre la ladera que separa Jerez de este Jerez. "Esa casa ha podido tener ocho inquilinos en cinco años. Siempre o la queman o la revientan. No sabemos lo que le pasa a esa casa".
No se puede entender el estigma de la zona sur sin la calle Z. Para llegar a ella pisamos una espiral negra de neumático quemado. "Eso fue ayer o anteayer, un tipo de mi edad, de unos 21 años, empezó a hacer ahí barbaridades con su BMW. ¿Cómo ese niño tiene un BMW?". En el camino hemos visto algunos buenos carros, pero la tónica, más bien, son motillos para las que no existen sentidos obligatorios ni en la calzada ni en la acera. Las reglas de tráfico aquí, digamos, se interpretan de manera laxa. No parece que haya ningun policía cerca interesado en hacerlas cumplir.
A la espalda de la calle Z se experimenta con una granja urbana. Entre varias casas hay un pequeñísimo solar donde las gallinas y los gansos dirimen sus diferencias ante un hábitat de escombros y piezas de coches desguazadas. Justo enfrente está la casa de Johnny, eternamente inacabada:"No puedo terminarla porque me roban los materiales. Los dejas una noche en la calle y al día siguiente no están". Otra casa cercana tiene la puerta tapiada y en otra se ha abierto una puerta metálica que parece bastante robusta. Hay una ventanilla en esa puerta. "A veces te llevas sorpresas. Hay casas que cambian rápidamente de manos y sabes para lo que son, pero otras veces te enteras que un vecino, del que ni sospechabas, ha sido detenido con no sé cuántos gramos de cocaína. Hay tan pocas oportunidades que muchos tiran por el camino fácil. Los billetes están ahí, sólo tienes que cogerlos. Lo contrario es esperar que te llegue un trabajo que ahora no llega nunca".
Sobre todo ello escribe Johnny desde su habitación, que da a esa espalda de la calle Z. También se ve una cercana guardería, donde El Largo estuvo de chico. La guardería está rodeada de barrotes y sólo el color pastel del metal y dos niños felices y rubios pintados que parecen de una galaxia distinta a este barrio informan de que es un centro infantil.
Durante el largo paseo en el que la pareja de raperos nos cuentan que quieren vivir de la música, que saldrán del barrio, que no se quedarán con los brazos cruzados viendo la vida pasar, observamos en horario escolar grupos de adolescentes en las plazas haciendo aparentemente nada, jugando a que pelean, compartiendo una litrona. En esas plazas se pueden conseguir posturas de hachís, pero eso es el menudeo. El gran negocio está en los 'bunker' de la calle Z y alrededores, de donde la droga no ha salido en dos décadas adaptándose a los hábitos de consumo, amparándose en un urbanismo estúpido que diseñó inocentemente la marginalidad en los años 70 revestida de vivienda social. "¿Por qué hicieron este barrio así?", se pregunta Johnny. El Largo informa que ahora tirarán bloques, "pero al final será siempre igual, los políticos lanzarán toda la mierda al boquete para que no les moleste". Empezaron con el rap por las influencias de casa, pero admiten que también encuentran semejanzas de su barrio con los orígenes. "Yo no te voy a decir que esto es el Bronx o Harlem porque no conozco ni el Bronx ni Harlem, pero por lo que dicen los raperos clásicos en sus letras no te creas que debe de ser muy diferente".
Estamos ante la iglesia, una desangelada construcción con alambres de pinchos y cristales cortados en su tejado y una puerta, la puerta del templo, de metal azul con decenas de mensajes labrados a navaja. Junto a la parroquia, un campo de futbito con parte de sus vallas arrancadas y un intento de parque infantil con una casita de colores de madera. En ella, cuenta El Largo, se fuman los porritos y lo que caiga. "¿Quién va a traer a su niño a jugar aquí?".
Mientras nos introducimos en la zona embarrada tras el campo de La Juventud Johnny habla de sus dudas religiosas y se lamenta por no haber aprovechado la oportunidad del instituto. "Bah, lo acabé dejando". Absentismo escolar y problemas de convivencia en las aulas figuran en todos los estudios sobre la zona sur, aunque es muy posible que la realidad, a fuerza de ocultarla, esconda más posibilidades de lo que las leyendas urbanas presuponen. Con un alto número de familias destructuradas la partida de la educación tiene aquí las cartas marcadas. El fracaso escolar, como el de Johnny, es una historia sin suspense. Se cae en él por inercia. "A los 16 años pensé que esa gente no tenía nada que enseñarme, que todo lo que tenía que aprender estaba en la calle; ahora no estoy tan seguro".
Y lo primero que nos encontramos al llegar a la pinacoteca de la zona sur, un inmenso mural de graffitis con notables trabajos, es una moto calcinada. Johnny y El Largo la observan con profesionalidad, dándole pequeños toquecitos. "A esta moto le han dado calor para quitar pruebas. La han robado, se han pegado unas cuantas vueltas y el fuego elimina el rastro", observa Johnny con tono detectivesco.
Pero levanten la mirada un instante. Un demonio apunta con una recortada a la sien de un ángel. El demonio tiene alas y están hechas de billetes. Un payaso, un cerdo, una virgen componen otro cuadro bajo el que se lee en grandes letras 'South Side'. "Los grafiteros son anónimos. Hay pocas paredes legales para pintar, pero mirad lo que cuentan. No son esas tonterías que te ves en los paraeros en los que la gente se sienta a fumar y meterse y luego pone en las paredes idioteces. Aquí la gente quiere decir algo, tiene que gritar algo". Y la firma, por supuesto, inevitable: 11408. Dos pasos hacia atrás, con los pies hundidos en el barro hasta los tobillos, para observar en su inmensidad estos cincuenta metros largos de pintura urbana. Es como un Bosco desencajado y rabioso. En estos grafitis se saldan unas cuantas cuentas pendientes de la zona sur con la ciudad que la ha olvidado.
El último punto del recorrido será el monte El Agujero, que ya no existe. El Largo se crió en Cerrofruto. Desde su bloque, el bloque 1, veía ese elemento extraño. "Era un monte con un agujero en su centro geométrico y el agujero era además perfecto. Como un monte con un agujero negro. Y se tragaba a la gente. A ese agujero iban a pincharse en los años de la heroína, pero también había muchos que profundizaban más y sacaban el cuarzo para luego trapichearlo, una forma de ganarse un dinerillo". Hay un lavacoches en esta esquina con un gran elefante azul. Enfrente corretean algunos caballos en lo que resta de campo. Ya no existe el agujero ni el monte. Lo rebajaron en su día para una ampliación de la ciudad que aún no se ha hecho. Estamos parados en ese cruce ante el monte decapitado y pasa a toda velocidad un cochazo negro deportivo con la música bramando y se pierde entre las calles de la zona sur. Tras el ruido, vuelve la tranquilidad de motillos infringiendo normas de tráfico y semáforos adornando el entorno.
En la cabeza el ritmo del 11408: "30.000 personas conocen la verdad: cada cual nació en su barrio y en su barrio morirá".
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