Jerez

Vida interior

  • Un paseo por las casas señoriales más destacadas de Lealas y Porvera Rehabilitadas, reconvertidas y alguna olvidada, un patrimonio que se asoma a diario a la calle

Por "su notable belleza y cristianas devociones", merecieron hasta una calle. Las dos hermosas hijas de un tal señor Leal eran conocidas como 'las Lealas'. Habitaba esta familia el número 33 de la vía a la que dieron nombre, en cuya esquina que confluye con San Francisco Javier, se muestra una cruz de hierro forjado en una hornacina. Ellas la limpiaban y adornaban con flores. Una calle Lealas de la que ya se hablaba en 1572, según el libro de Agustín Muñoz y Gómez 'Noticia histórica de las calles y plazas de Xerez de la Frontera'. Hoy, este edificio con fachada del siglo XVIII, es propiedad de las bodegas Sánchez Romate y es utilizado para recibir a las visitas.

Pero no sólo estas muchachas eran bellas. También lo son las fachadas de otras casas señoriales, burguesas, palaciegas, o como se las quiera llamar, que asoman a Lealas. Portadas de una piedra fría, de una hermosura congelada en el tiempo, pero tras cuya puerta comienza el calor de la vida interior de una calle. De portones adentro se suceden historias centenarias de familias que moraron estas viviendas-monumento y que decidieron apostar por conservar el patrimonio, a primera vista privado, pero que pertenece a la historia de la ciudad, al escenario de nuestro transitar diario por estas aceras. Ventanas abiertas a un pasado que forma parte del futuro.

El número 20 de Lealas está en obras. La última rehabilitación tras las sufridas a lo largo del tiempo. "Su fachada presenta líneas sencillas, sin ningún tipo de decoración, si bien no ocurre lo mismo con el patio, alrededor del cual se aprecian estructuras de los siglos XVII y XVIII. El resto de la casa, por sus rasgos neorrenacentistas y neomudéjares, responde a una intervención del siglo XIX", según los historiadores Pablo Pomar y Miguel Mariscal en su libro 'Jerez, artística y monumental'. Una casa que comenzó a construirse a finales del siglo XVI, principios del XVII. Merece especial atención los bienes mueble de su interior, al menos, hasta la fecha y según expertos, ya que fue imposible acceder a ella.

Con mirada clara y gesto amable, José María de Lacalle, arquitecto de origen asturiano, abre su casa, la del número 4, a otro mundo. Porque se abandona la calzada del traqueteo urbano y se entra, simplemente, en el silencio. Los chorritos de agua de un aljibe reconvertido en piscina para sus tres hijas, aportan algo de 'ruido' de fondo. Un sonido, claro, que no molesta y que nos aferra a la realidad. "Una casa de finales del XVIII, principios del XIX, que responde a los caracteres compositivos y estilísticos del barroco jerezano, aunque presenta un balcón de perfil recto y líneas más sobrias", añaden Pomar y Mariscal.

La vivienda, adquirida por su propietario hace 15 años, se dispone en torno a un patio, con arcadas a tres lados, cubierto con una gran montera que lo convierte en una gran sala de estar. Una hilera de alfombras, dejando a cada lado diversas estancias, lleva hasta un jardín que aporta luz suficiente a la casa, donde se hace la vida en verano cuando visita la familia. Una puerta se abre a la oscuridad fresca de una antigua bodega que hoy hace las veces de cochera. En la planta superior, a la que se llega por una escalera de la época, una serie de puertas asoman a una bonita galería repleta de muebles, recuerdos, enseres de juventud, bañeras de época que son el sueño de muchos baños... El pestillo de algunas de estas puertas de paso da prueba de que en su día la vivienda pudo estar dividida en varias. Las curiosidades se agolpan: una contraventana abierta pasa desapercibida, una cocina que esconde buhardillas, una gran chimenea, un hueco que aparece por casualidad, suelos de madera de castaño hacen pareja con el mármol... De regreso a la planta inferior, dos pilares y unas ménsulas conforman una enorme estantería de madera en el despacho del arquitecto, cuya ventana le mantiene en contacto con la realidad urbana exterior. Fotografías familiares y un retrato inacabado de su padre sobre el dintel de la puerta despiden al visitante.

Con los pies en la calle otra vez, el destino es Duque de la Victoria, Sagasta, Marqués de Casa Arzón o Porvera. Es una de las vías de la ciudad "con construcciones civiles más interesantes. La mayor parte de ellas surgen desde el siglo XVIII y eran propiedad de la burguesía jerezana. Son de grandes proporciones, con tres pisos en altura y balconadas al exterior", aseguran Pablo Pomar y Miguel Mariscal. Asimismo, el también historiador Fernando Aroca recuerda que la bonanza económica durante el siglo XVIII "se reflejó en la actividad constructiva. La arquitectura civil e industrial cobraron gran impulso".

Una de esas viviendas destacadas es la del número 52. La belleza fantasmagórica de su fachada, desfigurada por el abandono, todavía tiene fuerzas para contar historias. "La fecha de ejecución y su autor se ofrecen gracias a la localización de una inscripción hallada en uno de los tableros de la puerta principal, descubierta tras una restauración en 1889. Figuran el comitente, J. Alonso Sánchez, su mujer, Petronila Sánchez, el maestro de albañilería Juan Martínez y los oficiales de carpintería Andrés Lobatón, Diego de Ostos, Miguel de Medina y Tomás Nobles Portugal. La fecha de conclusión es el 6 de enero de 1773. Esto permite situar a la casa como la primera dentro del conjunto de viviendas de esta tipología", confirma Aroca. El total abandono de la casa, ahora en manos de la promotora inmobiliaria 'Casa Belén', antes de Rumasa, no recomendaba el acceso a la misma por peligro de derrumbe en su interior.

Se acerca el número 40. Virginia Alejandro se afana en arreglar el patio original. Una labor que nunca acaba. Si hace tres semanas que se pintó, las paredes escupen la humedad al poco. "Aquí debajo debe haber un aljibe porque esto no es normal", cuenta, en su incansable tarea de conservación de esta casa de, al menos, el siglo XVII. Una vivienda en la que habitan desde largo tiempo atrás los Zuleta. Ha sido, junto a su marido, ya fallecido, la arquitecta y casi arqueóloga del edificio, ya que durante la rehabilitación del mismo, las sorpresas eran continuas: huecos que parecen aquí y allá, una escalera que va a tal, una puerta que conducía a cual, un patio por aquí... Recovecos que ella reconvirtió, siempre con todos los permisos de Urbanismo, ya que es una casa calificada de interés genérico en un conjunto histórico artístico, en su hogar. Y le dieron esa otra vida interior que la fachada no cuenta.

Ya las personas que en 1676 compraron esta 'casa chica', que era como se denominaba porque en un principio, siglos atrás, formó parte de un conjunto más amplio, conservaron y encuadernaron en cuero cosido los documentos que fue generando la vivienda y que tiene por nombre 'De las cosas y bodegas de Porvera y calles Escuelas'. Virginia y algunos de sus hijos incluso han trabajado sobre estos legajos para conocer más sobre las otras vidas que tuvo Porvera 40. A finales del XIX entran a vivir los primeros Zuleta. Una de las niñas se casa con un marino gallego, tienen dos varones y una hembra y al poco ella queda viuda. Regresa a su hogar familiar, a la 'casa chica', con sus hermanos, su madre y su hija. Sus dos hijos mueren en la guerra. Virginia y su marido, también de apellido Zuleta, le compraron en los 70 la vivienda a la hija soltera, de apellidos López de Rueda Zuleta, que vivía con la criada, y a la que cuidaba porque era mayor que ella. Cuando la familia de Virginia entró, "al menos hacía 80 años que la casa no se había tocado. Ella vivió aquí con nosotros hasta que se murió en 1983. Y contaba cosas de sus hermanos cuando venían de África... Ella adoraba a los Zuleta, el apellido de su madre. Y era feliz porque se moría rodeada de Zuletas. Mi marido era pariente de ella lejano, pero estaban muy unidos". Virginia, sus ocho hijos y sus 16 nietos, le aportan la vida que necesita la casa. "Aunque a veces me canso porque tiene mucho trabajo. Cuando la rehabilitamos, no te imaginas cómo estaba todo". El verano se pasa como si nada en el patio. El invierno se desarrolla arriba, a la espera otra vez de disfrutar de la temporada estival. "Conservar el patrimonio es bonito, pero duro y muy costoso. Cuando alguien te dice que es muy bonito, pues te acostumbras a algo y lo ves tan natural que ya ni te fijas en que es bonito. No sé qué pasará con la casa cuando yo ya no esté. Es una constante".

La casa de Lola Ruiz-Mateos hace esquina con el Callejón de los Negros. Otra vivienda señorial típica del XVIII que mantiene intacto todo su encanto, aunque a veces su dueña se canse de mantenerla, "porque no tengo ningún apego a lo material, sólo a las personas. Sería absurdo. Si hay que mudarse, pues nos mudamos. Tengo una costumbre de mudarme a enorme. Si alguien viene y me paga lo que vale...". Una casa familiar que su padre adquirió a un Valdespino y que finalmente fue para ella, la única niña de seis hermanos, "así que era la mimada de mis padres" (ríe). Ya tiene 31 nietos, de sus 11 hijos. Hay fotos por todas las estancias. La vida en el interior no cesa.

Acaba Porvera en el número 3. Otro concepto de recuperación y rehabilitación del patrimonio. Paz López de Carrizosa y su hermana Guadalupe decidieron reconvertir la centenaria casa familiar en oficinas, con un exquisito gusto y respetando al máximo la arquitectura de este edificio construido a principios del siglo XIX y restaurado en 1910 por el arquitecto y fotógrafo jerezano Francisco Hernández-Rubio. En la fachada dejó grabadas sus iniciales y las de su esposa el bodeguero y banquero Julián Pemartín. Vivieron allí y queda claro. A través de Elisa Sánchez-Romate y Pemartín, la vivienda llega a sus nietas, hoy ajetreadas encargadas de mantener el 'monumento', que rehabilitaron hace algo menos de una década. Han conservado las zonas comunes de la casa primitiva, el patio con sus columnas, suelos, puertas, la escalera y la galería del piso principal. Aunque con una vida de negocios, todavía se respira al entrar en la casa un ambiente familiar.

Son, como los gatos, las vidas que tiene una casa, un palacio, un hogar. Unos llegan, otros se van, se compran, se heredan, se abandonan, se sufren... Es una cuestión de patrimonio.

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