El acusado y el fallecido robaron un cargamento de cocaína

La defensa prueba que el hombre muerto de un disparo tenía un arma en su poder y que padecía graves problemas psiquiátricos

De izquierda a derecha, el abogado defensor, Tomás Torre; el letrado de la acusación particular, César Barrado, y el fiscal Rafael Payá.
De izquierda a derecha, el abogado defensor, Tomás Torre; el letrado de la acusación particular, César Barrado, y el fiscal Rafael Payá. / Vanesa Lobo
Manuel Moure

Jerez, 27 de junio 2018 - 08:52

"Él era un ladrón, un ladrón de guante blanco. No era un asesino". Con estas palabras definió la compañera de Juan Miguel Ortega Sánchez a este hombre que falleció de un disparo en la calle Fate hace ahora casi nueve años. Ortega, considerado un 'artista de la lanza térmica', no era un chorizo de poca monta. Ni mucho menos. En el transcurso del juicio ha salido a relucir -ayer de nuevo lo hizo- que propuso golpes en una sucursal del Banco Popular de Valladolid así como en otra entidad en Segovia. Lo suyo eran la lanza y las máquinas que ayudaban a burlas las medidas de seguridad, ya fueran alarmas o frecuencias.

En el transcurso del juicio que se celebra esta semana en la Sección Octava de la Audiencia Provincial, en Jerez, ya empiezan a quedar algunas cosas claras. De un lado, las tesis de la defensa sobre que su defendido, el acusado José María Pérez Sanfrutos, no es un asesino empiezan a coger peso. ¿Por qué? Pues básicamente porque ayer una hermana del fallecido reconoció ante el tribunal que su hermano le dijo que pensaba armarse porque sentía en riesgo su vida. De otro lado, una camarera certificó dicha cuestión al certificar que éste le enseñó una pistola que llevaba en la cintura. De esta forma el abogado de la defensa, Tomás Torre, consigue demostrar algo importante: la presunta arma homicida era propiedad de la víctima. La pregunta surge casi por generación espontánea. ¿Si el acusado vino a Jerez a matar a Juan Miguel 'Miki' Ortega por qué lo hizo sin proveerse siquiera de un arma? El abogado del acusado aprovechó para recordar que ya el 26 de diciembre de 1997 el finado fue detenido por "tenencia ilícita de armas y municiones".

LA PAREJA DE LA VÍCTIMA CONTÓ CON PROTECCIÓN POLICIAL DURANTE VARIAS SEMANAS

A todo este respecto no cabe duda de que los informes de los forenses cobrarán un especial interés. No en vano deberán determinar si la mano del fallecido estaba cerca del cañón (en la forma propia de un forcejeo por el arma como sostiene el único acusado) o si por el contrario el disparo de realizó a una distancia de entre 1,30 o 1,40 metros como sostienen los informes de balística. Valga recordar que José María Pérez dijo que cuando escuchó el disparo mientras intentaba evitar que su amigo se suicidara la distancia era de 30, 40 ó 50 centímetros.

La jornada de ayer dio para mucho, especialmente para conocer las esquinas de la vida de unos hombres que hacían de los golpes o robos de considerable magnitud la base de su vida y de su sustento. Según afirmó ayer la pareja del fallecido, tanto Juan Miguel como José María y una tercera personas cuyo nombre no recuerda robaron una considerable cantidad de cocaína en Arganda (Madrid). La droga estaba dentro de una máquina pesada Caterpillar después de que, dijo, "fuera incautada por la Guardia Civil". La droga, buena parte de ella, quedó almacenada en un piso de Madrid. "Olía a cocaína y parte de ella estaba quemada por el alcance de las lanzas térmicas en el momento del robo", dijo. El golpe se cerró a partes iguales. A la víctima debían llegarle 1,1 millones de euros, de los cuales sólo recibió 400.000. Había deudas de dinero, había tensión... ¿Tanta como para matar? Deberá determinarlo el tribunal del jurado que sigue atentamente las evoluciones del juicio. Lo cierto es que el robo de la droga sólo trajo problemas: los colombianos (que eran los dueños de la droga) empezaron a ponerse agresivos y nadie ya se fiaba de nadie. Mal asunto.

Conforme va avanzando el juicio si hay algo que va quedando claro de forma meridiana es que el fallecido, Juan Miguel Ortega, padecía serios problemas psiquiátricos. Había decidido dar un giro a su existencia y es por ello que comenzó a fabricar máquinas que ayudaran, por ejemplo, a que los maleteros de los coches BMW fueran inexpugnables a los amigos de lo ajeno. Pocos sabían más que él, ladrón experimentado, de las múltiples formas que hay de acceder a aquello que se pretende guardar. Su pareja (registrada de hecho en el Ayuntamiento de Marbella) llegó a asegurar que contó con protección policial cuando acudió al entierro de Juan Miguel, así como que renunció a ser testigo protegida "porque la vida me cambiaba de tal forma que prefería no vivirla así".

Una vez más se escuchó en la sala que "cuando el fallecido tomaba cocaína se convertía en otra persona". La que fuera su pareja tuvo que escuchar una de las declaraciones que hizo su compañero, en las cuales acusaba a múltiples personas de practicar sexo con ella (desde los vigilantes del hotel a los policías), escuchaba voces... Incluso llegó a hacer de la frase "me van a matar" una especie de mantra que repetía ante sus allegados. Los presuntos 'asesinos' eran, normalmente, su amigo José María (que se sienta en el banquillo en Jerez), la propia Policía e, incluso, la mafia. Una de sus hermanas declaró que "incluso tomando una cerveza en el bar estaba constantemente mirando para los lados" en un stress perpetuo. Fue ella la que aportó una frase que resume, en gran parte, lo que es el mundo de las bandas de ladrones de élite: "Él estaba en un mundo donde no hay amigos". Otra de sus hermanas dijo en su momento que temía que su hermano se quitara la vida, tal y como ha quedado recogido en la instrucción. Igualmente, salió a relucir que estando Juan Miguel recibiendo diálisis en Marbella recibió una llamada de José María. "Me ha localizado", dijo, "y se marchó del hospital con la vía puesta hasta el hospital de Cádiz. En taxi". Casi siempre que acababa en el hospital era porque le llevaba la Policía al percatarse de que su estado distaba mucho de ser el normal.

De momento, las dudas sobre lo que aconteció en el dormitorio de la casa número 3 de la calle Fate sigue siendo un enigma aunque las dudas han empezado a sobrevolar la sala. Certeza absoluta, de momento, no hay.

El ambiente en que se movían estos hombres, estos ladrones de guante blanco, era sin duda siniestro. No en vano Lourdes, una camarera que atendía a víctima y asesino cada vez que salían de 'fiesta', fue clara y concisa. Dijo frases como éstas: "A mí me dijo que podía matar a mi pareja porque si yo no era suya él se quitaba la vida"; "Veían muy fácil matar. A tal o a cual, decían, se le pegan dos o tres tiros y ya está". Fue ella la que vio una pistola en posesión del fallecido.

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