Joaquín Gómez Canga-Argüelles. Farmacéutico y empresario

“Si alguien lo pasa mal, yo también”

  • El bodeguero y fundador de la Clínica Charbel acaba de publicar ‘Cinco generaciones de bodegueros de Los Palacios y Jerez’

  • Aquí, un repaso por su vida y la recuperación de un ictus

Joaquín Gómez. en la farmacia de la plaza del Caballo.

Joaquín Gómez. en la farmacia de la plaza del Caballo. / Vanesa Lobo (Jerez)

El farmacéutico, junto a una vitrina de objetos antiguos de la farmacia. El farmacéutico, junto a una vitrina de objetos antiguos de la farmacia.

El farmacéutico, junto a una vitrina de objetos antiguos de la farmacia. / Vanesa Lobo (Jerez)

Perdió la capacidad de escribir y leer, pero no el tesón por recuperarse. Joaquín Gómez Canga-Argüelles (Los Palacios y Villafranca, 1946) sufrió un ictus en 2006. Asegura que un daño cerebral puede tener cura, “aunque no seas la misma persona que antes y las cosas se vean de otra forma, hay que poner empeño”. La escritura de cartas a su nieta, esforzarse en la comunicación con los demás, la familia y un largo tratamiento le permitieron recuperarse en gran medida. Farmacéutico, presidente honorífico de la bodega El Majuelo y del Laboratorio Gómez Beser y fundador de la Clínica Charbel, acaba de publicar ‘Cinco generaciones de bodegueros de Los Palacios y Jerez” (PeripeciasLibros).

–¿De verdad de la buena que se ha jubilado?

–(Risas) Un hombre emprendedor como yo no se jubila nunca. Voy dejando poderes. No me jubilaré nunca.

–¿Cómo ve la vida ahora, tras más de una década de su accidente cerebral?

–Yo soy muy feliz. Ahora me interesan las cosas más a corto plazo. Si se pone empeño y uno se recupera en gran parte, la vida puede ser tan bonita como la de antes, o más. Después de pasar por momentos tan críticos, es verdad que la vida se ve de otra manera.

–Influye también tener un espíritu positivo, como el suyo.

–Sí, siempre lo he tenido. Soy un hombre extremadamente feliz. Trabajé con los vinos, mis farmacias, la clínica para el daño cerebral Charbel... Reconozco que hoy tengo mejor carácter, antes dependía del día (ríe). Cuando se pasa por un momento tan difícil... la mitad de las peleas que tenemos los seres queridos son por tonterías, por pequeñeces sin importancia.

–Ha presentado recientemente el libro ‘Cinco generaciones de bodegueros de Los Palacios y Jerez” (PeripeciasLibros). ¿Otro reto más?

–Ha sido un trabajo de narices, mucha documentación, y me ha servido mucho para recuperar y trabajar mi cabeza dañada. Cuando escribí ‘Cambio de rumbo’, que lo regalo a todos los pacientes de la clínica, estaba aprendiendo de nuevo, como un niño, con la gran ayuda de mi amigo Antonio Mariscal. Un día, tuvimos una visita a la bodega El Majuelo, y un japonés escuchó la historia de la familia que le contó mi hijo Joaquín. Él nos propuso que esta historia debía ser contada, vendida, porque no todo el mundo tiene bisabuelos o abuelos dedicados al mundo del vino y el vinagre. Y como estaba aprendiendo a escribir de nuevo, pues me puse a ello, y así se fue redactando, a lo largo de 8 años. Pero antes de eso, le escribía cartas a mi nieta para que supiera cómo era su abuelo, que gracias a Dios ha conocido, de cómo era mi vida en el internado de Utrera, mi vida universitaria en Madrid, mi pueblo, cómo conocí a Julia, mi mujer, que era compañera de carrera y profesión... He escrito además para la familia ‘El abuelo que aprendió a escribir y a leer dos veces’, ‘Aventuras y desventuras de un viejo marinero’ y ‘La casa de la abuela Concha’. Porque imagínate, una casa con nueve hijos varones, así que de eso podía escribir una enciclopedia (ríe). Porque es verdad que las casas son de las abuelas, no de los abuelos (ríe).

–¿Fue antes la enología o la pasión por la farmacia?

–En mi época, la carrera que más química y más biología tenía a la vez era Farmacia. Y me dijeron que para ser enólogo lo mejor era hacer esta carrera. Y la empecé con la idea de dedicarme a los vinos por eso de ser hijo y nieto de bodegueros. Y la meca de la química de los vinos era Jerez, y por eso me vine. Era mi ilusión.

–Sin ninguna vinculación familiar.

–Bueno, surtíamos a las bodegas jerezanas de productos complementarios como el vino de color empleado en la elaboración del vino de Jerez.

–¿Por qué entró a defender el vinagre? Su primera bodeguita fue en Santiago, de vinos.

–Sí, esa la vendí y ya luego fundamos El Majuelo, de vinagre. Y es que el mercado de vino, las últimas generaciones de bodegueros, masacraron los precios. Es una pena que el vino de Jerez se venda por dos reales. Y hace unos 27 años, le dije a mi hermano Felipe que creáramos una bodega y fábrica de vinagre. Y así nació. Creo que el vinagre tiene un gran potencial y se vende muchísimo. Nosotros exportamos a más de una veintena de países y donde menos vendemos es en la zona de Jerez.

–¿Qué aceptación está teniendo el libro?

–En las presentaciones de Jerez y Los Palacios hemos vendido bastante.

–Es una suerte que sus tres hijos, Joaquín, Eduardo y Mariano, hayan seguido el legado.

–Sí, cuando me puse tan malo, creí que me iba y reuní a mis hijos para darles poderes porque teníamos unas 90 personas trabajando. Los tres son farmacéuticos y se encargan de los negocios, las farmacias y la bodega. Los tres han estudiado Farmacia. Sí, es una suerte.

–Usted insiste en que si alguien no entiende lo que dice, pida que lo repita. Y no le falta el buen humor para ello.

–Sí. Antes, cuando alguien llamaba por teléfono y no me conocía, le advertía que no estaba borracho, que no podía beber nada, pero que cuando me recuperara, sí (ríe). Pero sí es cierto que pido que si alguien no me entiende, que me lo diga, por favor. Eso me ha hecho insistir en la comunicación, esforzarme en ella. Ahora ya no me da miedo, ni me pongo nervioso a la hora de hablar o hacer entrevistas.

–La creación de la Clínica Charbel se salía un poco de su temática.

–Cuando enfermé, mis hijos y algunos amigos médicos dijeron que podía tener una solución, pero que en la zona no había una clínica especializada. Tuve que trasladarme a Sevilla durante muchos meses. Y en el trayecto, como ni el chófer conversaba mucho ni yo podía hablar, pensaba mientras miraba el paisaje que por qué, siendo yo emprendedor y hombre de negocios, no montaba en Jerez una clínica así. Podíamos ayudar a muchas personas. Ya han pasado más de 600 pacientes por ella. Y así fue. ¡Y ahora hemos abierto en Málaga!

–¿Qué trato tiene con los enfermos?

–Voy muy a menudo. Sé lo que es, me pongo en su lugar y trato de animarlos, bromeamos. Hay que tratarlos con mimo. No hay que venirse abajo.

–Otro factor que usted destaca en su recuperación es la familia.

–Sí. Cuando tienes un daño cerebral, la familia entra en un mundo desconocido. De repente, tu hermano, tu hermana, tu padre, tu madre... se hace pipí, no puede hablar. Y te preguntas, ¿qué ha pasado en nuestra casa? Y si el enfermo tiene la cabeza medio bien, piensa qué hace en su casa. Yo era consciente (se emociona) y por eso abrimos la clínica.

–¿Qué es lo que más le ha sorprendido de sí mismo?

–Creo que la humanidad. Soy el mismo de siempre, un poco más cauto en los negocios, pero la humanidad la veo de otra forma. Si alguien lo pasa mal, yo también.

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