Son más de las seis y están poniendo en la tele una película de abogados de los años 90, con un buen argumento y un reparto de actores formidable. 'Algunos hombres buenos' (A Few Good Men) es una cinta de Rob Steiner ambientada gran parte dentro de un juzgado y que su base teatral hace que resulte una de las mejores películas hecha sobre juicios hasta la fecha.
La sala de un tribunal es el escenario donde la fuerza de la palabra desarma a falsos testigos desde el estrado y los argumentos no logran llegar a un acuerdo beneficioso para ambas partes.
En mis tiempos me inundé de libros, de leyes y códigos enrevesados lo que me sirve para usar esa honesta relación entre abogado y cliente, para anotarles algunos vinos buenos, muy buenos. De eso se trata hoy. Voy a llevarlos justo a donde la trama quiere hacerlo, así que, con la venia, tomen nota de estos tres códigos blanco, rojo y generoso.
Hay vinos que toman vida, te llevan lejos y al final del argumento sálvenlos a ellos.
En primera instancia y sin recurso de apelación, sus copas y sus sentidos van a disfrutar de esta mágica representación de un Ribeiro. Sus aromas evocadores y su intensidad en boca les conducirán a la histórica parcela de Mein, en el valle del Avia (Orense), donde Emilio Rojo ha ido creando a lo largo de muchos años una propuesta que mira el entorno con naturalidad. Un paisaje líquido donde las viñas se asientan en bancales y terrazas para ver crecer distintas castas blancas. Siete de ellas convergen en este vino elaborado con treixadura, torrontés, albariño, godello, loureira, caíño blanco y lado. Un vino donde encontrar un mundo.
Aquí tienen un alegato de una manera de buscar otra forma de hacer el vino. Un vino de parcela en la Ribera del Duero. Que no es lo habitual. Una región muy marcada por vinos muy bien elaborados y quizás demasiado perfectos. San Cobate es una bodega que nace donde antes hubo huertos y viñas junto al Monasterio de San Cucufate. Este vino tan real está elaborado con Tinto Fino de la parcela Bancales de Jalón, tal vez una impronta que el pasado de aquel magnético lugar nos ha dejado. Nunca pondré un vino que no conozca, ni fácil de olvidar tras una copa.
El último hecho probado es este colorista y cautivador oloroso procedente de otro radiante paraje, como es la finca del Corregidor en el pago de Carrascal. Visto desde aquel enclave, pensando en lo que le devuelve al vino y criado acumulando silencio en unas soleras que datan del siglo XIX. Un vino carismático que homenajea a un capataz que tuvo la bodega en los años 50 y que a pesar de una ceguera sobrevenida continuó trabajando para Valdespino. Una belleza estática entre órbitas concéntricas y una copa en el medio.
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