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Jerez, tiempos pasadosHistorias, curiosidades, recuerdos y anécdotas

Los dos años de la terrible ocupacion francesa de Jerez

  • "La gente pobre y aún la pudiente gritaba por las calles a voces ¡que me muero de hambre!"José Bonaparte, también conocido como 'Pepe Botella'.

Ahora que se acaban de conmemorar los dos siglos de nuestra guerra de la Independencia, conviene recordar algo de lo mucho que ocurrió en Jerez, durante el tiempo que duró la invasión francesa, con el ejército napoleónico ocupando nuestra ciudad, durante dos largos años de dramática pesadilla para los jerezanos; quizás los más terribles de toda la historia de esta ciudad, superior incluso a los sucesos ocurridos en tiempos de moros.

Por aquellas fechas, según el archivero Adolfo Rodríguez del Rivero, se ordenó por el mando francés el embargo de toda clase de bienes a los simpatizantes de las tropas españolas, defensoras de la Independencia; así como se exigió juramento obligatorio de fidelidad al rey José I, hermano de Napoleón Bonaparte, de todos los funcionarios, empleados y propietarios; cuyo incumplimiento significaba el cese en sus destinos y otras fuertes sanciones para los demás.

Precisamente, el rey José I, apodado por los españoles como 'Pepe Botella', porque se decía que le gustaba empinar el codo, ya estuvo por estas tierras, concretamente en El Puerto de Santa María, en 1808, cuando contaba cuarenta años de edad, intentando llegar a Cádiz, como vencedor, no pudiéndolo conseguir. Dos años después, concretamente el 4 de febrero de 1810, según el historiador Miguel de Bustamante y Pina, entraron en Jerez los franceses y el día 10 del mismo mes y año -según Rodríguez del Rivero, sería el domingo, día 13-, llegó José Bonaparte, a caballo y con escaso séquito, hospedándose en el hace pocos años desaparecido palacio de la calle Francos, esquina a la Compañía, frente al Astoria, que era morada de los marqueses de los Álamos del Guadalete, requisado para alojar al rey intruso; y según contaba la historiadora María de Xerez, en un artículo publicado en una revista jerezana, en 1954, hasta poco antes de esta fecha se había conservado en una de las ventanas de dicha suntuosa casa palaciega, "el cristal en que José Bonaparte, huésped de la prócer mansión, grabó su nombre con el diamante de su sortija".

Saqueo de la ciudad, mientras los jerezanos se morían de hambre.

Durante los dos años que estuvieron acuarteladas las fuerzas francesas en Jerez, y desde el primer día de su llegada, estas llegaron a cometer numerosos abusos y tropelías, propios de un ejército ocupante. No obstante, el saqueo de la ciudad, durante la ocupación gala fue tremendo, según el diario particular de un destacado personaje de la judicatura de la época, procurador de la Audiencia de Jerez, llamado don Juan de Trillo y Borbón, quien reseñaba que desde el mismo día de la invasión, un domingo que llovía a mares, fueron muchos los estragos y desacatos que cometieron los franceses en los templos y en los habitantes, y desde el día siguiente "fue el colmo de las iniquidades que cometieron, robando y rompiendo con hachas, puertas de casas, conventos, etc., pues no se puede enumerar ni contar la mitad de lo que fue si no es con lágrimas. Baste decir que por huir de sus crueldades y lascivia, obligó a los monasterios de monjas a abandonar su clausura y refugiarse, vestidas de mujeres seculares, en donde cada una podía; cuya catástrofe no podrá creerse por los venideros, ni contarse si no es por los que lo padecieron y vieron".

Un mes después de la llegada de los franceses eran extinguidas todas las comunidades religiosas y el sábado 24 de marzo de 1810, los franceses fusilarían al primer civil, llamado Antonio Vázquez, un arriero de la Casa de las Cadenas -señal de alojamiento real-, aún existente, hoy día, frente a la iglesia de San Juan de los Caballeros. Luego vendrían más fusilamientos, agarrotamiento o condenados a la horca. Entre ellos el fusilamiento de un gitano patriota llamado José Pantoja. Vale por tanto la pena recoger aquí la patética descripción de la ocupación y saqueo de Jerez, narrado con todo lujo de detalles por don Juan de Trillo y Borbón, testigo de excepción de tales acontecimientos, quien dejara escrito en su diario que fue tan cruel el rigor de las contribuciones, tan grandes todas las injusticias cometidas, que baste decir que la hogaza de pan -muy malo, según Trillo, y hecho con habas, maíz, cebada y otras semillas-, llegó a costar dieciocho reales, precio que ascendía algunos veces hasta a veinte reales; pues la falta de dicho alimento hacía que los jerezanos tuvieran que recorrer, desde media noche, uno a uno todos los hornos de la ciudad "y a veces no se encontraba".

La carne también era muy difícil de conseguir. Ni aún para los enfermos se podía encontrar. Contando Trillo que "la gente pobre y aún las pudientes salían por las calles diciendo a voces ¡que me muero de hambre!; por lo que andaban por los muladares, escombrando la basura, para comer de ella, de cuya resulta se caían muertos por las calles estos infelices"; mientras que los franceses, de forma cruel e inhumana, lo guardaban todo para sí; incluso dando a sus caballos trigo para comer, en vez de cebada. Dramáticamente narra Trillo que "todo era una confusión ver el destrozo que en todo había, derribando casas, conventos y otros edificios, ver quemar los retablos de las iglesias, sus efigies, librerías y otros muebles; los templos verlos hechos enfermerías, caballerizas, almacenes de paja y de pólvora, herrerías con porción de fraguas para componer los carros y herrar los caballos, todas las calles y callejuelas, salidas de la ciudad, tapadas y por consiguiente encerrados sus vecinos como cerdos"…

Todo este estado de cosas lo describía muy bien, en un extenso documento, publicado entre los meses de junio y julio de 1944, el archivero municipal don Adolfo Rodríguez del Rivero, quien aporta numerosos e inéditos datos sobre la ocupación francesa de Jerez. Entre otros, el servil recibimiento de los miembros del Cabildo al ejército invasor, acudiendo a recibirle, precedidos del Corregidor, a la entrada del Altillo; mientras el pueblo se rebelaba contra su ayuntamiento, y emigraba a otros pueblos de la provincia, utilizando carros, coches y caballerías de toda clase. Y con ellos, un ejemplar ciudadano y patriota, don Pedro Riquelme, que renunció a todos sus cargos otorgados por el Cabildo, marchando a la Isla de León, para combatir a los ocupantes, por cuyo honroso proceder fue destituido por sus mismos compañeros de cuantos títulos tenía.

Las pillerías y el saqueo constante de la población, por parte de los invasores, habría de durar hasta el último día; ocupándoseles a los jefes y soldados el grandísimo botín que se llevaban, en toda suerte de alhajas de oro y plata; hasta que el lunes 26 de agosto de 1812, en que, como escribía Trillo en su diario, "quiso Dios Nuestro Señor tener ya misericordia de los jerezanos", salió de Jerez el ejército ocupante. A las cinco en punto de la mañana del día siguiente entró la tropa española, y el repique general de campanas, los gritos de la gente dando vivas a España, abrazándose y cantando por las calles, llenos de júbilo, tornó en alegría lo que durante dos años había sido un terrible infierno para todos los jerezanos. Tanto es así que Trillo declaraba "parecíamos estar fuera de si, y así continuamos (aunque todavía medrosos)", hasta que entraron en Jerez el resto de las fuerzas españolas, liberando totalmente a la ciudad, que alcanzaba así la ansiada libertad.

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